La imaginación en la jaula
Javier Aparicio
Maydeu
Cátedra. Madrid,
2015.
La modernidad nubla la vista a ciertos eruditos que parecen
haberlo leído, o consultado, todo y no haberse enterado de nada. El caso más
reciente es el de Javier Aparicio Maydeu, profesor titular, “con acreditación
de catedrático”, en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, asesor de la
agencia literaria Carmen Balcells durante quince años y desde hace otros tantos
crítico literario del suplemento cultural de El País. Pocos estudiosos podían parecer a priori más preparados para ofrecernos un análisis de la creación
contemporánea en estos tiempos de globalización e Internet.
La imaginación en la jaula, Razones y
estrategias de la creación coartada pretende ser, según se nos dice en el prólogo,
dos libros. El primero, “un estudio de los fenómenos sociales y tecnológicos
que están alterando la visión tradicional del proceso creativo sustentado en
conceptos como el de imaginación”; el segundo, “una reflexión en torno a cómo
debemos considerar a partir de ahora esa misma imaginación, que seguramente
será menos el resultado de una fantasía individual y más un complejo sistema de
asociaciones de ideas, propias y ajenas, que den como resultado una respuesta
del consumidor (puesto ante la encrucijada de tener que decidir entre asumir el
riesgo de aprobar y sufragar una innovación volátil y asegurarse el rédito de
una creación consolidada por la tradición)”. Esta última frase –que ejemplifica
el peculiar estilo del autor– viene complementada por una extensa nota a pie de
página, en la que se cita largamente a Zymunt Bauman y a Steven Johnson. Las
notas y las citas ocupan más de la mitad del volumen. Hay páginas, como la 42 y
la 43, con dos líneas de texto y el resto ocupado por las citas. Nos
encontramos además con una apéndice final de notas complementarias.
¿Necesarias? Tan necesarias o innecesarias como el resto del libro, ya que no
hay ninguna diferencia entre lo que el autor coloca en nota o lo que ocupa el
cuerpo del libro. Una de las partes de la introducción lleva un título, “Comentarios
(deslavazados y en el margen)”, que podría servir para el conjunto, todo él
deslavazados apuntes en torno a unas innovaciones tecnológicas que no parecen
haberse entendido, a pesar de la acumulación de información, o quizá por eso
mismo..
Abundan las
generalizaciones: “La primera mitad del siglo XX se desangró en su denodado
intento de conseguir a cualquier precio la originalidad a través de las vanguardias”.
¿Toda la primera mitad? ¿Y lo mismo en arte que en literatura? ¿El rechazo a la
vanguardia ocurrió en la segunda mitad del siglo pasado o ya en los años
veinte, con su regreso al orden, y en los treinta, con el arte comprometido?
Hoy en día
sería el mercado, y no la teoría literaria, “el que construye el laberíntico
edificio de los géneros”. Los nuevos géneros los enumera Aparicio Maydeu con
minuciosidad. Entre otros, se refiere a la fanfiction
(“autores aficionados buscan expandir el mundo y situaciones mostradas en
su material de base favorito, sea este una novela, anime, película, serie
televisiva u otro”), que a su vez se subdivide en “angst”, “crossover”, “drabble”,
“fluff”, etc. Copiamos textualmente la definición del subgénero “drabble”: “Un drabble es un relato que como tal no
debe tener más de 100 palabras. Sin embargo, en esta definición se admiten ya
escritos de entre 100 y 500/600 palabras. Aunque una viñeta es el término
intermedio entre un drabble y un oneshot. Suelen ser de más de 500 palabras
pero menos de 1000, dado que más de 1000 ya es considerado como el último
mencionado”. ¿Queda claro? Lo que es un “oneshot” se explica unas líneas más
abajo: “una historia única. Fanfics cortos,
de más de 1000 palabras que duran un solo capítulo y no suelen tener
continuación”.
De
semejantes nimiedades confusamente explicadas está lleno este libro. La
posibilidad de la autoedición habría cambiado radicalmente la literatura,
eliminando intermediarios. Ignora que la autoedición (las ediciones de autor)
siempre ha sido posible y que los grandes grupos editoriales siguen tan
presentes hoy como ayer, copando librerías, suplementos culturales, encabezando
las listas de libros más vendidos. Arremete contra los manuales de autoayuda,
que nos quieren hacer creer que todos somos creadores, incluso se entretiene en
citar ampliamente a alguno y en burlarse de lo que dice, como si esas obras
tuvieran alguna importancia a la hora de caracterizar al arte del siglo XXI
frente al de otras épocas. Entremezcla vaguedades filosóficas (mucho Bauman y
su “modernidad líquida”) con la crítica del “mercado actual”, caracterizado,
entre otras cosas, por la globalización: “¿10.000 millas en avión para comprar
los mismos libros? Los hombres que no
amaban a las mujeres de Stieg Larsson en Berlín, Chicago, Shanghai y
México. Menos deciden más para muchos más o de la disminución de la libertad
creativa”. Un buen ejemplo esta última cita para comprender que, tras un
asustante aparato bibliográfico y una ciclópea acumulación de citas, puede
esconderse una cierta incapacidad para el razonamiento lógico. Algunas obras se
traducen a las más diversas lenguas y tienen éxito en todos los países (a veces
se trata de obras maestras y otras de perecederos best sellers), pero ¿se
deduce de eso que haya que viajar diez mil millas en avión para comprar los
mismos libros? Una cosa es que la novela de Larsson se puede comprar en
distintos países y otra que un sueco viaje a Shangai, o un español a Chicago,
para comprarla. Da un poco de reparo escribir estas obviedades, pero conviene
decirlas para que el lector, o el profesor de teoría literaria, no se deje
engañar por las apariencias.
La imaginación en la jaula está
abundantemente ilustrado, pero sus ilustraciones son tan prescindibles como
todo lo demás: abundan las con frecuencia ilegibles “capturas de pantalla” de páginas editoriales o de talleres
literarios (bastaría indicar la dirección) y reproduce una “colección
desordenada de manuscritos y pruebas de imprenta” (lo mismo podría tener diez
páginas más que diez páginas menos) como un rastro nostálgico que contraponer a
la época actual en que la tecnología permite al creador “no dejar ya huella
alguna de sus tentativas fracasadas”. Ignora que los escritores de ahora, como
los de antes, pueden tomar notas previas manuscritas, imprimir diversos
borradores, corregir a mano las pruebas, poner indicaciones al margen. Como en
tiempos de la máquina de escribir, o de la copia en limpio manuscrita para
imprimir, el autor es libre de eliminar o conservar los borradores previos. No
hay lugar para la nostalgia.
La
imaginación hoy no se encuentra más constreñida que en otras épocas ni la
creación más coartada, que respire tranquilo Aparicio Maydeu. Los galeristas no
condicionan más al pintor actual que los nobles que encargaban sus retratos al
pintor renacentista.
Mucho ruido
y pocas nueces. Un ensordecedor barullo bibliográfico y pocas ideas
aprovechables, por no decir ninguna.