Aurora Luque
Las sirenas de
abajo. Poesía reunida (1982-2022)
Edición de Josefa
Álvarez
Acantilado.
Barcelona, 2023.
La
reunión en un volumen de la poesía completa de Aurora Luque puede considerarse
un acontecimiento. Desde 1990, en que publicó su primer libro, Problemas de
doblaje –el anterior, Hiperiónida, es solo una curiosidad--, su
poesía ha ido creciendo, metamorfoseándose, enriqueciéndose, pero sin abandonar
nunca su núcleo inicial: el gusto por los clásicos griegos y latinos y la
inagotable curiosidad por el mundo contemporáneo; el entremezclar culturalismo
y hedonismo, erudición y errabundia. En ese libro está el poema “Carpe noctem”,
su personal variación del “carpe diem” horaciano, al que volvería una y otra
vez y que le serviría para titular una de sus obras más significativas, en la
que se incluye el poema “Gel”, que termina con estos versos: “Dependo de por vida
/ de una droga. De Grecia”.
La poesía de Aurora Luque ha ido
creciendo en espiral, abriendo su temática, pero sin abandonar nunca un paladeo
de las palabras, una sorpresa expresiva, un brillo verbal, que la hace
inconfundible. En los últimos libros, la reivindicación feminista ha ido
ganando en intensidad. Abundan en la poesía de Aurora Luque los retratos de
mujeres olvidadas y ejemplares, y una y otra vez vuelve sobre las que considera
sus maestras, de Safo a Marguerite Yourcenar. “Arenga/mitin” subtitula uno de
sus poemas, pero ella busca esquivar el lenguaje fosilizado y la simple
enunciación de buenas intenciones; casi siempre lo consigue.
No desdeña Aurora Luque el poema
circunstancial, el encargo, y sus poemas no tratan de ocultar para darle presuntamente
trascendencia, la anécdota de la que parten: “Al asomarse por primera vez al
Keats de Oliván” se titula uno de ellos, y a Sofía Castañón, poeta y diputada,
le dedica una espléndida “Epístola política”.
Y está la música, resonando
continuamente en estos versos, se hable de ella o no, y los licores compartidos
(“Cócteles”, “Negroni”) y las estampas viajeras (“Siempre me consoló viajar a
cualquier parte / con un vago pretexto literario”, leemos en uno de los poemas),
nunca meras anotaciones turísticas, que culminan en el “Cuaderno Vieja
América”, de Personal & Político, que dialoga con Lorca y con el
Juan Ramón de Diario de un poeta recién casado. Aurora Luque –tan
cosmopolita, tan alejandrina-- a veces vuelve la mirada hacia el mundo
provinciano de su infancia y nos ofrece poemas tan memorables como “Alsinas”,
una personalísima recreación del cavafiano “Ítaca”. Sorprende la prosa
autobiográfica de “Que huela a árbol”, casi una anotación diarística. Y admira cómo
se acierta a evitar la falacia patética en “Santa Teresa y la Tarara cantan por
una escotilla de la cabeza de mi madre”.
La admirable libertad con la que
Aurora Luque se enfrenta a la escritura ha sido explicitada por ella misma:
“Los poemas son juguetes de las Musas, instrumentos de una orquesta infinita: a
veces desearemos las construcciones minimalistas que juegan con el silencio y
la palabra depurada, otras desearemos los guiños lúdicos de la ironía, o bien
la narración imaginal o las potencias del ensueño fluyendo en poderosos
torrentes de palabras. No concibo las predilecciones únicas y exclusivistas.
¿Por qué elegir entre la flauta y el órgano?”
Pero hay poemas prescindibles, al
margen de los gustos de cada lector, encargos que debería haber dejado fuera o
confinarlos en un lúdico apéndice. A ese apéndice podrían ir “De Tebas a Soweto”, “La Musa Instrumentos” o
“Pasatiempo español”.
Mención aparte merece el poema que
cierra el volumen, “Variación sobre el poema pacifista más antiguo de la historia”,
que responde al encargo de escribir un poema contra la guerra. Aurora Luque
opta por reescribir un poema de Safo. “Dicen unos que una tropa de jinetes,
otros la infantería / y otros que una escuadra de navíos, sobre la tierra /
oscura, es lo más bello; mas yo digo / que es lo que una ama”. En la “Variación”,
leemos: “Dicen –unos-- que una danza de misiles, / otros, los tanques rusos, /
y otros que los drones de Turquía, / junto a la Negra Mar / es lo más
deseable. / Mas yo digo / que es la vida
que cada cual adora / y quisiera salvar entre sus brazos”. ¿Pero hay alguien
que considere que “lo más deseable” es una danza de misiles o los drones de
Turquía? Son los riesgos de confundir poesía y buenas intenciones.
La edición de esta poesía reunida
está a cargo de la profesora Josefa Álvarez, quien toma dos decisiones
arriesgadas sin darnos la necesaria explicación. La primera es el poco
afortunado título, Las sirenas de abajo. Procede de los versos finales --“Las
sirenas de arriba, / las sirenas de abajo”-- del poema inicial, “Obra viva,
obra muerta”. En la terminología náutica, la obra viva o carena es la parte
sumergida del barco, mientras que la obra muerta es la que emerge del agua.
“Las sirenas del fondo, sin pulpa de sonidos, / pero deseo aullando” se
contraponen así a “las sirenas del puerto, / sus imperiosas voces de contralto”.
Pero no parece que la poesía de Aurora Luque se caracterice por un
ensimismamiento que la haga atender más a las sirenas de abajo, a las del
subconsciente, que a las que la llaman, y la enamoran, desde todos los puntos
de la rosa de los vientos.
Más discutible aún es disponer los
libros en orden inverso al cronológico, comenzando por Un número finito de
veranos y terminando con una selección de Hiperiónida y unos pocos
poemas no recogidos en libro. Las notas –agrupadas al final y sin indicación de
las páginas a las que corresponden-- nos confirman lo absurdo de esta
disposición: a menudo se refieren a que tal tema ya apareció en un poema
anterior y por ello se explica después. Leemos “Maillardiana 2” antes que
“Maillardiana” y el poema “La soledad de mi madre” después de “Santa Teresa y
la Tarara…”, ya citado. Y las notas –en las que no faltan las informaciones de
interés-- no dejan de ser caprichosas. Se nos explica el término náutico
“Turafallas”, pero no el que da título al poema anterior “Orinque”; se nos
indica quiénes fueron Safo y Catulo, pero no que la Louise Gosselet, autora del
poema “Le port de Mytilène”, es un heterónimo de Aurora Luque.
Pero estas minucias eruditas, tan
entretenidas para el crítico, no deben hacernos olvidar lo esencial. “Exegi
monumentum aere perennius” afirmó orgulloso Horacio. También Aurora Luque ha
levantado un monumento más duradero que el bronce. Émula de los clásicos, ella
misma se ha convertido en un clásico. Nada broncíneo ni marmóreo, por cierto. Taller
de sedería, palpitante inteligencia, lúcido corazón.