Línea de nieve
Gabriel Insausti
Pre-Textos. Valencia,
2016.
Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969) es un escritor todo
terreno que lo mismo publica rigurosos estudios académicos que poesía, novelas,
diarios, libros de aforismos, traducciones (entre ellas, las más completas y
rigurosas de muchos poetas ingleses). Como suele ocurrir en estos casos, tanta
fecunda laboriosidad actúa en contra suya: unos libros tapan a otros.
Las mismas
características de rigor y desmesura que en su obra en general encontramos en Línea de nieve, su última entrega
poética. La variedad de tonos y un cierto gusto por el virtuosismo técnico pueden
dificultar la lectura.
Dos son las
principales maneras de hacer que muestra el nutrido volumen. De un lado están
los poemas breves, un poco en la línea de Miguel d’Ors, como “Destello”, que
ejemplifica “la impávida hermosura del mundo” en cuatro garzas “blanquísimas,
muy quietas, en hilera / sobre el espejo del regato, / igual que una escuadrilla
de hidroaviones / a punto de marchar hacia otra parte”.
Abundan los
leves apuntes paisajísticos, los poemas en los que no parece pasar nada, pero
en los que con preciso ingenio se recrea un instante cotidiano y mágico:
“Crónica”, “Proyecto para locus amoenus”,
“El sendero”. En esa línea puede incluirse también la serie de haikus. “Se
aclara el día / y un anciano decide / acompañarlo”. O los poemas
circunstanciales que bordean el sentimentalismo, pero que no incurren en él,
como los dedicados al cumpleaños de los hijos.
A ese tono
conversacional, a esos poemas en los que el aparato retórico aspira a volverse
invisible, en que se disimula el artificio del verso, se añade otro, en abierto
contraste, que juega con la rima (incluso con el ripio) y en ocasiones da la
impresión de que el texto desarrolla un tema propuesto de antemano, casi como un
ejercicio de clase.
Un primer
ejemplo lo encontramos en “La estatua de Mao en Kashgar”, escrito en sexta
rima, una estrofa poco frecuente en la poesía contemporánea: “Así te
imaginaron: los pies juntos, / un pliegue en los faldones del gabán, / la
botonera doble, en ocho puntos / (como tu Disciplina,
que el Gran Khan / sin duda aprobaría), y esa estrella / refulgente en tu
gorra, casi bella”.
Son poemas
que recuerdan a cierto Auden (el de Cartas
de Islandia, por ejemplo), al Espronceda de El diablo mundo o al Rubén Darío de la “Epístola a la señora de
Lugones”; y detrás, y como modelo de todos ellos, el Don Juan de Byron. A veces da la impresión, en “Carta a Ramuntxo” o
en “Amanecer en Wall Street”, que el poeta se deja llevar demasiado por el
funanbulismo de las rimas y no desdeña el tópico: “y entre la multitud / ebria
de dopamina / hay quien pide fast food,
/ silba, fuma, camina / o apura el aguachirle / que aquí llaman café”.
Pero no
todos los poemas extensos son de la misma clase. “Preludios” (el título alude a
la conocida obra de Wordsworth) recrea en diez sintéticas viñetas su evolución
vital e intelectual. “Bruto a Ovidio” vuelve al género clásico de la epístola
(tan utilizado en las escuelas de retórica) para, en una transposición
temporal, ofrecer una crítica del mundo contemporáneo, quizá un tanto banal(se
habla del Whatsapp y del McDonald’s).
Otro poema
extenso “Chiesa Santa Croce” se basa en una noticia periodística (“La comisión
de Cultura ha aprobado una moción que revoca el bando que desterró al poeta de
la ciudad”) para hablarnos de la sorpresa de Dante al volver a la Florencia
actual. Como complemento, “Inferno, XXXII” traduce –reproduciendo laboriosamente
los tercetos encadenados– un amplio fragmento de La divina comedia. Se agradece el esfuerzo, pero no parece que
encaje demasiado con el resto del libro ni que se entiendan bien esos versos de
Dante desgajados del contexto y sin notas.
Línea de nieve habría ganado, si no con
una poda, sí con una adecuada estructuración del conjunto, con una más atinada
edición (la labor del poeta no termina al acabar el poema, sino al disponerlo
en el volumen en que lo presenta al lector: la ordenación, la división en parte
tienen también una función estética).
Pero, al
margen de exhibicionismos y virtuosismos (en absoluto desdeñables), bastan
media docena de poemas breves para hacer memorable este libro. Son poemas en
que, como en “Regreso de la Ulzama”, el poeta intenta dar a sus visiones de la
naturaleza y a su experiencia de la vida “un sitio en la memoria, un poso, un
orden / eterno en que tal vez me sobrevivan”.
En el país de las adivinanzas nadie sabía por qué adivinaba. O sí. Era su particular ritual de eliminación, la selección de los fuertes. A veces alguien decía que eso no era necesario, que podían jugar sin excluir a nadie. Entonces era cuando más se ensañaban, porque la partida había terminado demasiado pronto.
ResponderEliminar© María Taibo