Estos días azules y este sol de la infancia
Poemas para Antonio
Machado
Visor Libros. Madrid,
2018.
Las antologías temáticas rara vez son antologías; los libros
de homenaje no lo son nunca. Una antología supone dos criterios: el primero
señala el campo a abarcar (una generación, un siglo, un autor, un movimiento);
el segundo, separa el grano de la paja, selecciona solo los mejores poemas.
En las
antologías temáticas –poemas al padre, a Nueva York, al libro o al fútbol– el
antólogo suele conformarse con que el asunto elegido aparezca en el poema,
aunque sea muy tangencialmente; en los libros de homenaje, se acentúa el todo
vale, lo que cuenta es la amistad, la admiración y la buena intención.
Para celebrar
su número mil, algo insólito en una colección de poesía y solo conseguido por
algunas ediciones de bolsillo, Visor ha reunido una serie de poemas en homenaje
a Antonio Machado. Unos pocos ya habían sido escritos con anterioridad; la
mayoría son poemas de encargo, una glosa del último verso de Antonio Machado,
que da título al conjunto: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
El resultado es tan heterogéneo
que sirve muy bien para representar a una caótica colección de poesìa donde los
nombres imprescindibles de las últimas décadas alternan con otros más que
prescindibles, ganadores por lo general de algún concurso, y las excelentes
traducciones con las manifiestamente mejorables.
Casi un
centenar de poemas contiene Estos días
azules y este sol de la infancia pero hace falta muy buena voluntad para
encontrar más de una docena de poemas. En su mayor parte resultan naderías (no
importa si firmados por nombres respetables: Claribel Alegría, Antonio
Colinas); solo en unos pocos casos resultan representativos de su autor. Un
ejemplo, las “Diferencias” de Antonio Carvajal, con su cuidada y algo
manierista versificación: “Todo respira paz: la misma rosa / de ayer, su igual
color, su igual perfume; / el mismo viento y fronda rumorosa; / la misma sed
que abrasa y no consume / el cristal del arroyo; los bulbules / –coros de amor
astrales– / con su misma canción; la igual fragancia / de las cómodas anchas,
maternales. / Pero no son los mismos días azules / ni este es el mismo sol que
hubo en tu infancia”. Otro ejemplo: Pablo García Casado y su poema en prosa
sobre el acoso escolar. A veces el poeta parece caricaturizarse a sí mismo,
como Manuel Vilas en la enumeración feísta de su “Vida de un hombre cualquiera”
o Luis Antonio de Villena en la versiprosa de “El tiempo siempre es algo
distinto”.
Muy pocos
poetas salen con éxito del encargo: Felipe Benítez Reyes y sus serventesios
alejandrinos asonantados, Lorenzo Oliván y su oración al Dios ibero, Luis
Alberto de Cuenca y su memoria de infancia.
Ada Salas,
de acuerdo con su estética minimalista, reduce al máximo la glosa, exactamente
a dos adverbios, también muy machadianos (“Hoy / todavía / estos cielos azules
y este sol de la infancia”), mientras que Joaquín Pérez Azaústre, José Luis
Rey, Antonio Lucas o Juan Carlos Mestre dan rienda suelta a su verbalismo
habitual (no exento de encanto en el caso de Rey ni de eficacia, aunque más en
la recitación que en la lectura, en el caso de Mestre.
Por lo
general, los poemas que se salvan del libro ya se habían escrito antes (no
siempre el encargo es la mejor musa) y otro habría sido el valor de esta
antología si se hubiera limitado a seleccionar entre los poemas dedicados a
Antonio Machado, algunos tan espléndidos como “Fatum”, de Miguel d’Ors, o
“Camposanto en Colliure”, de Ángel González. Con este último dialoga el de Luis
García Montero, que nos habla de otra visita, años después del famoso viaje
generacional de 1959, a ese cementerio:
“Se conmueve el camino a la orilla del mar. / Parece un látigo en el aire / de
febrero lluvioso. / Cuando baja del coche, / Ángel González duda, / pone sus
pies heridos en la historia / y sube muy despacio, / entre muros franceses / y
casas repintadas / con el azul de los veranos / hasta llegar al cementerio”.
Antonio
Machado, tras su muerte en el exilio francés, se convirtió en algo más que un
poeta, en un símbolo cívico, lo que acabó transformándole en una figura de
cartón piedra y potenciando la parte más caduca de su obra.
Muchos de
estos prescindibles ejercicios insisten cansinamente en esa huida de España y
en la muerte en la pensión Quintana. Se agradece por eso el cambio de tema de
Jenaro Talens, una elegía a su abuela muerta en tierras distante, e incluso el
despiste de Clara Janés, que manda un poema dedicado a Max Planck (donde, por
supuesto, no se menciona el verso de Machado) y en la editorial, marca de la
casa, no hay nadie que se dé cuenta.
Aunque
incluya algún poema entre tantos ejercicios, el lector de poesía puede
prescindir de este libro, que sin embargo dará mucho juego en los talleres
literarios, al enseñarnos no cómo escribir un poema, sino cómo no escribirlo.