Poesía selecta
Darío Jaramillo
Agudelo
Lumen. Barcelona,
2019.
Hay dos maneras de acercarse a un poeta de larga
trayectoria. Una es la del estudioso que analiza su trayectoria, determina
etapas e influencias, trata de situarlo en la historia de la literatura; la
otra, la del simple lector que gusta de la poesía y no le importan demasiado
las clasificaciones ni los análisis escolares.
Darío
Jaramillo Agudelo –firma siempre con los dos apellidos, aunque el segundo resulte
innecesario–, uno de los más renombrados poetas de Colombia, nacido en 1947,
publica su primer libro, Historias,
en 1974. Pero no conviene iniciar la lectura de esta Poesía selecta ni por los poemas de ese libro ni por los del
siguiente, irónicamente titulado Tratado
de retórica (1978). El Darío Jaramillo más personal, en lo bueno y en lo
malo, comienza en 1986 con Poemas de amor.
Prescinde
en ese libro de juegos heteronímicos y de biografías imaginarias (volverá
alguna vez) para escribir una poesía que parece solo un desahogo del corazón,
tan simple en una primera lectura como la que hoy triunfa en las redes
sociales: “Atolondrado y confuso, / demasiado lleno de ruidos, / sin centro ni
reposo, / desconectado del otro lado de la piel, / aturdido por el interminable
crujir de este corazón / –tierra cuarteada, ceniza gris en el pecho–, / así
pasan estas noches de calor y duermevela, / estas noches en que no estoy
contigo”.
En la misma
línea de variaciones sobre un tema de indudable atractivo popular se inscribe
el libro Gatos, que bordea a cada
paso el tópico, pero que lo elude con ingenio: “Los estados de la materia son
cuatro: / líquido, sólido, gaseoso y gato. / El gato es un caso especial de la
materia, / si bien caben las dudas: / ¿es materia esta voluptuosa contorsión?,
/ ¿no viene del cielo esta manera de dormir? / Y este silencio, ¿acaso no
procede de un lugar sin tiempo? / Cuando el espíritu juega a ser materia, /
entonces se convierte en gato”.
Otro
conjunto de variaciones sobre un tema, Liturgia
de los bosques, se lo atribuye a Sebastián Uribe Riley, protagonista de su
novela La voz interior, pero se trata
de un capricho del autor que en nada afecta a estos poemas sobre árboles y
plantas(hay también un “Bosque de olores” que evoca los de la casa de la
infancia).
Espléndidos
resultan los Cuadernos de música, con
sus piezas para piano y violonchelo: “Quiere cantar la cuerda. / No es solo la
caricia de la nota en las maderas, / ni la resonancia entre la caja noble. / No
es solo acústica: quien levitó lo sabe”.
Pero la
música no solo está en estos Cuadernos o
en Cantar por cantar, otro conjunto
temático. Resuena por todo el libro, como en el primer poema de El cuerpo y otra cosa (“Música de sábado
por la tarde, canciones desajándose, sonidos de carbono catorce, piano fantasma
resucitando en el silencio, / amnesia que cura una guitarra, espectros que
regresan bailando, música que suena medio siglo más tarde”), en la primera de
las “Cuatro elegía” (con el eco de las canciones de los Beatles) o en el conmovedor
homenaje a Chavela Vargas.
“Todo poema
es de circunstancia”, decía Goethe y poemas de circunstancias y variaciones
sobre un tema (el amor, la música, los gatos, los fantasmas), que a veces
parecen simples ejercicios, son los más representativos poemas de Daría
Jaramillo, aunque quizá no los más ambiciosos.
Hacia el
ingenio –no es un reproche– se deslizan los poemas de “Amores imposibles”, y no
solo: “Todos los amores imposibles son eternos, / el tiempo no los toca / y no
existen traiciones entre los amores imposibles”.
Las mejores
armas de Darío Jaramillo son el coloquialismo y el humor, que le sirven para
evitar el énfasis y el engolamiento retórico. Buen ejemplo de ello lo
constituye la serie “Conversaciones con Dios”, a la que se añaden algunos
textos inéditos en esta recopilación.
Como en
“Historial de un libro” Luis Cernuda nos explicó la génesis de La realidad y el deseo, Darío Jaramillo
ha reunido en Historia de una pasión (2006)
tres lúcidos acercamientos a su manera de entender la poesía. Ahí habla también
del atentado que cambiaría su vida: “Pasé casi una semana en cuidados
intensivos, cuestión que en mi memoria quiere decir simplemente que me acosté
en domingo y me desperté en jueves –¿o viernes?—y varios días después me
amputaron el pie derecho debajo de la rodilla”. Le salvaron entonces “el humor
y el amor”.
El humor y
el amor, y un continuo ejercicio de inteligencia, salvan a un poeta que no le
teme al tema menor, a juguetear con el tópico, que en sus mejores mmentos
procura seguir el consejo de don Quijote: “Llaneza, muchacho, no te encumbres,
que toda afectación es mala”.