Escrito en el aire. Aforismos, 1975-1995
Ángel Crespo
Edición y prólogo de Manuel Neila
Apeadero de Aforistas / Thémata, Sevilla, 2020.
No cabe duda de que Ángel Crespo fue un escritor excesivo. Sus publicaciones darían para nutrir la bibliografía de media docena de autores. Comenzó a divulgar la obra de Fernando Pessoa ya en los años cincuenta, antes que nadie, pero no se limito a ser un traductor del creador de los heterónimos, sino que le dedicó estudios fundamentales y con su edición y organización contribuyó al éxito de El libro del desasosiego. También Eugénio de Andrade, tan influyente en la poesía española, tuvo en Ángel Crespo su primer embajador. Y junto a la poesía de lengua portuguesa, otras muchas, entre las que destaca la poesía italiana, con la traducción de La divina comedia como más laureada labor.
Traductor infatigable, estudioso ejemplar, Ángel Crespo era ante todo poeta, con una primera etapa en la que dio un toque personal a la poesía realista y comprometida de los años cincuenta. Se inició en el postismo y nunca olvidó las enseñanzas de la vanguardia. Como tantos otros poetas de su generación, a mediados de los años sesenta entró en un período de silencio, Fue una crisis estética acompañada de un cambio vital. La asfixia del franquismo le llevó al exilio. En Puerto Rico se convirtió en profesor universitario de literatura (en España habría sido imposible: era licenciado en Derecho). Cuando volvió, ya con la democracia, el clima estético y vital era otro. Su poesía, mágica y mítica, en constante metamorfosis, enlazaba con la revolución novísima, aunque sin caer nunca en pedantescos excesos culturalistas ni cultivar la gratuita “destrucción” del lenguaje.
La muerte de Ángel Crespo en 1995, no interrumpió su presencia ni sus publicaciones. Pilar Gómez Bedate, constante colaboradora, fue dando a luz una importante obra inédita. Ahora Manuel Neila, cultivador y estudioso del género, recopila por primera vez en un volumen los aforismos completos de Ángel Crespo. En vida publicó dos breves volúmenes, Con el tiempo, contra el tiempo (1978) y La invisible luz (1981), ambos aparecidos en El toro de barro, la colección de poesía que dirigía en un pueblo de Cuenca, Carboneras de Guadazaón, uno de sus compañeros de la aventura postista, el poeta Carlos de la Rica, una especie de Jean Cocteau manchego. A esas dos colecciones, les añadió otra al reproducirlas en El ave en su aire, recopilación de la poesía escrita entre 1975 y 1984. Pilar Gómez Bedate publicó en 1998 los inéditos de La puerta entornada.
Los aforismos, convertidos en moda, son rechazados hoy por bastantes lectores. Raro es el poeta que no publica –hay varias colecciones dedicadas exclusivamente a ellos-- su colección de peregrinas ocurrencias, a menudo meras banalidades, y más raro todavía el que no insiste con volúmenes igualmente intercambiables. Ángel Crespo representa otra manera de entender el género. Escrito en el aire, que es el título que quiso dar a sus aforismos completos al incluirlos en una recopilación de su poesía, sorprenderán a la mayoría de los lectores. Agrupados en breves series, con título propio (a menudo reiterado), oscilan entre el género reflexivo y el poema en prosa que insiste en la sinestesia y en las sorprendentes comparaciones. Copio el comienzo de “Música vista”: “Beethoven: púrpura, añil y oro; Schubert: azul y granate; Schumann; violeta y negro brillante”. Todas las series dedicadas a la música se alejan de lo convencional: “Frescobaldi escribía desde lo alto del retablo del altar mayor; Correa de Arauxo, del lado de la epístola; Vitoria, en el confesionario; Perosi… entre concilio y concilio vaticano”. No menos imaginativas y brillantes resultan las series de aforismos dedicadas a los escritores. La titulada “Medios de locomoción” dice así: “El duque de Rivas escribía en calesa. Espronceda, a caballo. Bécquer, en la barca de Lohengrin, pero con otra música. Zorrilla, en una tartana, pero tirada por un pura sangre. Núñez de Arce, en un tren de cercanías”.
Hay otros aforismos de formato más habitual (generalmente con el título de “Para un arte poética” o “Decires”), pero nunca se incurre en lo obvio ni en la fácil moraleja. Ángel Crespo gusta de darle la vuelta al sentido común, de mostrarnos el revés de la realidad. Como estudioso y como creador, con los años fue acrecentando su interés por el ocultismo y los márgenes de la realidad. Su continuo afán de metamorfosis, lo explica en alguna anotación: “Estuve a punto de romper el poema recién hecho cuando me di cuenta de que se parecía demasiado a la poesía de alguien. Cuando comprendí que era a la mía, lo rompí”. Y su incansable dedicación a la crítica y a la traducción en otra: “Ser generoso: dedicar un día a nuestra obra y una semana a la de los demás, que no es obra ajena”.
A Manuel
Neila hay que agradecer que haya puesto en circulación la un tanto olvidada labor
aforística de Ángel Crespo. Si algún reparo se le podría poner como estudioso y
editor es que gusta más de las discutibles afirmaciones generales (habla de la
“máxima neoclásica” a propósito de La Rochefoucauld) que del cuidado del
detalle: los aforismos de Con el tiempo, contra el tiempo, publicado en
1978, no se escribieron entre 1975 y 1984, como reiteradamente señala, y entre
las “ediciones de poesía” no pueden
incluirse ni las Cartas a Eugénio de Andrade ni Guerra en España,
aunque el error no sea exclusivamente suyo: lo copia de la bibliografía
incluida en El ave en su aire. Pero estos reparos menores no disminuyen
el interés del volumen ni el mérito del benemérito estudioso del aforismo.