Al contrario que en otras artes, España sí parece haber mantenido una continuidad sin apenas interrupciones en lo referente a la poesía. Y, al menos hasta ahora, ciertos hitos de nuestra tradición lírica –algunos versos de Lope o de San Juan, de Quevedo o Garcilaso, del romancero- parecían ser una especie de “palabras patrimoniales” que se leían en el bachillerato y quedaban en la memoria de gentes por lo demás no especialmente cultivadas. ¿No cree usted que este mínimo contacto con la poesía se ha perdido en buena parte, quizá a causa de los planes educativos? ¿No era algo clave en la educación sentimental de las personas?
El bachillerato que idealizadamente se añora, el de hace cincuenta años por ejemplo, era estudiado por muy contado número de españoles. No creo yo que el tanto por ciento de quienes podían citar de memoria a Lope o a San Juan, a Quevedo o Garcilaso, fuera mayor entonces que ahora. El imperfecto presente siempre pierde cuando se le compara con un pasado que solo existe en nuestra imaginación. Desde que tengo memoria, cualquier nuevo plan de estudios es, en opinión de la mayoría (sobre todo de la mayoría de cierta edad), peor que el anterior. Si eso fuera cierto, deberíamos ser ya todos analfabetos. Afortunadamente no es así.
En nuestro país, parece que, comparativamente, el papel de la crítica de poesía es más relevante, dentro de su ámbito, que el papel de la crítica de novela o de ensayo. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación? ¿Considera real el papel de la crítica a la hora de establecer cánones? ¿Es positivo o sólo inevitable ese protagonismo?
Sospecho que el papel de la crítica de poesía es relevante en un mundo muy limitado: el de los propios poetas. A los que creo que les afecta más que a los novelistas o ensayistas, porque estos pueden compensar malas críticas con buenas ventas. En poesía las críticas pueden ser buenas o malas, pero las ventas siempre son malas. Por otra parte, la importancia de la crítica en poesía depende menos del talento del crítico que de la difusión del medio en que se publica.
¿Ha habido en los últimos decenios una hipertrofia de antologías? El sistema de hacer antologías, ¿no alimenta el peligro de excluir a nombres competentes que, quizá por edad, no entran en grupos?
No me parece que haya hipertrofia de antologías. Cualquier visitante de librerías inglesas o norteamericanas, puede comprobar que se publican bastante más que en lengua española. Claro que no siempre se trata de antologías de nuevos nombres, que son las que aquí despiertan polémica. Una antología es válida porque incluye a poetas valiosos, y no al revés. Estar o no estar en una concreta antología no tiene demasiada importancia (ya nos incluirán o excluirán en otra, no hay poeta tan malo que no haya sido antologado). Lo significativo es que antólogos con criterios distintos coincidan en unos determinados nombres. Así se escribe la historia de la literatura, que está hecha de recuerdos y olvidos. La mayoría de los poetas de los que nadie hace caso no merecen que se les haga ningún caso (tampoco algunos a los que se hace mucho caso, pero esa es otra historia).
En otras épocas, la poesía, si no popularidad, al menos sí tuvo un cierto arraigo, quizá un prestigio que tal vez se haya perdido. ¿Dónde busca la gente la poesía ahora? ¿En la música ligera, en las canciones pop? ¿Hay ahí una cierta devaluación no ya de la palabra poética sino, por así decirlo, de la sentimentalidad?
La poesía siempre se ha buscado en muchos sitios, salvo quizá en los libros de poesía. Ni Garcilaso, ni Góngora ni Fray Luis publicaron en vida ningún libro de poesía. Hoy la poesía (aparte de estar en las canciones, en el cine, en la novela, en muchos otros lugares), la poesía en sentido estricto, se difunde sobre todo en Internet (como en el siglo de Oro se difundía manuscrita). Yo creo que nunca se han leído tantos poemas, aunque se compren tan pocos libros de poesía. Los poemas –buenos y malos, para todos los gustos-- vuelan en la red, encuentran siempre un lector atento.
De la poesía italiana a la francesa, la inglesa o, actualmente, la del Este de Europa, ¿mantienen los poetas españoles ese papel pionero a la hora de incorporar otras tradiciones?
Como siempre, hay poetas más atentos y otros menos. No conviene generalizar. Pero se puede ser un gran poeta (ahí está el caso de Lorca) sin estar al tanto de la poesía que se escribe en todas las otras lenguas.
Buena parte de la historia de nuestra poesía se ha leído según el sistema de generaciones. ¿No es ese un gran reduccionismo, que excluye a unos y agrupa, quizá injustamente, a otros? ¿Está en decadencia ese paradigma?
El sistema de generaciones es una manera de poner un poco de orden en un panorama (el de la poesía actual) que siempre resultará confuso (es el tiempo el que simplifica y pone las cosas en su sitio). Hay que tener cuidado de no confundir una clasificación meramente orientativa con la realidad. Es lo que les ocurre a muchos. Conozco hispanistas (y no hispanistas) que hablan de grupos, tendencias, generaciones en la poesía actual sin haber leído la obra de ninguno de los autores a los que se refieren; les basta con los estudios generales, los prólogos a las antologías, incluso los meros reportajes periodísticos.
En España hemos tenido revistas literarias de gran incidencia. ¿Ha menguado su papel?
Ha menguado el papel del papel. Ahora las revistas literarias más ágiles se difunden por otros medios. Ha menguado, pero no ha desaparecido. Como sigue siendo importante la edición en papel de los periódicos, a pesar de la facilidad y la gratuidad de Internet.
En la falta de apego popular a la poesía, ¿ha influido cierta voluntad de “torre de marfil” por parte de los poetas, como una vocación de exquisitez que necesita de iniciación para que un lector cualquiera pueda orientarse? Al igual que en artes plásticas, ¿no han contribuido a esta situación algunos excesos cometidos en nombre de la vanguardia?
Eso vale para unos poetas, no para otros. Hoy como ayer hay poetas que llegan a todo tipo de lectores. Yo creo que son necesarias ambas clases de poetas: los que inmediatamente tocan el corazón del lector, como José Hierro o Ángel González, y aquellos otros que apelan a la inteligencia y requieren una mayor mediación cultural. Góngora nunca desbancará a Garcilaso, ni al revés.
¿Cómo juzga usted la proyección internacional de nuestra poesía, tanto de nuestros grandes nombres del pasado como de nuestros poetas contemporáneos?
No me considero muy preparado para juzgar eso, creo que les corresponde más a quienes se ocupan de la política cultural. Lo que sí sé es que los otros países que conozco, sea Portugal o Bulgaria, siempre me he encontrado con un grupo de entusiastas lectores y buenos conocedores de nuestra poesía. ¿Pocos? Suficientes para sentir algo de vergüenza al comprobar que nosotros conocemos menos su poesía.
El nivel medio de las traducciones, ¿es bueno o mejorable?
Por bueno que sea (y yo creo que lo es), siempre resultará mejorable.
¿No hay pocos lectores de poesía en España? ¿Cómo cumplen su papel (además de con esfuerzo e ilusión) los editores? ¿Podrían sobrevivir sin el apoyo de la Administración?
Sin el apoyo de la Administración, parece que nada puede subsistir en este país, empezando por los partidos políticos. La poesía sí puede. Aunque desaparecieran todos los premios de poesía y todos los editores, seguiría escribiéndose poesía y seguiría encontrando la manera de llegar a los lectores.
¿Son precisamente los editores de poesía quienes mejor han perpetuado la belleza gráfica de la edición?
No conviene generalizar. Hay maravillosas ediciones de poesía, pero también otras que son un verdadero espanto (casi todas editadas por una Diputación, un Ayuntamiento o cualquier otro organismo público). Dejémoslo en que hay buenos y malos editores en cualquier género literario.
¿Hasta qué punto son reales las facciones, por así decirlo, en nuestra poesía actual (experiencia, silencio, etc.)? ¿Hay alguna posibilidad de entendimiento?
La vanidad de los poetas y la lucha por el escaso botín no permitirá que desaparezcan nunca los enfrentamientos entre poetas, más o menos disfrazados de rivalidades estéticas. No seré yo quien lo lamente. Es espectáculo que me divierte. Bastante más que la obra de buena parte de esos poetas que se pelean tan fieramente por un premio más o menos o por ocupar un lugar en una antología. Si los enfrentamientos entre poetas no existieran, habría que inventarlos. La poesía, ya se sabe, es otra cosa. Pero no se puede ser sublime a todas horas.