José Carlos Llop
Si una mañana de verano, un viajero
Alfaguara. Barcelona, 2024.
José
Carlos Llop, más poeta en sus novelas y en los escritos memorialísticos que en
sus libros de poesía, evocó en Solsticio los veranos de su infancia y
ahora hace lo mismo con los de su madurez. En uno y otro caso, estuvieron
ligados a una casa concreta, frente al mar, en la isla de Mallorca. Su pérdida,
desencadena la evocación. “Se canta lo que se pierde”, escribió Machado, y Llop
ha sido siempre fiel a esa poética.
Sorprende que en un libro lleno de
nombres de escritores –y de músicos y de pintores-- no se mencione ni una vez a
Italo Calvino, de cuya novela Si una noche de invierno un viajero procede
el título; tampoco se menciona a Esther Tusquets, autora de El mismo mar de
todos los veranos, hermoso endecasílabo repetido en más de una ocasión.
El libro se estructura en capítulos,
más o menos coherentes, pero en realidad es un conjunto de apuntes que pueden
funcionar, y quizá mejor, sin el excipiente que trata de cohesionarlos.
La preparación del dulce de
membrillo se equipara a la escritura de una novela. Pero en el hermoso pasaje
(“La mañana se iba desperezando y el perfume de los membrillos (y del agua
donde los había escaldado unos minutos) se mezclaba con la humedad de la tierra
en otoño, el aroma del ciprés y la visión de la higuera, sus hojas mustias, a
punto de caer”) disuena como un algo impostado pegote.
Afirma Llop que su libro “no es una
novela y tampoco una biografía; que no es ficción y tampoco autoficción, términos, los cuatro,
que no creo que jamás se planteara el naturalista Gerald Durrell al escribir Mi
familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los
dioses”. Algo, bastante, de autoficción hay en los libros de Gerald
Durrell, paralelos a los de su hermano Lawrence, que cuentan su estancia
infantil en una isla griega.
Uno
de los capítulos de Si una mañana de verano, un viajero (sobraría la coma),
“El príncipe de Baluchistán”, remite al Durrell naturalista, pero a Llop le
falta su sentido del humor. Su empaque y su continuas referencias librescas y
museales remiten más a La celda de Próspero donde el otro Durrell, el
autor de El cuarteto de Alejandría, narra su estancia en Corfú.
Hay más capítulos centrados en algún
personaje, como el desaparecido ermitaño Benet, y dos historias de amor
–Pandémica y Celeste--, junto a frecuentes alusiones al archiduque Luis
Salvador, presencia constante en Mallorca, al menos en la Mallorca que más le
interesa a Llop.
Disuena en este libro, dedicado a
evocar los muchos veranos –treinta y tres, precisa—pasados en una casa junto a
un pequeño puerto y una cala pedregosa “abierta al mar transparente y su fondo
de luces de colores”, las páginas dedicadas a su contagio “del maldito virus de
Fu-Manchú”, como él lo llama. Ocurrió en 2022, durante un viaje a Oporto. “La
cepa debió ser colonial: de Angola”, explica con mentalidad tintinesca, “porque
no fue un covid ligero como era la norma en Mallorca entonces”. Y la
consecuencia de la enfermedad fue que sus sueños, que antes eran los de un
poeta simbolista, pasaron a ser los de un escritor realista. En una de esas
enumeraciones a las que resulta tan aficionado, evoca sus sueños antes de ser
contaminado por “el virus chino”: “Añoraba el universo encerrado en el festín
de Baltasar y la escritura misteriosa –Mane, Tecel, Fares-- sobre los muros de
palacio; añoraba la lluvia incesante salida de una escena de Wong Kar-wai;
añoraba los arcos y puertas de la Alhambra de cuando tenía diecisiete años y
viví en Granada con mis padres; añoraba a mis amigos que ya no están y los
escenarios desde donde me visitaban como si aún estuvieran, los viajes a otras
épocas y paisajes luminosos, las visiones de Jünger, la catedral armenia de
París, la penumbra y el oro de Rembrandt, los enigmáticos poemas que olvidaba
al despertar, las calles y plazas de Burdeos: el quartier de
Saint-Seurin, Goya y su sombrero de candelas, la sinagoga…”. La enumeración
termina con una humorada: “Ser un escritor realista, aunque sea en sueños,
tiene algo de condena en vida”.
Un escritor realista es, sin
embargo, Llop en las mejores pasajes de Si una mañana de verano, un viajero,
en los que se olvida de referencias cultistas y objetos de anticuario (incluso
su perra, cuando se detiene, se convierte “en una pieza de despacho art
déco) y de contarnos esos sueños –anteriores al contagio con la cepa
“colonial” del virus-- en los que el paisaje de su infancia se convierte en un
diorama y “en la página iluminada de un Libro de Horas”.
Da la impresión de que en esta obra
al autor se le va el santo al cielo, por decirlo así, más que en otras obras
suyas. Y no me refiero a que sitúe “I faraglioni” de Capri en la costa
amalfitana (un lapsus menor), sino a párrafos como el que nos cuenta que una
tarde, “a la hora de la siesta”, recuerda la casa de Moravia en Sabaudia y a
Pasolini y un amigo dedicados “a contemplar los cuerpos como si se tratara de
estatuas de bronce junto al mar, ese vicio romano anterior a la vida de
Adriano” y luego, “a las pocas horas” (larga siesta) “la mujer que nadaba
desnuda frente a mí” (y que no se ha mencionado antes) “era una princesa
armenia nadando en el Helesponto, más allá del exilio de todos los tiempos”.
Mejor que ese escritor amanerado que
llena su prosa de bibelots, el escritor realista que va a recoger
alcaparras: “Uno de los ermitaños nos ha abierto la cancela del jardín interior
–austeridad mediterránea y conventual: piedra gris, tierra pedregosa y roja,
ladrillos con imágenes religiosas, verde de romero y las uvas, todavía
pequeñas, que caen en racimo de las parras—y hemos empezado a recogerlas a la
sombra del parral. Silencio monástico. Solo el zumbido de alguna mosca y el
tímido cacareo de dos gallinas jóvenes, como si hablaran entre sí y al llegar
nosotros guardaran sus secretos en voz baja”.
No necesita Llop modos de refinado
esteta de otro tiempo para ser el gran escritor que es; todo lo contrario. Ni
escribir en verso –al final del libro incluye un poema suyo que puede
confirmarlo-- para convertir el borroso barro del recuerdo en el oro de la
poesía.