El sujeto boscoso
Vicente Luis Mora
Iberoamericana Vervuert. Madrid-Frankfurt, 2016.
Hay libros que se leen, si se leen, solo por
obligación profesional. Es lo que ocurre con El sujeto boscoso. Bastan su portada y contraportada, basta
abrirlo por cualquier página para intuir que su interés para el estudioso o el
interesado en la poesía española actual resulta escaso: mucho neologismo
terminológico y escasa consistencia conceptual. Pero obtuvo el primer premio Ángel
González de investigación literaria y su autor, Vicente Luis Mora, goza de
amplio prestigio en determinados ámbitos como renovador de la teoría de la
literatura. Parece inevitable que quienes hemos seguido con atención el
desarrollo de la poesía española en los últimos cuarenta años justifiquemos, o
tratemos de justificar, tras una o dos lecturas minuciosas, lápiz en mano, esa
descalificadora intuición.
El
título resulta ciertamente llamativo. Está tomado de una cita del poeta Antidio
Cabal que figura al comienzo: “En este libro podrás reconocer / el método de tu
yo, el sujeto boscoso”. Hasta trescientas páginas después, en el penúltimo
párrafo, no se desarrolla esa cita, que parece resumir el objeto de la
investigación: “El yo no es uno, pues, ni doble, ni trino: es boscoso, según la honda
declaración de Antidio Cabal”. Y luego continúa con la metáfora: “Nuestro yo
boscoso se forma a lo largo de los años y se adensa ocupando llanos, colinas y
valles; ninguno de esos árboles individualmente tomado somos nosotros; nosotros somos la suma, el
bosque entero, la proliferación”.
Pasemos
por alto que “boscoso” (“que está poblado de bosques”, “que tiene muchos
bosques”) y “bosque” no son enteramente sinónimos, pero ¿aclara algo sobre la
poesía española desde 1978 hasta 2015 (el ámbito que el estudio pretende
abarcar) la comparación de las diferentes personas que pueden coincidir en una
persona con un bosque o con un lugar lleno de bosques? ¿No bastaría con hablar
del “yo plural”?
El
libro se subtitula “tipologías subjetivas de la poesía española contemporánea”,
cuando en realidad quiere decir “tipologías del sujeto en la poesía española
contemporánea”, lo que no es exactamente lo mismo. Tal como está parece que no
se trata de un estudio con pretensiones científicas, sino solo de darnos la
opinión ("subjetiva", como todas las simples opiniones) del autor.
El
"sujeto boscoso" aparece en el título y en las últimas líneas del
volumen. En medio nos encontramos con muchos otros pintorescos sujetos: el yo
líquido, el yo histórico, el yo sociológico, el yo vacío, el yo dramático, el
yo prisionero, el yo penúltimo, el yo mediático (que relaciona con el vampiro),
los yoes femeninos vaciados.
La
definición de cada una de esas variantes del yo que caracterizarían a la poesía
actual se limita a menudo a una cita en que se los menciona. Vicente Luis Mora
construye su libro sobre un conjunto innumerable de citas, no importa si
contradictorias o incompletas. Las citas provienen de poetas, de filósofos, de
periodistas, de científicos o divulgadores científicos. La bibliografía final
enumera medio millar de volúmenes de versos, entremezclando los de poetas
destacados –no importa si pertenecen o no al periodo estudiado– con los de
autores desconocidos e irrelevantes. Y como en el libro no cabrían tantas citas
como ha encontrado sobre los temas que estudia nos remite a un “suplemento” que
puede consultarse solo en Internet.
Vicente
Luis Mora colecciona citas alusivas al espejo, a la sombra, al doble, al yo. De
vez en cuando hace juicios de valor, que siempre son negativos cuando se
refieren a lo que él llama “poesía de la experiencia”. A Benjamín Prado llega a
reprocharle “su falta de urbanidad” al titular un poema “Yo y Anna Ajmátova” en
lugar de, como haría una persona bien educada, "Anna Ajmátova y yo".
Al conjunto de los poetas de la experiencia, de escribir “una poesía
narcisista, poco solidaria y estructuralmente burguesa”. Hacer juicios de valor
sobre un grupo de poetas innominados no parece precisamente un ejemplo de rigor
científico. Y decir que se basan en la filosofía de Althuser y en la poesía de
Campoamor (“un poeta, a todas luces, menor y caduco”, según lo despacha Mora
citando a Brines) no hace que nos lo tomemos más en serio.
La
llamada “poesía de la experiencia” es lo único que pone en cuestión Vicente
Luis Mora. Su método es el viejo criterio de autoridad. Jamás cuestiona lo que
dice cualquiera de los múltiples autores citados, aunque resulte contradictorio
con lo que acaba de afirmar o carezca de sentido. Y para citar lo mismo le vale
un poema que un tratado de sociología o una entrevista periodística; todo lo
considera al mismo nivel, a todo concede idéntica validez argumentativa. Eso
explica que fundamente “la disgregación identitaria”, “la multiplicidad” del
sujeto posmoderno con la afirmación de Mariano Antolín Rato en una entrevista
promocional publicada en un periódico cordobés: “Vivimos en un tiempo en que
las cosas, multiplicidad de cosas, ocurren simultáneamente”. ¿Y en qué tiempo
no fue así?, le preguntaríamos al novelista y al teórico de la literatura,
He
mencionado el sujeto posmoderno. Vicente Luis Mora, como no podía ser de otra
manera, alude mucho a él, contraponiéndolo al sujeto moderno cartesiano. Nunca
lo define. Y más de una vez utiliza "moderno" en el mismo sentido. Al
final del libro, por ejemplo, cuando habla de “la angustia que provoca en el
sujeto moderno y contemporáneo la persecución de la identidad”.
Tras
una sorprendente, pero hueca, terminología ("La destrucción identitaria:
la notredad" se titula la última parte), El sujeto boscoso viene a ser una variante de los tradicionales
estudios temáticos ("El tema del espejo y el tema de la identidad en la
poesía española contemporánea" podría titularse) realizada sin más
criterio que el meramente acumulativo y camuflada con continuas referencias a
contradictorios conceptos filosóficos que no parecen bien entendidos. Todo su
aparente rigor teórico se desvanece tras la lectura, resulta pura superchería.
Quien lo leyó, lo sabe. Pero resulta un trabajoso y poco provechoso ejercicio
que yo no me atrevería a recomendarle a nadie.