Gaziel
Pláticas literarias
Edición e introducción de Francisco
Fuster
Fundación Banco Santander. Madrid,
2024.
A
Agustí Calvet (1887-1964), que se preparaba sin ganas para profesor de
filosofía, el fracaso en unas oposiciones y un afortunado encuentro con Miquel
del Sants Oliver, director de La Vanguardia, le convierte en periodista.
En los años veinte y primeros treinta, con el pseudónimo de Gaziel, es uno de
los grandes de su tiempo. La guerra civil le deja al margen de los dos bandos,
pero a su largo exilio interior se deben algunas de sus obras fundamentales,
como los tres libros dedicados a la península ibérica o sus lúcidas y doloridas
Meditaciones en el desierto, aparecidas ya póstumamente.
En la “autobiografía de un
pseudónimo”, escrita en 1927 a petición de La Gaceta Literaria, podemos
leer: “De mi padre, un tal Agustín Calvet, a quien si no fuese por mí nadie
conocería, debo decir, francamente, que me parece un pobre hombre. Es catalán y
del Ampurdán; esto es, de lo más catalán que pueda darse en el mundo. Pero, a
pesar de su profunda catalanidad, de la que está muy satisfecho, siempre ha
tenido la manía de rebasar sus límites originarios. España le interesa más que
Cataluña, la Península Ibérica más que España, Europa más que la Península
Ibérica, y por encima de todo, lo humano de Terencio, la Humanidad”.
La reedición de los libros de
Gaziel, aunque constante en los últimos tiempos, no ha tenido la suerte de los
de Chaves Nogales, con quien tanto tiene en común. Chaves Nogales se ha
convertido en un clásico y en uno de los mayores representantes de esa España
liberal que se niega al enfrentamiento cainita; Gaziel sigue siendo un raro, no
demasiado catalanista para unos, demasiado catalán para otros.
Francisco Fuster reúne ahora un
puñado de artículos de crítica literaria y artística publicados en El Sol y
La Vanguardia en los años veinte y primeros treinta. Pudieran parecer
obra menor, mera curiosidad. El índice, como de manual, ayuda poco a despertar
el interés. “Literatura universal” se titula la primera parte y los capítulos:
“William Shakespeare”, “Goethe”, “Stendhal”. ¿A qué leer hoy lo que se dijera
de la vida y obra de tales autores en un articulo periodístico de hace un
siglo?
Pero esos títulos y esa
clasificación no son del autor, sino del editor, que se ha permitido prescindir
de los títulos originales, mucho más sugestivos y que no hacen pensar en las
entradas de un diccionario enciclopédico. ¿Se ha tomado otras libertades? No lo
sabemos, pero nos resulta extraño que Gaziel, en un artículo de 1925, hable de
la Primera Guerra Mundial, como si ya supiera entonces que iba a haber una
segunda.
Estas Pláticas literarias –el
título del libro sí es el que Gaziel dio al conjunto de sus colaboraciones-- tienen
poco que ver con la divulgación cultural o la perecedera reseña de la
actualidad bibliográfica. Abundan las notas costumbristas (el primer capítulo
habla más de Barcelona que de Shakespeare), las anécdotas autobiográficas, las
observaciones poco convencionales sobre los escritores que ha conocido, las
ideas brillantes que a veces se condensan en un aforismo.
A propósito de Joseph de Maistre escribe: “Hay
dos clases de polemistas: la vulgar, la de aquellos que, apenas abren la boca, os
obligan a volverles la espalda, abrumados de hastío; y la otra, rarísima, de
los que os agarran bruscamente a la inteligencia y al corazón, como una fiera
enemiga, y os obligan, quieras o no quieras, a luchar con ellos”.
Gaziel es un polemista de la segunda
clase, pero no nos obliga a luchar con él, sino a pensar con él, nos ayuda a
ver más claro, a caer en la cuenta de obviedades en las que no habíamos
reparado. No importa que no estemos de acuerdo con sus afirmaciones y que
sigamos no estándolo después de haberle escuchado. Tampoco lo fallido de alguna
de sus profecías. En 1924, duda de cuál será el futuro de las obras de Loti,
Barres o Proust. De Anatole France, que acababa de fallecer, no tiene ninguna
duda: “es de los rarísimos privilegiados que no solo se libran del infierno,
sino que además se zafan del infierno y alcanzan directamente la gloria del
paraíso. Su muerte no es una incógnita: es una ascensión”. ¿Y dónde queda hoy
esa gloria frente a la de Proust? Ya en 1924, France era un escritor de otro
tiempo.
Sus observaciones sobre Murillo
resultan, por lo general, muy atinadas: “Lo que me desazona ante ese célebre
pintor no es una falta pictórica. Es una falta de carácter”. Pero de pronto nos
sorprende con una salida de pata de banco que muestra a las claras como de
ciertos prejuicios, que han durado hasta casi ayer mismo, no se libraban ni las
mentes más lúcidas: “Da verdadera rabia imaginar lo que ese afeminado habría
sido capaz de pintar de haberse hecho más hombre”.
Aunque
desbarre alguna vez, son más las ideas felices: léase lo que dice sobre el
teatro de los hermanos Quintero, donde distingue entre la pintura a la acuarela
y la pintura al óleo; o sobre la poesía de Josep Carner, que explica por qué
ciertos poetas, tenidos por grandes en su país, carecen de interés fuera de él.
Los tres artículos reunidos bajo el epígrafe de “Lev Tolstoi”, que no hablan
propiamente del escritor, constituyen un espléndido relato ambientado en la
Rusia revolucionaria, casi un cruel cuento de hadas.
Lo que afirma Gaziel de Eduardo
Gómez de Baquero podría aplicársele a sí mismo: “Para juzgar de las cosas, las
ideas y los hombres, no usaba medidas patentadas. Era ante todo un espíritu
libre y su instrumento de juicio no fue un metro convencional; era una luz
eterna: la razón humana. Por esto amaba sobre todo el aire indispensable para
que esa perenne estrella respire y palpite, que es el aire de la libertad. Se
comprende que el liberalismo fuese su única intransigencia, porque para él era
tanto como el derecho a la vida y el consiguiente instinto de propia defensa”.
Pláticas literarias es una
obra aparentemente menor de un escritor que no tiene obras menores.