Lola Mascarell
Préstame tu voz
Tusquets. Barcelona, 2024.
La
poesía contemporánea adopta muchas formas, a menudo incompatibles. Quienes
gustan de una de ellas suelen desdeñar, o aborrecer, las otras. Lola Mascarell
opta por una poesía de la cotidianidad, escrita en un lenguaje aparentemente directo
y sin enigmas por resolver. La cita inicial, de la exitosa Irene Vallejo, e
incluso la viñeta de la cubierta (la silueta de una madre que juega con su
hijo), ya nos indican que no busca al lector especializado que desdeña “el
sentimentalismo primario”, tan denostado por poetas como Guillermo Carnero.
“Normalidad”, “Lo pequeño”, “Un día
cualquiera” son los títulos, bien significativos, de algunos de los poemas.
Pero, como todos sabemos, no hay mayor misterio que el de la normalidad, el de
un día cualquiera en que aparentemente no pasa nada, salvo el tiempo.
La línea clara en la que se incluye
Lola Mascarell tiene como referente principal, no a Luis Alberto de Cuenca, el
poeta al que suele aplicársele esa etiqueta, más urbano y juguetonamente
culturalista, sino a Eloy Sánchez Rosillo, pero no tanto al elegíaco de su
primera época, como al de la etapa final, hímnico y celebrativo de lo
cotidiano.
Todas las maneras de entender la
poesía tienen sus riesgos, en las que a veces incurren también los nombres
mayores, no solo los epígonos. Al vacuo hermetismo de unos, se contrapone la
banalidad de otros. Nos dejan fríos ciertos jugueteos de la vanguardia o
confusas elucubraciones más o menos metapoéticas, pero también el consabido
sonsonete de la tradición; y, por otra parte, la emoción que nos contagian los
poetas que escriben con el corazón en la mano no siempre es de buena ley.
Difícil resulta leer sin conmoverse un poema
como “Marcha”, pero la contagiosa emoción proviene más bien de la historia que
se nos cuenta: “En los últimos días / mi abuela siempre estaba / queriéndose
escapar / y había que cerrar todas las puertas”. Quizá no nos habría conmovido menos
si la escuchamos en una conversación. Y digo quizá, porque, basta releerlo,
para darse cuenta de la maestría de la autora.
Pero los mejores poemas de Lola
Mascarell son los que no bordean, o incurren, en la falacia patética. “Creación
del mundo”, por ejemplo: “Vio que el mundo era bueno y fue poniendo / cada cosa
en su sitio: / las huertas ordenadas con sus líneas / de sembrados en fila, /
las montañas al fondo, su recorte / con tijera en la mano de algún niño”.
Destaca igualmente “Ojalá”, que acierta a trascender la frase hecha con la que
comienza: “Sea lo que Dios quiera”.
En algunos casos, el poema hace
explícita su conclusión sapiencial en forma casi aforística. “Recorro con los
dedos / el brote de geranio / que plantamos ayer en la maceta” comienza el
poema “Amor”. Termina con unos versos que pueden leerse de manera
independiente: “Amar es escuchar / que en el otro resuena y se amplifica / lo
mejor de uno mismo”.
Algo
similar ocurre en “El jardín”: “Escribir poesía / es cuidar un jardín / donde
solo germina lo que muere”. Pero a veces, como ocurre en “Atención”, lo que
podría ser la síntesis final es el punto de partida. “No se puede explicar la
poesía”, leemos en el primer verso.
La cita inicial, tomada de El
infinito en un junco, aclara el título del libro, que es también el del
último poema: “En las inscripciones funerarias tempranas, los muertos rogaban
al paseante ‘préstame tu voz’ para revivir y anunciar quién yacía en el
sepulcro”. El poema final comienza de la cotidiana manera, tan cercana a la
prosa, que es habitual en Lola Mascarell: “El murmullo del bar / donde apuro
otro quinto de cerveza / me sume en un extraño aturdimiento”. Pero en ese
murmullo se entremezclan los vivos y los muertos: “Son las voces de hombres y
mujeres / que ya no están aquí, pero que hablan / a través de los vivos con sus
juegos, / sus formas de reír o de marcharse”. Una anécdota trivial, tomarse una
cerveza en el bar del pueblo, se convierte en algo muy distinto: “Estamos en el
bar / esos muertos y yo / y un tubo de neón anula el tiempo”.
Los “juegos con el tiempo” son
propios de esta poesía, como de la de Sánchez Rosillo o Francisco Brines, otro
de sus referentes. “Tiempos superpuestos” (de “superposición temporal” habló
Carlos Bousoño en su Teoría de la expresión poética) se titula uno de
los poemas más significativos del libro: “La luz que cruza ahora la ventana / y
llega hasta tu pie / y atraviesa la cuna / y avanza por el suelo del salón / no
procede del cielo / que custodia la escena desde atrás: / esa luz que ahora
toca / el milagro minúsculo del dedo / meñique de tu pie / procede de mi
infancia / y avanza sin retorno / hacia ese lugar / donde yo ya no estoy, /
pero te espero”. Aquí, al contrario que en el primero de los Cuatro
cuartetos de Eliot, son el tiempo pasado y el tiempo futuro los que se
contienen en el momento actual.
Poesía sin aparente artificio, pero
con secreta maestría, la de Lola Mascarell, que no quiere ser renovadora ni
reivindicativa, que se conforma con ser verdadera.