miércoles, 14 de febrero de 2024

Verso y reverso


Eduardo Jordá
Doce lunas
Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2024.

Eduardo Jordá, narrador, ensayista, traductor, además de poeta, ha reunido lo más significativo de su obra poética en Doce lunas, un libro de versos que no se parece a ningún otro libro, que se lee en buena parte como un libro de viajes. Cada poema va acompañado de un relato sobre las circunstancias en que se escribió. Y esas páginas en prosa muy a menudo no desmerecen junto a los poemas e incluso en ocasiones los opacan.

            Cuando cuenta –en prosa o verso--, en las viñetas viajeras o en las evocaciones biográficas o autobiográficas, Eduardo Jordá es un maestro. Más discutible resulta en los poemas más “poéticos” o en las reflexiones sobre la poesía. “Un poema ocurre, de golpe, sin previo aviso”, al contrario que un relato que implicaría “un lento proceso de aproximación”. Pero lo que se indica para el relato vale para la poesía, o al menos, para su poesía: “De repente, uno empieza a oír conversaciones que no sabe de dónde llegan, o percibe una extraña luz en un lugar que no sabría situar en ningún sitio concreto, o recuerda el momento en que su abuelo levantó el bastón, señaló una cerca de piedra y dijo: Hasta aquí llegaron los rojos”.

            Nunca aburrido –al contrario de lo que suelen ser la mayor parte de los correctos y convencionales libros de versos--, a menudo emocionante, casi siempre memorable, Eduardo Jordá gusta de afirmaciones contundentes que resultan muy discutibles. Y no nos referimos solo al ejemplo de “poesía cívica” –dice detestarla-- que incluye el libro, “Doctor Fedriani”. Independientemente de cuáles sean las ideas políticas de cada cual, el poema resulta poco creíble. Así comienza: “Fue en el peor momento, / en lo peor de todo, / cuando tu vida se iba a la mierda / y cuando tu país se iba a la mierda: / en octubre del año diecisiete, / recuérdalo tú y recuérdalo a otros”. Y continúa: “Fue cuando se reían de tu patria, / cuando todos mentían sobre tu patria, / cuando arrastraban a tu patria por el suelo”. Un poco exagerado nos parece eso –solo se trataba de si se permitía o no hacer una consulta a los ciudadanos de una determinada autonomía--, pero en un fanático patriota podemos aceptarlo como verosímil. Lo que suena a falso, a radicalmente falso, es que recupere la esperanza porque en un barrio de Sevilla vea expuesta una bandera española junto a una dominicana. En la prosa que acompaña al poema, leemos: “Algún día me gustaría encontrarme a aquella persona de origen dominicano que colgó las dos banderas en su ventana y simplemente darle las gracias”. Si las hubiera colgado en un barrio de Barcelona, se entendería que tuviera algún mérito; el mérito en Sevilla sería colgar la estelada.

            Considera Jordá el poema “Pero sucede”, que inicia el libro y es una especie de poética, como el mejor que ha escrito. El prodigio, lo inexplicable, ocurre algunas veces. Tras enumerar algunos casos, termina así: “Y una familia entera, en la cámara / de gas, se abraza y da gracias a Dios”. ¿En la cámara de gas? ¿Y quién pudo informar de ese abrazo y de ese acto de gratitud? No hubo testigos en ese acto final de la barbarie.

            Con cierta frecuencia, el texto en prosa vuelve prescindible el poema. Es el caso de “Tres fresnos”, con su evocación de una estancia en un lugar perdido de Irlanda. Las páginas viajeras –además de Irlanda, Chile, Portugal, Filipinas-- son abundantes en el libro y confirman que el autor es un maestro en el género.

            Abundan también los monólogos dramáticos –hablan Ofelia, el poeta Edward Thomas, los músicos Charlie Parker y Brian Wilson-- y en estos casos el poema suele ser tan interesante como la prosa que viene a continuación y que nos cuenta la misma historia en tercera persona. No ocurre así en un poema como “Halcón en el poste”. La prosa tiene toda la magia de las estampas viajeras de Eduardo Jordá, pero el poema, puesto en boca del halcón, no se sostiene junto a ella. Esto es lo que piensa el halcón, muy cernudianamente, mientras no se mueve del poste: “Es domingo. Ya tocan las campanas. / El diente de león, las mariposas, / el murmullo del agua en el arroyo: / todo es bello, lo sé, pero lo bello / ya no me dice nada. / Y ahora también las nubes me susurran: / ‘Síguenos ya’. Y las hojas se retuercen / en una especie de éxtasis / que es principio y final, como el amor / que no se sacia nunca, / y que no es suficiente”.

            “Tonto y yo” es otro sugerente relato, en prosa y verso, sobre un gato vagabundo. Pero en el poema, en los versos finales, tras disfrutar de los últimos rayos de sol, el gato mira al narrador y le pregunta: “¿Por qué no me dijiste / que esta felicidad / iba a durar tan poco?”.  Que el gato pregunte, o parezca preguntar, entra dentro de la lógica del poema, pero no la pregunta tan humana y tan poco acorde con lo que de él se nos ha contado.

            No beneficia a la poesía de Eduardo Jordá la compañía que les ha dado en Doce lunas. Ni tampoco el que, acá y allá, nos vaya dando sus ideas sobre el trabajo poético, con las que no siempre es fácil estar de acuerdo. En la prosa que acompaña a “Nubes” confunde el verso libre con los versículos y dice que los primeros versículos que leyó fueron los de Borges en Fervor de Buenos Aires, donde no se utilizan.

Pero es un poeta, un poeta de verdad, tanto más poeta cuando menos se deja llevar por el énfasis melodramático de poemas como “Consejo”. Y quien lo dude que lea “Corazón”, “Cementerio indio”, “Doce lunas”, por citar solo unos pocos ejemplos de los que incluye este libro, no por discutible, o más que discutible, a ratos, menos admirable.

            Eduardo Jordá es poeta en prosa –sin necesidad de escribir poemas en prosa, o lo que habitualmente se entiende por tales-- tanto como en verso.  Y no solo en sus relatos, también en su artículos. Léase la recopilación Fuera, en la oscuridad –el título es el de un poema de su admirado Edward Thomas-- y se verá como de casi cada uno de esos artículos se puede extraer, sin demasiado esfuerzo, el poema que está parafraseado en él.



5 comentarios:


  1. "Nunca aburrido –al contrario de lo que suelen ser la mayor parte de los correctos y convencionales libros de versos--, a menudo emocionante, casi siempre memorable...", se dice por un lado. Y luego se demuestra de manera irrefutable que Eduardo Jordá es un poeta muy medicre que apenas sabe lo que es la poesía (ese "cuando tu vida se iba a la mierda / y cuando tu país se iba a la mierda: / en octubre del año diecisiete" lo demuestra bien).

    El hecho de explicar cómo surgieron sus poemas se justificaría en el caso de que fueran grandes poemas muy conocidos. Pero escribir:

    "Era un cálido día de febrero de 1999. Mi hija Vera tenía un año. Yo la llevaba en cochecito por la Puerta de Jerez, en Sevilla. Cuando pasábamos frente al palacio de Yanduri, sentí una fuerza inexplicable que ascendía desde la tierra y que me dictaba estas palabras: «No sabemos por qué, pero sucede». Cuando llegué a casa, nada más bajar a Vera del cochecito, corrí con mi hija en brazos a escribir el poema en el ordenador (siempre que puedo, escribo los poemas en el ordenador). Algunos versos los escribí con una sola mano, mientras sostenía con la otra a mi hija. Y el poema, como aquel que dice, se escribió solo"

    a propósito de un poema tan trivial (e incluso contestable en sus últimos 4 "versos") como "Pero sucede", es ridículo:

    PERO SUCEDE

    No sabemos por qué, pero sucede.
    Una niña perdida vuelve a casa.
    Llueve y llueve en mitad de un gran desierto.
    El cielo se abre en dos, y nos acoge.
    Los muertos nos susurran al oído.
    Un testigo prefiere la verdad
    al dinero o la calma. Un ambicioso
    rechaza la injusticia provechosa.
    En una celda inmunda, un pobre diablo
    se niega a delatar a un compañero.
    Una mujer y un hombre –o bien dos hombres,
    o dos mujeres– se aman hasta el fin.
    Y una familia entera, en la cámara
    de gas, se abraza y da gracias a Dios.

    Hay otros "trozos" de poemas suyos poéticamente más que dudosos:

    "Los gorriones
    bailan entre las ramas
    mientras construyen el nido,
    y en esa música hay felicidad,
    como la hay en los conciertos barrocos
    para trompa de caza."

    Ahora comprendo por qué Jordá es un poeta del que nunca había oído hablar.

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  2. Muy interesante, gracias por traerlo, un artículo estupendo.

    Un abrazo

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  3. Hombre Pablo, "Pero sucede" es un buen poema. Está hablando de esos milagros que a veces pasan, esos rompimientos de Gloria: lo de la cámara de gas no tenía que estar sujeto a la verdad, como todas las demás cosas que se cuentan, pero creo que siendo tan dramático no funciona literariamente a no ser que fuera un hecho real y conocido. Y toda esa promiscuidad de "Una mujer y un hombre –o bien dos hombres,/ o dos mujeres–/ se aman hasta el fin." se podía hacer zanjado castamente con "Dos personas se aman hasta el fin". En todo el poema es bueno, creo.

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  4. Jaime, del Holocausto se ha usado y abusado demasiado para provocar emociones previsibles. Yo creo que no es el mejor poema de Jordá y que resulta mejorable

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  5. Aconsejo leer el artículo La luna de noviembre de Manuel Gregorio en Diario de Sevilla.

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