Trescientos poetas de la dinastía Tang
Sun Zhu
Versión bilingüe de
Guojian Chen
Cátedra. Madrid,
2016.
Quizá en ningún otro país fue la poesía tan importante como
en China. En los exámenes para ocupar los más altos cargos del funcionariado
escribir poemas constituía una de las pruebas principales.
Guojian
Chen lleva más de treinta años ofreciéndonos en español lo mejor de la poesía
de su país (aunque él nació en Vietnam). Desde su inicial, Copa en mano, pregunto a la luna (que homenajea el poema más famoso
de Li Po), de 1981, hasta libros de títulos tan llamativos como Antología de poetas prostitutas chinas (2010)
o tan sugerentes como Poemas chinos para
disfrutar (2012).
Nadie más
preparado que Guojian Chen, nacido en 1938, que conoció los rigores de la
Revolución Cultural, que tradujo al chino muchas de las obras maestras de la
literatura española y reside en España desde 1991, para servir de puente entre
las dos culturas.
De la
dinastía Tang, que marca el período de máximo esplendor de la cultura china, ya
nos había ofrecido una amplia muestra. Ahora traduce íntegra la más popular y
apreciada de las antologías del período, Trescientos
poemas de la dinastía Tang, que fue preparada en el siglo XVIII por Sun Zhu
(firmaba con el pseudónimo de “Literato Solitario del Estanque Fragante”).
Pretendía sustituir a una recopilación anterior, Antología de mil maestros, como libro de texto en los colegios y
que a la vez fuera útil e interesante para los mayores. El título se basa en un
dicho tradicional: “Aprendiendo bien trescientos poemas de Tang / sabrá
escribir poesía el que no sepa”.
Guojian
Chen convierte el prólogo a esta antología en una pequeña enciclopedia sobre la
historia de China y sobre la importancia que la poesía tuvo en su cultura. Solo
de los tres siglos de la dinastía Tang –y se escribe poesía en China desde hace
más de tres mil años– nos ha llegado la obra de cerca de cuatro mil poetas. Son
cifras mareantes, ciertamente, pero Guojian Chen sabe detenerse especialmente en
la obra de los tres poetas principales de la época: Li Bai, Du Fu y Wang Wei,
con el añadido de un cuarto, quizá menos conocido entre nosotros, Bai Juyi,
pero no menos significativo.
Traducir
poesía no es tarea fácil, traducir poesía china resulta casi imposible. Los
varios nombres con que el conocido el autor más famoso –Li Po, Li Bo, Li Bai,
Li Tai-po, Li Tai Pe– nos puede servir de ejemplo sobre esa dificultad: a veces
al lector español le cuesta reconocer al mismo poeta entre los distintos
nombres o al mismo poema entre diversas versiones.
Y es que la
poesía china que se lee fuera de China o no es poesía (no lo es la versión
literal de un poema) o es obra escrita en colaboración. Por eso las
traducciones más famosas de esta poesía, las de Marcela de Juan, deberían
estudiarse dentro de la historia de la poesía española de posguerra (las
primeras se publicaron en los años cuarenta en la revista Cántico). En ninguna antología de la poesía española debería faltar
alguna de sus recreaciones de Li Po: “Al viento favorable, el navegante de los
mares / leva el ancla y emprende un largo viaje. / Pronto se pierde hasta su
estela / cual pájaro en el cielo”.
Paradójico
resulta que las mejores versiones de poesía china, al menos en español, sean
obra de poetas que, como Octavio Paz o Víctor Botas, no sabían chino: “Una
jarra de vino entre las flores. / Bebo solo, sin nadie. Pero invito, /
levantando la copa, a la alta luna. / que se enciende en la noche y, si
contamos / mi sombra, somos tres”.
El valor
histórico de esta antología resulta innegable, también el interés que despierta
en la China de hoy (hay más de setecientas ediciones disponibles), pero su valor
para el simple lector de poesía, no para el estudioso, resulta desigual. Los
poemas más extensos y narrativos, los que con razón faltan en otras selecciones
de poesía china, resultan apolillada arqueología. Así, el “Canto de la infinita
tristeza” comienza de la manera más ramplona: “El monarca de los Han, / muy
amante de las faldas, / ordenó que le buscaran / una belleza sin igual. / Más
años y años pasaron., / sin que su ardiente deseo / se hiciera realidad”. Un
poeta contemporáneo lo reduciría a los versos finales: “El cielo, y también la
tierra, / por más que sus cielos duren, / han de terminar un día. / Mas esta
inmensa tristeza / será, como el tiempo, eterna”.
Los poetas
chinos de la dinastía Tang nos hablan de separaciones y reencuentros, de la
amistad y el desamor, del rechazo a las intrigas cortesanas y de la alabanza a
la vida retirada, del sucederse de las estaciones; también del mal gobierno, de
la inutilidad de las guerras, del sinsentido de la vida. Vivieron en una
sociedad muy distinta de la nuestra (tanto como de la sociedad china actual),
pero son nuestros contemporáneos. Necesitan, para que los sintamos así, que un
poeta español les ayude a encontrar en nuestra lengua las palabras que
conserven su música y su magia. Guojian Chen, como minucioso profesor y amante
de la poesía, hace un colosal esfuerzo, aunque a veces no logra evitar que los
versos rechinen. Eso no le quita mérito a su titánico empeño de poner la
inagotable poesía china al alcance del lector español