Alberto Manguel
El sueño del Rey Rojo.
Lecturas y relecturas sobre las palabras y el mundo
Alianza Editorial.
Madrid, 2012
Una historia de la
lectura se titula el libro que hizo famoso a Alberto Manguel. Todas sus
otras obras podrían titularse de la misma manera. También esta generosa
miscelánea a la que tratan de dar unidad las citas, no siempre pertinentes, de Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo, colocadas al
comienzo de cada una de las secciones y cada uno de los capítulos.
Los
lectores habituales de Manguel encontrarán abundantes anécdotas, citas y
referencias que les resultan familiares. Como Borges, su maestro, Manguel gusta
de las variaciones y las reincidencias, y vuelve siempre a determinados
episodios biográficos que se convierten en los puntos de apoyo de su reflexión
sobre la lectura.
La
biografía de Manguel es parte de su obra, y parte esencial. Nació en Argentina,
pero su primera infancia transcurrió en Tel Aviv. A los ocho años, cuando
regresó a Buenos Aires, hablaba inglés y alemán, pero no español. Su
adolescencia fue Argentina, pero después de deambular por distintos países,
adoptó la nacionalidad canadiense. Actualmente reside en Francia, en una casa
de campo reconstruida especialmente para contener su prodigiosa biblioteca.
Escribe en inglés. Lee en las principales lenguas de cultura.
Mucho tiene
en común con Borges, es casi uno de sus personajes, pero hay algo fundamental
que los diferencia: el estilo. Borges busca la calidad de página: cualquier
fragmento suyo resulta inconfundible. Con una expresión de otro tiempo
podríamos decir que es un maestro del idioma (del idioma español, aunque
conociera muchos otros, y el inglés le resultara casi tan propio como el español).
Manguel es todo lo contrario de un estilista. Cierto que lo leemos traducido (y
no siempre elegantemente traducido: se habla de “reportar”, de “copias” en
lugar de “ejemplares”), pero no da la impresión de que en él, que se educó en
varias, se produzca la íntima conexión con una lengua que caracteriza al
creador.
Como
Borges, Manguel es un autodidacta: su formación académica terminó con el
bachillerato. Eso le ha permitido no ser un especialista, o mejor, serlo a su
manera. Ha convertido su afición a la lectura en una profesión. Y nos habla de
Dante, de Homero, de Shakespeare o Cervantes con una pasión y un conocimiento
que no están al alcance de ningún riguroso especialista universitario.
Para
Manguel, la relación con los libros es parte de su vida, y por eso hable de lo
que hable acostumbra a comenzar hablándonos de su vida: la infancia en Tel Aviv,
donde su padre, judío, fue nombrado por Perón primer embajador en el recién
creado estado de Israel; el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires,
donde tuvo profesores excepcionales, como Isaías Lerner, o el profesor que le
descubrió a Kafka y a la gran literatura contemporánea y que luego resultó un delator
de sus estudiantes ante los militares; sus andanzas bohemias en París y
Londres; los muchos oficios que tuvo antes de conseguir que su afición de
siempre, la lectura, se convirtiera en el gran tema de su escritura y en la
base de toda su actividad profesional.
Manguel,
contra lo que pudiera parecerse, no se refugia en la biblioteca, o si lo hace,
se trata de una biblioteca con grandes ventanales abiertos al mundo. Con amena
erudición nos habla del origen del punto o esboza una “breve historia de la
página”, pero también traza una semblanza ejemplar del Che Guevara o arremete
contra los intentos de amnistiar a los militares argentinos y pasar página de
la barbarie genocida de la dictadura.
Al contrario
que Borges, que procuraba dejar al
margen de la literatura sus opiniones políticas o de otro tipo (tan irritantes
a veces), Manguel no nos ahorra sus, a ratos, discutibles opiniones sobre esto
y aquello. En ocasiones da la impresión de que se siente un hombre de otro
tiempo, el último representante de una estirpe a extinguir. Sirvan como ejemplo
sus afirmaciones sobre Internet y la lectura: “Los bibliotecarios de hoy se ven
enfrentados cada vez más a un problema desconcertante: los usuarios de la biblioteca,
sobre todo los más jóvenes, ya no saben leer competentemente. Pueden encontrar
y seguir un texto electrónico, pueden cortar párrafos de diferentes fuentes de
Internet y recombinarlos en una sola pieza, pero no parecen capaces de comentar
y criticar y glosar y memorizar el sentido de una página impresa. El texto
electrónico, por su misma accesibilidad, les brinda a los usuarios la ilusión de
apropiación sin las dificultades que conlleva el aprendizaje. El propósito
esencial de la lectura se les escapa, y lo único que queda es acumular
información, para usarla cuando haga falta”.
¿Pero en
qué época los jóvenes –así en general– supieron leer “competentemente”? Cuando
Manguel estudiaba su bachillerato en el elitista Colegio Nacional durante el
peronismo, ¿la mayoría de los jóvenes argentinos sabía leer “competentemente”?
¿Saben leer “competentemente” la mayoría de los adultos de su edad, formados
antes de Internet? ¿Antes los jóvenes eran capaces de “comentar y criticar y
glosar y memorizar el sentido de una página impresa” y ahora no? Antes y ahora,
solo una minoría bien formaba era capaz de eso, y esa minoría no ha menguado,
sino todo lo contrario.
Pero si de
vez en cuando dormitaba Homero, ¿cómo no iba a hacerlo Alberto Manguel, lúcido
erudito que deja de serlo cuando le deslumbran los destellos del texto
electrónico? Se lo perdonamos por lo mucho que ha leído y por lo bien que sabe
contagiarnos su pasión por la lectura.