Simon Armitage
Avión de papel. Poemas escogidos
1989-2014
Traducción, prólogo y notas de
Jordi Doce
Impedimenta. Madrid, 2024.
La
poesía sigue un movimiento pendular: tiende a acercarse o a alejarse lo más
posible del lenguaje cotidiano, a rehuir la anécdota y el sentimentalismo
–recordemos los tiempos de la poesía pura-- o a contar historias, denunciar en
verso, ser un desahogo del corazón. La segunda de esas líneas suele resultar
menos prestigiosa. La poesía que todos entienden y que a todos gusta no acostumbra
a gozar del favor de los críticos (en España, últimamente se utiliza para
referirse a ella el término de “parapoesía”). Y pretender vivir de la poesía y
sus alrededores –ahí está el caso de Elvira Sastre-- hace fruncir el ceño a los entendidos.
Simon Armitage, el más conocido y
reconocido de los poetas ingleses contemporáneos, pone en cuestión esos
esquemas. Es un autor famoso fuera de los estrechos círculos literarios,
escribe sobre cualquier tema de actualidad, reconoce entre sus maestros tanto a
Ted Hughes como a David Bowie, se le estudia en los colegios de secundaria, ha
recibido el título de Poeta Laureado. Muestra su preferencia por los temas
locales y no le interesa poco ni mucho insertarse en la gran tradición de la
lírica moderna, la que tiene a Mallarmé por uno de sus santones.
Comenzamos a leer Aviones de
papel, una amplia antología de su obra preparada por él mismo y traducida por Jordi Doce, llenos de
prejuicios. Pero no tardan en desaparecer. Buena parte de la poesía actual,
antes que buena o mala, es aburrida y borrosamente pretenciosa. Simon Armitage no
es ni una cosa ni otra. Sabe contar historias y a menudo recurre al humor, un
humor a ratos negro y al chiste no siempre del mejor gusto.
Antes de convertirse en esa especie
de oxímoron que es un poeta profesional, Armitage, que viene del norte de Gran
Bretaña, de la parte más pobre y menos convencionalmente británica, fue agente
de la condicional, y conoció bien el mundo de la pequeña delincuencia. Sin esa
experiencia no podría haberse escrito un poema como “Caradura”, que trata de la
tragedia de Hillsborough, donde 97 personas murieron durante un partido de
fútbol a causa de una avalancha, desde una perspectiva tan peculiar, igual que
ocurre con el que dedica a la matanza en el instituto de Colombine
(“Entretanto, en algún lugar del estado de Colorado, armados hasta los dientes
con miles de flores…). Esa técnica distanciadora evita la falacia patética,
aunque Armitage sea un poeta que gusta de los efectos patéticos: muchos de sus
poemas parecen inspirados en las páginas de sucesos de los periódicos.
Para saber si conectamos o no con la
poesía de Armitage basta con leer un poema como “Temporada de grosellas”,
incluido en uno de sus primeros libros, Chico, de 1992. Se trata de un
monólogo dramático, como tantos otros suyos. Lo que se nos narra es un crimen
que no deja remordimiento ninguno y que solo se recuerda cuando se sirve
sorbete de grosellas. ¿Un cuento en verso? Puede ser, pero si es un poema no es
porque esté en verso –en prosa están los que se incluyen en Ver las
estrellas, de 2010, no menos narrativos, aunque de otra manera, y no por
eso dejan de ser poemas--, sino por el sabio uso de la elipsis. En cualquier
caso, no importa mucho la distinción genérica: Armitage prefiere hacer poesía
con lo que habitualmente no es propio de la poesía, y eso es lo que valoramos
más en él.
“Realismo sucio” es el término que
habitualmente se aplica a la manera de entender la poesía que Armitage muestra en
una parte de sus poemas, pero él, al contrario que Carver o Bukowski, no suele
identificarse con el protagonista de sus textos en primera persona. No es
tampoco un poeta monocorde: la poesía narrativa alterna con la que se acerca a
la letra de la canción. Y para mostrar su versatilidad alguna vez utiliza los
temas y al tono de lo que convencionalmente suele entenderse por poesía lírica:
“Nieve”, “Lluvia” “Neblina”, “Rocío” de En memoria del agua, por ejemplo.
Acierta más cuando trata temas menos
frecuentados, como en “Motosierra contra hierba de las Pampas” (quizá habría
sido más acertado traducir “contra el plumero de las Pampas”) o en el
espléndido homenaje a Dante a la manera de Pound que es “Poundland”: el centro
comercial, símbolo del vacuo consumismo, convertido en uno de los círculos del
infierno.
Armitage no siempre nos convence, no
quiere ni puede ser sublime sin interrupción, pero nos sorprende y nos conmueve
con una frecuencia que en pocas ocasiones encontramos en un poeta traducido tan
gustoso de lo local, tan cronista de lo cotidiano. Contra lo que pudiera
esperarse, los poemas (salvo los más próximos a la canción) funcionan muy bien
en la traducción de Jordi Doce. También los fragmentos que se incluyen de sus
versiones del Hércules furioso de Eurípides y de la Odisea, en
las que insiste en un toque gore que no deja de ser marca de la casa.
Muchos tonos los de este poeta nada
monótono. A ratos parece acercarse a la greguería (“los escarabajos levantaban
los paneles solares de sus caparazones”, “las ramas de los árboles eran baldas
de una tienda / que vendía insectos como broches y cinturones de piel de
serpiente”, “las orquídeas azules se ofrecían sin pudor”) mientras que en
“Anochecer” utiliza muy eficazmente uno de los procedimientos, la yuxtaposición
temporal, estudiados por Carlos Bousoño en su olvidada y todavía fértil Teoría
de la expresión poética.
Simon Armitage resuelve una
paradoja, la de cómo ser universal insistiendo en lo local y cómo trascender a
un tiempo concreto siento minuciosamente fiel a ese tiempo. Mejor que buscar la
eternidad y trascendencia de la palabra poética, saber estar a la altura de las
circunstancias.