Las mañanas triunfantes. Asedios a la poesía de Luis Alberto de Cuenca
Adrián J. Sáez (ed.)
Renacimiento.
Sevilla, 2018.
Frente a la crítica urgente de los suplementos culturales,
tan a menudo denostada, la crítica académica goza de un prestigio no siempre
justificado, muy especialmente cuando se ocupa de literatura contemporánea. Una
de las razones de ese desprestigio estaría en su carácter endogámico, de
negocio entre colegas que se citan y se evalúan mutuamente para conseguir
ayudas institucionales y méritos acreditados que permiten ir ascendiendo en el
escalafón.
Los
profesores universitarios, y quienes aspiran a serlo, han de publicar sus
investigaciones, pero no en cualquier sitio, sino en determinadas revistas y
editoriales que cuentan con un “comité científico” que garantizaría el rigor y
la originalidad del trabajo. Los evaluadores oficiales –la ANECA, los tribunales de oposiciones– se evitan
así tener que leerlos, limitándose a aplicarles un baremo establecido:
artículos, medio punto; libros, un punto. No sé en otras disciplinas, pero en
los estudios literarios ese sistema propicia abundante “basura curricular”.
No es
enteramente el caso de Las mañanas
triunfantes. Asedios a la poesía de Luis Alberto de Cuenca, que inicia una
colección dedicada en exclusiva al poeta. La financia la universidad suiza de
Neuchâtel y cuenta con un nutrido “comité científico” (varios de sus
integrantes colaboran en el volumen), pero existen serias dudas de que ese
comité haya leído el volumen. Ni siquiera parece haberlo hecho el director de
la colección y editor del volumen, Adrián J. Sáez, un brillante y activísimo investigador
joven que hasta ahora se había ocupado de la literatura del siglo de Oro. Solo
así se explica que, al comentar las dos versiones del poema “El caballero, la
muerte y el diablo” (pp. 288-290), indique que la primera aparece en el libro Scholia (se publicó en Elsinore) y reproduzca además la versión
de 2014 y no la original de 1972. La lectura del artículo de Luis Miguel Suárez
Martínez, que aparece unas páginas después, le habría evitado esos errores.
Una
revisión medianamente atenta también habría evitado la referencia (p. 154) a
“ciertos fragmentos del pagano Horacio” que “predecían el advenimiento de Cristo”
(se alude, en realidad, a la égloga IV de Virgilio). O que se cite un chiste
erudito, “escritura palimpsestuosa”, atribuyéndoselo una vez a “Lanz, 2009,
echando mano de Genette” (p. 129) y otra a Darío Villanueva (p. 128). También
atribuirle un artículo titulado nada menos que “El sentido moral en la poesía
española” a Leopoldo María Panero (p. 357).
Pero esos
lapsus y otros, fácilmente evitables, no constituyen el mayor reparo que se le
podría hacer a este volumen, en el que se reúnen estudiosos destacados de la
poesía española contemporáneo (Juan J. Lanz, Ángel L. Prieto de Paula), junto a
neófitos en el tema. El principal consiste en la ausencia de cualquier
perspectiva crítica. “Poesía familia: Luis Alberto de Cuenca y Lope de Vega”
termina, muy en la línea del autor estudiado, con una especie de brindis por
“el adalid de la línea clara, el gran Luis Alberto de Cuenca”.
Solo Prieto
de Paula se permite alguna objetividad. Lo esencial de la trayectoria de Luis
Alberto de Cuenca, lo que le ha permito ocupar un lugar cierto en la historia
de la literatura española, concluye con Por
fuertes y fronteras (1996), afimar. Después ha publicado “una amplísima
relación de títulos, pero los ingredientes de su escritura estaban ya
establecidos”. Claro que eso no implica –añade cauteloso– “que desde entonces
se haya limitado a dar vueltas a un manubrio”. No se ha limitado a eso
–encontramos poemas espléndido incluso en su último libro Bloc de otoño–, pero con cierta frecuencia ha bajado el listón y ha
reiterado fórmulas hasta la saciedad, quizá consciente de que sus fieles
seguidores –como ejemplifica esta acrítico volumen colectivo– le aplaudirían
igual.
A la “línea
clara”, como caracterización de la poesía de Luis Alberto de Cuenca, se alude
una y otra vez en más de uno de los trabajos, pero ninguno de los estudiosos se
refiere a la reseña de El hacha y la rosa,
publicada en 1994, que aplica por primera vez ese membrete, tomado del mundo
del cómic, a la poesía de Luis Alberto de Cuenca (el propio poeta ha declarado
que lo tomó de ella para referirse a su propia poesía). Citar se cita mucho,
aunque no venga a cuento o se trate de obviedades, pero siempre a autores del
clan académico que nos citarán a su vez a nosotros (las veces que un artículo
es citado cuenta para el currículum).
La mayor de
los artículos de este libro son glosas temáticas, algo a lo que se presta mucho
una poesía como la de Luis Alberto de Cuenca, llena de explícitas referencias a
la llamada alta cultura y a ciertas formas de la cultura popular. Luis Bagué
Quílez se ocupa de los poemas dedicados al cine, Isabel Logroño de las
referencias a Safo, Xaime Martínez de los poemas dedicados a personajes de
ciencia ficción (aunque su artículo tenga otra ambición), Pablo Núñez a las
referencias bíblicas, Antonio Sánchez Jiménez a los elogios a Lope de Vega,
casi todos tomados de su obra divulgativa en prosa. Los poemas relacionados con
la pintura y otras artes son comentados por Adrián J. Sáez, al que la facilidad
verbal parece que le lleva a descubrir un género nuevo, “el poema xilográfico”
(p. 288).
Especial
mención merece el más ambicioso, desde el punto de vista de la ambición
teórica, de estos trabajos: “Traducción y variación: estrategias de
intertextualidad en Luis Alberto de Cuenca”, de Juan José Lanz. Sus primeras
páginas, que hablan de la “posmodernidad” en general y del “yo textual” en
particular, constituyen el mejor ejemplo
del galimatías en que algunos convierten la teoría de la literatura. Las
afirmaciones de Lanz, basadas en imprecisas generalizaciones sobre el arte
contemporáneo de este filósofo o de aquel otro, una veces carecen de sentido
(de la “posmodernidad”, que no se sabe cuándo empieza ni cuándo acaba, puede
afirmarse cualquier cosa y la contraria) y otras no son verdad. “La parodia se
disuelve en nuestros días en el pastiche”, afirma basándose en la autoridad de
Fredric Jameson. Pero diga lo que diga Jameson hoy en día, como en tiempos de
Proust, como en tiempos de Mesonero Romanos, son tan posibles las parodias como
los pastiches. ¡Y cuánta palabrería después cuando debería limitarse a hacer,
como han hechos los eruditos de todos los tiempos, a comparar las traducciones
y las variaciones de textos ajenos con los originales! Compara también un poema
muy menor de Luis Alberto de Cuenca con el artículo periodístico en que el autor
aprovecha la misma anécdota (no es el único caso de reciclaje ni de hacer pasar
por poema lo que no pasa de simple apunte) y aclara las alusiones que en él se
hacen a un texto de Bioy Casares. El lector agradece tales minucias, pero
rechaza la gratuita farragosidad teóríca con que vienen envueltas.
En resumen:
que el actual sistema de promoción entre los profesores universitarios no
favorece el desarrollo de la crítica literaria. Pero eso es algo que al lector
común no le importa demasiado. A veces tengo la impresión de que soy yo el
único que tiene la mala costumbre de leer este tipo de estudios.