Conversaciones
sobre la vida
Ramón de la Vega
Sevilla.
Renacimiento, 2022.
El género de la entrevista inventada, de los encuentros
imaginarios con personajes históricos, cuenta con una larga tradición y un
cierto descrédito. Ramón de la Vega consigue darle una vuelta de tuerca y en Conversaciones
sobre la vida nos ofrece cuatro esbozos de novela y otros tantos debates
con Schopenhauer, Freud, Nietzsche y Leopardi.
En el
prólogo —que quizá debería
ser epílogo, al ocuparse del “cómo se hizo”—, nos indica que al principio pensó
en dialogar desde su hoy con el ayer de cuatro de los grandes nombres de
nuestra cultura; luego le pareció más verosímil dejarles esas charlas a un
contemporáneo.
En el capítulo dedicado a
Schopenhauer, se trata de un personaje obsesionado con el mundo de las
apariciones, el mesmerismo y las teorías del magnetismo animal. Por eso, entre
las páginas del filósofo, siempre prefirió las páginas dedicadas “a las
visiones de fantasmas y, en especial, sus referencias a casos tan
espectaculares como el de una tal señora Smith, quien, en cierta ocasión,
sentada en el salón de su casa, vio un cadáver tendido detrás de su silla y
murió algunos días después, o la visión que tendría el mismísimo Goethe en un
recodo del camino que le alejaba de la mujer a la que amaba cuando se vio a sí
mismo, a caballo y con la misma ropa con la que en efecto cabalgaría ocho años
más tarde de regreso a aquella misma mujer”.
Quien dialoga con Freud es un
diplomático de la República española destinado a París en 1934. Cuando se
encuentra con el creador del psicoanálisis, en la Viena de 1938, ya sabe que la
guerra está perdida. Antes nos ha hablado de la Francia que encontró en 1934:
“Había cruzado los Pirineos felicitándome de poder alejarme de la agitación que
vivía España y, sin embargo, una vez aquí, me encontré con un país
profundamente dividido que cerca estuvo de caer en su propia guerra civil”. La
mitificada historia de la Resistencia ha borrado lo que el invasor tuvo de
libertador para muchos franceses: “Recuerdo la tormenta política que supuso la
victoria de Léon Blum en las elecciones de mayo de 1936. La derecha parecía
dispuesta a todo para provocar la caída de su Gobierno y desde muy pronto se
organizaron en las calles manifestaciones en torno a un grito hoy tristemente
famoso: Mieux Hitler que Blum, mejor Hitler que Blum, coreado por los
antisemitas y los disciplinados grupos de la Liga de derechas”. Dialogando con
Freud descubre que la guerra “sería inconcebible sin las exigencias del
inconsciente y todos los oscuros instintos que este encierra”. La pesimista
visión que Freud tiene del ser humano es reforzada por una cita de Goethe, el
triunfador por antonomasia: “No quisiera lamentarme de mi destino, pero en el
fondo solo he tenido dolor y pesadumbre a lo largo de mi vida y puedo afirmar
que, en 75 años, no he gozado ni cuatro semanas de auténtico bienestar. Mi vida
ha sido un perpetuo rodar de la piedra que debe volver a subir”.
Un profesor de lengua y literatura
francesa en un Gymnasium de la ciudad de Núremberg es el interlocutor de
Nietzsche, a quien encuentra en la plaza San Carlo de Turín poco más de un año
antes de que perdiera la razón para siempre. Ha leído sus libros, le sigue, le
admire, pero no puede estar por completo de acuerdo con él. Y ese desacuerdo es
lo que impide que la conversación sea un mero pretexto para resumir las ideas
de Nietzsche.
Antes del encuentro con Leopardi, en
el Palazzo Cammarota de Nápoles, nos encontramos con una historia de amor y
política que evoca los Episodios nacionales galdosianos. Se habla de
apasionados amores imposibles en la época de la sublevación de Riego y la década
ominosa posterior. En el invierno de 1835, el protagonista de esta
historia, que ha descubierto los poemas de Leopardi en una librería de viejo,
poemas que memoriza para tratar de acostumbrar sus sentimientos “a la cadencia
de su inteligencia desengañada y luminosa”, decide viajar a Italia para
encontrarse con el poeta, al que tanto admira, pero de cuyo absoluto pesimismo
no puede participar. Le contrapone el ejemplo de Epicuro, quien a pesar de que
sufría constantes dolores, “construyó una filosofía basada en la fortaleza de
ánimo y en la superación de todos los miedos”.
Tras discutir —por persona
interpuesta— con esos cuatro analistas de la condición humana, Ramón de la Vega
formula una teoría propia, que él denomina de la dualidad emocional: “por una
parte, el infortunio general y, por otra, la alegría individual, dos
experiencia a las que deberían darse dos respuestas diferentes”. En un caso, la
averiguación de las causas del malestar y sus posibles soluciones; en el otro,
la aceptación del misterioso origen psicológico de nuestros momentos de
entusiasmo. Debemos racionalizar las penas, pero dejar que nos arrastren
ciegamente las alegrías.
No es necesario, sin embargo,
participar de las conclusiones de Ramón de la Vega para sentirse enriquecido
por un libro que aúna la ficción con el ensayo y se atreve a enfrentarse de
manera no convencional con las grandes cuestiones de la existencia.