Grecorromanas
Lírica
superviviente de la Antigüedad clásica
Edición de Aurora
Luque
Editorial Planeta.
Barcelona, 2020.
Erudición y reivindicación hay en Grecorromanas, el volumen
que Aurora Luque ha dedicado a rescatar a las poetas de la antigüedad clásica.
También poesía, pero entremezclada con fragmentos de mero interés documental y
editada como apéndice a la prosa.
Editar
poesía es un arte que muchos de los estudiosos de la poesía no dominan. Hay que
cuidar los márgenes de la página, los espacios en blanco, reducir las
anotaciones al mínimo imprescindible. Y saber distinguir lo que sigue siendo
poesía, aunque se haya escrito hace mil años, de lo que solo conserva un interés
filológico. Aurora Luque –excelente traductora y lectora de poesía, una de las
poetas que mejor ha incorporado a su obra la tradición clásica, revitalizándola--
sin duda no ignora cómo debe editarse la poesía, pero en este volumen parece
haberlo olvidado.
En el
prólogo, nos indica que este libro “es el fruto ya maduro” de una investigación
que inició con su memoria de licenciatura, “Poesía compuesta por mujeres en la
Antigua Grecia. Épocas clásica y helenística”, que fue defendida en 1987. Lo
que el volumen tiene de memoria de licenciatura ampliada, o de tesis doctoral,
interesará sin duda a los estudiantes de filología clásica, pero aburre
soberanamente a los lectores de poesía y no les permitirá disfrutar de las
maravillas que encierra.
Aurora
Luque nos da noticia, todo lo minuciosa que permiten los documentos conservados,
a menudo escasos, de cuantas mujeres sabemos o intuimos que escribieron poesía
durante los once siglos que van desde el VII hasta el IV de la era cristiana.
No son muchas, unas cuarenta. Pero todavía son menos las que tienen interés
para la historia literaria: no llegan a media docena.
La primera
es Safo, admirada desde la antigüedad y que no ha perdido nada de su frescura
ni de su brillo. Cuenta con abundantes ediciones independientes, alguna de
ellas debida a la propia Aurora Luque, por lo que no ofrece demasiadas
sorpresas en esta edición. Sí serán una sorpresa para muchos lectores los
epigramas de Érina conservados en la Antología Palatina. Sus epitafios a
un saltamontes, a una cigarra, a un gallo o a un caballo, los versos que dedica
a unos niños que juegan con un carnero, le dan un tono nuevo al ya entonces
acartonado género epigramático, la acercan a la sensibilidad de nuestro tiempo.
Añade, sin embargo confusión al volumen que en el índice de poetas y poemas
--“índice jerárquico” se le llama-- sus textos se atribuyen a otra poeta,
Hédile.
Admirable
también resulta Nosis, que sigue a Safo –como tantas de estas poetas-- y
desafía a Píndaro: “Nada es más dulce que el amor; las demás alegrías / son
secundarias: hasta la miel rechazo de mi boca”.
Pero la
gran sorpresa para muchos lectores será la poeta latina Sulpicia, llamada la
elegíaca para distinguirla de otra Sulpicia de la que se conservan algunos
versos satíricos. Leídos en la traducción de Aurora Luque los pocos poemas que
de ella conservamos no han perdido nada de su pasión ni de su desenfado: “Si he
cometido faltas de jovencita lerda, / una de la que yo –confieso-- me arrepiento de veras / fue la de
abandonarte, solo, esta noche pasada, / disimular queriendo el ardor de mi
fiebre”.
Destaca también su epitafio a Pétale, esclava y lectora:
“Contempló las bondades / de la naturaleza, fue capaz en su arte, /
resplandeció en belleza, / maduró en su intelecto. / La Fortuna envidiosa no
quiso que gastara / mucho tiempo en vivir. / No le ayudó la rueca de los
Hados”.
Pero el
epitafio más hermoso de todos es el que cierra el libro. Habla en el Fabia
Aconia Paulina, “la última pagana” la denomina Aurora Luque. Se lo dedica a su
esposo, Vetio Agorio Pretextato y se conserva grabado en el pedestal de una
estatua a este prócer de finales del imperio. Es ella quien habla, aunque no es
seguro que lo escribiera ella, quizá fue encargado a un poeta profesional, como
era habitual con las inscripciones y los discursos. El poema es una elegía al
marido que la acompañó durante cuarenta años, pero hoy lo leemos sobre todo
como una despedida de un mundo que pronto sería borrado del todo por el
cristianismo.
De vez en
cuando, dado el carácter reivindicativo del volumen, señala Aurora Luque la
desatención que se ha tenido hacia las mujeres escritoras. Ánite, por ejemplo,
es confundida con un hombre cuando se la menciona en la traducción española del
libro de Gilbert Highet La tradición clásica. Pero esa desatención no
debe hacernos olvidar que las poetas, de cierta presencia entre los griegos,
fueron sorprendentemente escasas en el mundo romano, a pesar de la mayor
libertad de la mujer. Y que la mejor
manera de reivindicarlas no es amontonar noticias e hipótesis sobre autoras de
las que solo se conserva el nombre o editar insignificantes frases junto a
verdaderos poemas o fragmentos, ocurre con bastantes de Safo, que valen por un
poema completo.
Grecorromanas
necesita una nueva edición en la que abandone lo que tiene de “memoria de
licenciatura”, o de Trabajo Fin de Máster, que diríamos hoy, y sea solo la
edición de unas pocas espléndidas poetas, casi enteramente desconocidas (salvo
Safo), por el lector de poesía. Una breve introducción general y unas líneas
sobre cada una de ellas subrayando lo que las liga a su tiempo y lo que las
mantiene vivas en el nuestro, bastaría. El modelo, puede ser La Couronne et
la Lyre, de Marguerite Yourcenar, que rescató la poesía griega del
cautiverio de los especialistas, y que Aurora Luque conoce bien y cita más de
una vez.