Pere Gimferrer
Alma Venus
Seix Barral.
Barcelona, 2012
¿Los últimos libros de Pere Gimferrer los ha escrito Pere
Gimferrer o un aplicado epígono que conoce muy bien sus mañas verbales pero
carece de su talento? Los más antiguos poemas de Arde el mar, y también de los más representativos, “Cascabeles” e
“Invocación en Ginebra”, se escribieron cuando su autor contaba dieciocho años,
en 1963. Medio siglo después, la estética no ha variado mucho, pero ha
desaparecido la tensión capaz de lograr que los chispazos verbales y las
dispersas referencias culturales cuajen en un poema.
La
promoción publicitaria que acompaña a cada libro de quien es, desde hace
tiempo, una figura importante del mundo editorial e institucional ha subrayado,
como dato de especial interés, sus incursiones fuera del habitual culturalismo,
sus referencias a la actualidad. Veamos un ejemplo: “Cardeña de Ruy Díaz, hoy
de Paesa: / el paladín da paso al transformista”. Resulta que en el monasterio
de Cardeña, ligado a la vida y a la leyenda del Cid, al parecer se dijeron
misas tras la falsa muerte de Paesa, el intermediario en la captura de Roldán.
¿Tiene eso alguna significación para el poema? Ninguna. No se vuelve a aludir
ni al Cid ni a Paesa; nada cambia en el texto si tachamos esos versos.
Todo es
gratuito en la pirotecnia verbal de Alma
Venus (como antes en la de Rapsodia).
Veamos un ejemplo: “en la jaula de hierro, el contador / del truchimán de las
usurerías, / como el embozo del cólera morbo / tras la cara pintada del
coplero, / Death in Venice, cal viva
en las esquinas, / como Lasa y Zabala sepultados, / como las agonías del
salón”. Una alusión a Pound, a la película de Visconti, a los etarras
asesinados y sus cadáveres tratados de hacer desaparecer con cal viva. Vagas
asociaciones automáticas, llevar al poema todo lo que nos viene a la memoria,
sin filtro alguno, dejar que la noria del ritmo saque a la superficie todo el
oro y el lodo que encuentre en el pozo de la memoria.
“Ordenar
estos datos es tal vez la poesía” escribió Gimferrer en “Primera visión de
marzo”, uno de los poemas de Arde el mar.
Hace tiempo que ha perdido la capacidad de ordenar el mundo de alusiones e
intuiciones verbales de que está hecha su poesía. ¿Qué sentido tiene la
referencia a Lasa y Zabala? Hubo un tiempo en que airear ese crimen de Estado
sirvió para deteriorar el gobierno de Felipe González; hoy conviene silenciarlo
para no dar armas a quienes, en el conflicto vasco, afirman que las víctimas no
siempre estuvieron del mismo lado. Pero Gimferrer no lo utiliza ni en un
sentido ni en otro; son nombres que han quedado en su memoria y ahí aparecen,
sin mayor consecuencia.
¡Qué
distintos aquellos poemas de 1963! “Cascabeles” tomaba como pretexto a un
escritor un tiempo célebre y entonces, y hoy, pasto de las librerías de viejo,
para evocar un mundo, el de la belle
époque, desaparecido para siempre. No hay un verso que no encierre una
felicidad verbal, no hay una ocurrencia gratuita; el conjunto sigue siendo la
más adecuada evocación de una época que quizá no ha existido nunca, solo en el
arte y “en la nupcial farándula del sueño”.
“Invocación
en Ginebra” comienza con unos versos,
leídos quizá en un viejo libro de texto, que permanecen aferrados a la
memoria y que traen con ellos toda la retórica educacional de la época:
“Palabrería / tiempo atrás insuflada, tiza en pizarra virgen, / no recordáis,
colegio, en fila india, mas para bien morir, fútbol, santo rosario, pese a
Lucero, mens in corpore, es lo justo, / la católica, madre, cuántos días, primer
viernes, / te confesaste, es más segura, te confesaste, la católica,
sincero”. Los versos ajenos con que
comienza el poema son los siguientes: “En la protesta –respondió sincero– / se vive con mayor desenvoltura, / mas para
bien morir…”. Se trata del final de un soneto de Fray Ambrosio de Valencina,
levemente alterados, y mejorados, por la memoria: “En la protesta –respondió
sincero– / se vive con bastante más soltura; / mas para bien morir, ¡pese a
Lutero!, / la Católica ,
madre, es la segura”.
A los
dieciocho años Pere Gimferrer era un poeta; a los sesenta y ocho es un culto
improvisador capaz de escribir tiradas y tiradas de versos –termina un libro en
pocas semanas–, pero incapaz de escribir un poema.
En Alma Venus se pueden aislar sugerentes
endecasílabos, anotar docenas y docenas de cultas referencias, pero ningún
poema que se sostenga en pie. Quizá por eso la nota de contraportada, escrita o
inspirada por el autor, afirma que se trata de “un extenso poema unitario”.
Pero en todo caso se trataría de dos poemas, uno que se titula como el
conjunto, “Alma Venus”, que el autor da como escrito entre diciembre de 2011 y
febrero del año siguiente, y el otro, “Los sentidos en paz con la memoria”, que
toma su título de un verso de Villamediana y está escrito entre el 8 de julio y
el 20 de agosto de 2012.
Culturalismo
y metapoesía son dos de las características de la nueva poesía de finales del
franquismo, los años del primer Gimferrer. Ambas siguen muy presentes en Alma Venus. La referencias a la poesía o
al poema en general incurren con frecuencia en la rotundidad de la máxima:
“Todo poema tiene un tema solo: / cómo dice otra cosa la palabra”, “el poema
crea realidad”, “si el tema de este texto es el lenguaje, / el poema no puede
terminar”. Son afirmaciones aisladas, tan gratuitas como las referencias a la
actualidad: “¿Urganda la desconocida? No: / en pieza separada, Palma Arena”.
Pues muy bien.
Ni denuncia
ni descubrimiento ni deslumbramiento hay en Alma
Venus, pero abunda en cambio la reiteración y el manierismo, el acertijo
erudito.
Uno de los
grandes libros del año, sin duda alguna, para los suplementos culturales más
prestigiosos y para la acrítica crítica habitual en ellos.