José Muñoz Millanes
Pre-Textos. Valencia,
2013.
“París no se acaba nunca” afirmó Vila-Matas en el título de
uno de sus más sugestivos libros. Y buena muestra de ello es que en la
colección Cosmópolis, de editorial Pre-Textos, dedicada a las ciudades, con
apenas una docena de títulos, ya hay tres que tienen por protagonista a París.
La ciudad de los pasos lejanos, el más
reciente de ellos, es obra de un minucioso erudito y de un tácito poeta, de un
sabio catedrático y de un peculiar personaje, José Muñoz Millanes, que
protagoniza más de una página en los diarios de su amigo Andrés Trapiello.
“Azorín y
París” se titula el primer capítulo y resume el núcleo inicial del volumen.
Tres largos años, los de la guerra civil, los pasó Azorín en París y en su
literatura de entonces, y de después, esa ciudad ocupa un lugar importante: le
dedicó un libro que es casi una peculiar guía turística, París, varios capítulos de sus Memorias
inmemoriales, y la convirtió en el escenario de los relatos de Españoles en París y de la novela María Fontán.
Azorín, que
se pasó la vida leyendo en francés, que era afrancesado por formación y
carácter, no hablaba esa lengua. Los tres años en que residió en París se
dedicó a callejear, a observar, a descubrir secretos rincones, a sentarse en
las estaciones del metro a ver pasar los trenes, como seguiría haciendo luego
en Madrid.
José Muñoz
Millanes ha dedicado dos licencias sabáticas del Lehman Collage (City
University of New York) a seguir los pasos de Azorín, y nos aclara puntillosamente
cada una de sus referencias y nos cuenta que ha cambiado y qué permanece de
aquel París. A veces cita a otros escritores que se refirieron a los mismos
lugares. El más frecuente de ellos es Patrick Modiano, casi otro protagonista
del libro, quien mejor ha reflejado la atmósfera turbia de los años treinta y
de la ocupación, aunque no La conociera personalmente.
Aparecen
luego Pío Baroja y José Gutiérrez Solana, que también coincidieron en el exilio
de París, y Gonzalo Torrente Ballester, que allí estaba como estudiante cuando
comenzó la guerra y que recrea esa estancia en su novela Javier Mariño. Y docenas y docenas de referencias de otros
escritores o de películas que transcurren en los mismos escenarios. Se echa en
falta una bibliografía de obras citadas, a veces de manera no demasiado
precisa, algo que contrasta con el rigor académico de otras obras del autor.
José Muñoz
Millanes ha estudiado, ha traducido y cita con frecuencia a Walter Benjamim. Su
Libro de los Pasajes, inacabada
recopilación de fragmentos sobre París, puede ser considerado como un modelo de
este volumen.
Poco parece
interesar actualmente la literatura de Azorín, apenas un nombre en los manuales
de literatura para la mayoría de los lectores; poco parece que pueda interesar
seguir sus pasos por un París tan poco espectacular como el que muestran las
fotografías en blanco y negro que ilustran el volumen.
Y sin
embargo el lector que no se deje llevar por la impaciencia que a menudo
producen el detallismo de Azorín y el de su comentarista resultará recompensado
con creces, porque pocos libros habrá que reflejen mejor la secreta poesía de
una ciudad, hecha de cotidianidad y de misterio, de trivialidad y magia.
Una magia
que está en los detalles, en los pequeños detalles exactos que unen el ayer con
el hoy, la ficción con la realidad.
Con el
París de Azorín se entremezcla el de Baroja, menos apacible, más próximo al
mundo sanguinolento de los folletines y las historias de crímenes que al
novelista tanto le gustaban. Los paseos solitarios de Baroja por los
alrededores del parque Montsouris llevan a Muñoz Millanes a hablarnos de los
subterráneos del distrito catorce o de la cárcel de la Santé , ocasionados por las
canteras de piedra de talla explotadas desde la
Edad Media. “A diferencia de los túneles
del metro, tan recientes, esta red subterránea de canteras y catacumbas había
fascinado a lo largo de los siglos la imaginación popular: se trataba de un
espacio inmediato y, a la vez, remoto por su carácter amenazador e
incontrolable (oscuridad, laberinto de galerías, derrumbes). Era la sede,
además, de los folletinescos ‘misterios de París’: allí, según los rumores,
operaban bandas de delincuentes y contrabandistas, se celebraban aquelarres y
se refugiaban los subversivos”. La cárcel de la Santé , tan presente en la
literatura y en la memoria popular, resulta casi invisible desde la calle. Hay
que alejarse lo más posible del muro que la rodea para escudriñar el edifico,
que no parece una cárcel sino “una imponente fortaleza alargada, desde donde
parece que van a disparar unos arqueros asiáticos, como en algún relato de
Italo Calvino o Dino Buzzati o en una película feudal de Kurosawa”.
De los mil
y un libros dedicados a París, La ciudad
de los pasos lejanos –centón y taracea– resulta sin duda el más insólito,
pero no el menos fascinante. Al lector le importa poco que sobre el capítulo
final o los desconchados eruditos de acá y de allá. José Muñoz Millanes nos
enseña a ver, a mirar de otra manera la realidad y la ficción, a perdernos y
encontrarnos en los caminos que llevan de una a otra.