Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000)
Araceli Iravedra
Centro para la
Edición de los Clásicos Españoles
Visor, Madrid, 2016.
No sabemos cuáles son los “negocios” del académico Francisco
Rico que denunciaba Pérez-Reverte en una sonada polémica. Las sospechas apuntan
hacia la colección de clásicos en que se integra la documentada antología de
poesía contemporánea que firma la profesora Araceli Iravedra. Se explicarían
así sus más disonantes peculiaridades, que comienzan poe el inadecuado título.
Un estudio-antología que abarca el período 1968-2000, según se indica, no puede
titularse Hacia la democracia, sino,
todo lo más, Hacia el siglo XXI. Pero
tampoco las fechas que indica el subtítulo resultan muy precisas: los poetas
que incluye comenzaron a publicar antes de 1968 (alguno, incluso, para esa
fecha ya había dado a conocer lo mejor de su poesía: es el caso de Pere
Gimferrer) y continuaron haciéndolo después del 2000. La nota de solapa, firmada
por el profesor Rico, habla de la inclusión de “adecuadas muestras de las
traducciones y de la canción popular de la época”, pero no hay ninguna muestra ni de las traducciones de Martínez
Sarrión o de Jenaro Talens (o de la esplendida Segunda mano de Víctor Botas) ni de las letras de Serrat, Sabina o
Radio Futura en esta antología, que quiere ser canónica, que “no busca
arriesgar apuestas, sino confirmar valores”.
Incluye
treinta y cuatro poetas de dos generaciones: la de los nacidos entre 1939 y
1953, que incluye nombres tan disímiles como Leopoldo María Panero o Eloy
Sánchez Rosillo, y la llamada “generación de los ochenta”, cuyo poeta “más
relevante”, a jucio de la antóloga, sería Luis García Montero. De los autores
que comenzaron a publicar en esa década, los dos más jóvenes son José Luis
Piquero y Lorenzo Oliván, con los que concluye este sugestivo, aunque
inevitablemente incompleto, recuento.
Como ocurre
con cualquier antología, resulta inevitable que queden fuera algunos nombres
principales y que otros resulten intercambiables por poetas de similar interés;
sobrar no sobra ninguno, aunque dos –Olvido García-Valdés y Ada Salas– quizá
disuenen del conjunto.
Y es que,
curiosamente, aunque pretende ser histórica, no tomar partido por ninguna de
las estéticas del período, la selección de Araceli Iravedra se inclina
claramente por la que suele llamarse “poesía de la experiencia” (en el sentido
amplio del término que ella explica en las páginas 80-101 de su prólogo) y que
otros prefieren denominar “poesía figurativa”. Curiosamente, cuando un poeta ha
pasado por distintas etapas –pensemos en el Guillermo Carnero, en Jenaro
Talens, en Sánchez Robayna– la selección deja de lado, o apenas incluye, la
producción más rupturista, la más próxima a la estética convencionalmente
denominada “novisima”, para centrarse en la que se aproxima a la “vuelta al
orden”, al culturalismo implícito y al tono experiencial de los ochenta.
La
introducción a cada poeta resulta impecable. Araceli Iravedra, conoce bien lo
que la crítica ha dicho de ellos y sabe sintetizarlo adecuadamente. La
selección de poemas, obra en buena parte de los propios autores, es amplia y,
por lo general, representativa. Con buen criterio, no se señalan las posibles variantes
de los poemas (esas indicaciones de si el poeta quita o pone una coma respecto
de una edición anterior que algunos confunden con el rigor académico) y las
notas aclaratorias van al final del volumen, sin interrumpir la lectura de los
textos.
Esas notas
constituyen uno de los alicientes del volumen. Cierto que algunas pueden
considerarse prescindibles (Internet aclara de inmediato la mayor parte de las
referencias culturalistas), pero la mayoría compendian lo dicho por críticos
anteriores o por el propio poeta (especialmente ilustrativas resultan las muy
precisas observaciones de taller de Miguel d’Ors o las aclaraciones de José
Luis Piquero).
El trabajo
de Araceli Iravedra, aunque acá y allá nos ofrece una inteligente observación
propia, es más de paciente recopilación de material ajeno que de aportación
personal. Quizá por eso no pone ninguna nota a poemas podrían necesitarla, como
“Una alucinación”, de Lorenzo Oliván: “Entramos en el recinto de lo cuadrado.
La paleta metálica, repleta de cemento, golpea en lo cuadrado, precisa de un
sonido seco, cortante, duro, para alzar lo cuadrado”. El lector habría
agradecido la indicación de que el poeta está hablando de un cementerio.
Las
limitaciones del modo de hacer de Araceli Iravedra –que en nada disminuyen el
interés del volumen ni para el estudioso de la poesía contemporánea ni para el
borgiano lector hedónico– se hacen patentes en el extenso prólogo, que no es
propiamente tal, sino el resultado de un “Proyecto de Investigación financiado
por el Ministerio de Economía y Competitividad”, uno de esos obligados trabajos
académicos que, en buena medida, carecen de otro interés que el meramente
curricular. La autora debería haber eliminado casi un centenar de páginas que
no se refieren al ámbito de la antología, que se ocupan de poetas posteriores
–mezclados los valiosos con otros sin interés ninguno– por lo general no
refiriéndose a su obra, sino a las declaraciones que han hecho sobre su ella y
sobre su intención de romper con la poesía anterior (una pseudo ruptura tan
pintoresca que, en algunos caso, consiste en “volver a Baudelaire” o en
ocuparse de los marginados).
La
objetividad académica de Araceli Iravedra solo resulta adecuada cuando se trata
de poetas que ya han realizado su obra y han sido estudiados por la crítica.
Aplicar el mismo método a la poesía más actual y a las nebulosas poéticas de
docenas de prescindibles antologías sirve únicamente para aumentar la confusión
de los lectores.
Pero este
tipo de libros no son de los que se leen de la primera a la última página. Podemos
empezar por el poeta que más interés nos despierta e ir saltando de uno a otro,
según las apetencias de cada momento, y si queremos conocer la historia
literaria de esos años, sus varias poéticas y sus polémicas, acudir a las
páginas 20 a
101 del estudio preliminar.
Araceli
Iravedra, con Luis Bagué la más aplicada estudiosa de la poesía actual, nos
ofrece una antología inevitablemente imperfecta (hay algún lapsus: en la página
865, confunde a Rafael Guillén con Rafael Morales) y discutible, pero también
imprescindible.