Arthur Koestler. Nuestro hombre en España
Jorge Freire
Editorial Alrevés.
Barcelona, 2017.
El siglo XX cuanta con pocos personajes tan apasionantes
como Arthur Koestler. Su vida da, no para una, sino para muchas novelas. Jorge
Freire se centra en el episodio de su detención en Málaga el año 1937, su
traslado a Sevilla, su condena a muerte, la imprevista liberación final al ser
intercambiado por la mujer del capitán Carlos Haya, una de las figuras más
destacadas de los sublevados. Antes de esa aventura, Koestler ya había sido
protagonista de otra durante la guerra civil. A poco de comenzada, logró
disimular su militancia comunista y entrevistar en Sevilla a Queipo de Llano
haciéndose pasar por corresponsal de un diario británico conservador.
Con
criterio muy cinematográfico, Jorge Freire alterna en cada capítulo el episodio
de 1937, reconstruido casi hora a hora, con amplios resúmenes de los
antecedentes.
A sus
treinta y dos años, Arthur Koestler había tenido tiempo para conocer de primera
mano el derrumbe del imperio austrohúngaro –había nacido en Budapest, de
familia judía–, participar en la revolución comunista de Béla Kun, abandonar
sus estudios de ingeniería para ir a Palestina a trabajar en un kibutz, renunciar pronto para llevar
allí una vida casi de mendigo, ser nombrado corresponsal en Oriente Medio de la
más importante cadena de periódicos alemanes, convertirse luego en director de
la sección científica de la más importante cadena de periódicos alemana, cambiar
el sionismo por el comunismo, ser un activo agente del konmintern, apasionarse con incontables aventuras amorosas… Esto
último sería, la causa de que empezara “a escribir novelas mucho más tarde que
lo normal” si hemos de hacer caso a sus palabras: “Mis amores durante estos
años fueron tantos y tan intensos que mataron el ansia creadora. Las calorías
que gasté en ellos habrían bastado para escribir media docena de novelas. Pero
habrían sido malas novelas, y en cambio como vida fue excelente”.
Con su
primera novela, Oscuridad a mediodía
(en España titulada El cero y el infinito),
de 1941, alcanzó de inmediato un éxito mundial. Al denunciar los procesos de
Moscú, Koestler sabía bien de qué hablaba: ahora defendía a las víctimas, pero
poco antes había sido uno de los fanáticos inquisidores.
El libro de
Jorge Freire nos deja con ganas de saber más cosas de este personaje
fascinante. Lo cerramos y abrimos de inmediato el primer tomo de la
autobiografía de Koestler, Flecha en el
azul. Arthur Koestler no fue solo un fue solo un incansable aventurero en
busca de una fe a la que servir ciegamente; fue, además, un escritor
excepcional: hablara de lo que hablara, sabía cómo atrapar al lector desde las
primeras líneas.
Tras releer
las obras de Koestler que Jorge Freire resume y a ratos rebate, la valoración
de su libro no puede ser la misma. A ratos da la impresión de no haberse
enterado del todo.
Koestler
comienza su autobiografía con un “horóscopo secular”, con un comentario a las
noticias del día de su nacimiento. Ese espléndido capítulo, Jorge Freire lo
resume así: “Bastaba una copia del Times
londinense del 6 de septiembre de 1905 para apreciar los movimientos telúricos
que animaban entonces el mundo: pogromos antijudíos, ataques a obreros,
editoriales sobre el acuerdo que ponía fin a la guerra ruso-japonesa, encomios
al laissez-faire…”
¿Encomios
al laissez-faire? Exactamente lo
contrario es lo que se deduce del editorial del Times que contrapone “la subordinación del individuo a la tribu y
al Estado” que manifestaron los japoneses victoriosos al “excesivo
individualismo” de Occidente. Lo que marcaba la hora de su nacimiento, indica
Koestler, era “el fin de la era del liberalismo y del individualismo”.
Se
entretiene luego Freire subrayando los errores de Koestler. Pero esos presuntos
errores se deben solo a lecturas apresuradas. Un ejemplo: “Koestler afirmaba
que su abuelo era un social-revolucionario que había desertado del ejército
ruso después de la guerra de Crimea. No cabe duda de que un abuelo eserista le
habría conferido un blasón de quijotismo, algo apremiante para alguien que,
como él, buscaba enderezar los renglones torcidos de su vida con un relato
congruente. Sin embargo, los eseristas surgieron varios años después de la
guerra de Crimea, lo que hace de su explicación una sencilla patraña”.
¿Una
sencilla patraña? Veamos lo que dice Koestler de su abuelo: “Por qué huyó de
Rusia, no se sabe. Tal vez fuera desertor del ejército, o tal vez se viera
complicado en el movimiento Social-Revolucionario, o quizá, después de todo,
haya cometido un crimen. Naturalmente, prefiero creer que era un revolucionario
socialista”.
Koestler
escribe con cautela e inteligencia (“no se sabe”, “tal vez”, “prefiero creer”),
Freire con juvenil desparpajo y algún descuido: afirma que en 1896 se construyó
en Hungría el primer ferrocarril de Europa (p. 24), cita equivocadamente a
Machado (“por qué llamamos caminos a los surcos del azar”, p. 80), etc.
El mayor
mérito de Arthur Koestler. Nuestro hombre
en España es que, tras su rápida y amena lectura, nos deja con ganas de
saber más del escritor. Buscamos entonces sus libros y descubrimos que fue,
además de un singular personaje, un lúcido ensayista y un maestro de la
narración autobiográfica. La comparación entre cómo cuenta un pasaje de su vida
el propio protagonista y cómo lo parafrasea Jorge Freire convierte al segundo
en un algo apresurado, aunque no por eso desdeñable, divulgador.