José Luis García
Martín
IRÓNICOS RELÁMPAGOS
Ironías
Ramón Eder
Prólogo de Carlos
Marzal
Renacimiento.
Sevilla, 2016.
El aforismo, como el haiku o el microrrelato, es un género
literario que está de moda, aunque quizá más entre los escritores que entre los
lectores. Los tres tienen en común la brevedad y la aparente facilidad. También
comparten su cercanía con la ocurrencia ingeniosa (a veces no son más que eso)
y el que su modo de difusión más adecuado no es (ni fue nunca) el libro: están
hechos para ser citados o encabezar otros textos más amplios, para ser
incluidos en la conversación, para circular por la Red, para ser recopilados en
antologías, por lo general de varios autores.
Los libros
de aforismos –tan abundantes hoy en colecciones dedicadas exclusivamente a
ellos– resultan inevitablemente monótonos: invitan más al picoteo que a la
lectura seguida y, en buena parte de los casos, los aciertos, pero no las
caídas, suelen ser impersonales. El aforismo comparte con el haiku y el
microrrelato una cualidad: entre los escritos por aficionados en un taller
literario resulta relativamente fácil seleccionar alguno que no desentonaría en
cualquier antología del género.
El burro
flautista de la fábula de Iriarte, si se dedicara a la literatura, podría
escribir “por casualidad” un aceptable aforismo, haiku o microrrelato, nunca un
ensayo, un soneto o una novela. “A todo mal aforista, si es constante, le suena
alguna vez la flauta por casualidad.
Ramon Eder
destaca entre nuevos aforistas, Comenzó como poeta y narrador, pero a partir de
1999 se ha dedicado con exclusividad al género. Sus breves entregas –Hablando en plata, El cuaderno francés– se
van uniendo en volúmenes mayores –La vida
ondulante, Aire de comedia– hasta recopilarse todas, más el añadido de una
colección inédita, en Ironías, un
libro que a pesar de ello tiene poco más de doscientas páginas, aunque resulte
literalmente inagotable.
Los mejores
aforismos acaban no siendo de nadie, o de todos: circulan anónimos o atribuidos
a cualquier autor famoso. Algunos de los de Ramón Eder gozan ya de ese raro
honor y podemos encontrarlos en páginas de Internet firmados por Oscar Wilde,
por Nietzxche o por cualquier desconocido.
¿Qué caracteriza
a los aforismos de Eder? En primer lugar, la brevedad. Parece una redundancia,
pero no es así. Los aforismos tradicionales or lo general constan de varias
frases y pueden a ocupar media página. Todos los suyos, en cambio, están
formados por una única oración y a menudo no pasan de un línea. Su modelo
formal lo encuentra en la sentencia lapidaria y en el refrán. Solo formal.
Ramón Eder huye de la contundente obviedad, de la llamada “filosofía de
calendario” (los antiguos calendarios o almanaques solían incluir cada día una
máxima). Lo suyo es la ambigüedad, la paradoja, el humor. También la ironía,
pero no abusa de ella, a pesar del título que ha dado a su aforística completa.
“Si existe
la otra vida solo lo sabremos si existe la otra vida” dice de sus paradójicos
aforismos. “Los poetas que se casan con su musa pronto tienen que buscar la
inspiración en otra parte”, uno de los bienhumorados. Muchos de estos aforismos
tratan del propio aforismo: “Hacer de una desdicha personal una frase feliz es
el privilegio de los aforistas”.
Los
prólogos que Ramón Eder coloca al frente de algunos de los libros aquí reunidos
tratan de definir al aforismo, a menudo mediante la técnica del aforismo
encadenado: “El aforismo cuando es bueno es una frase feliz, es una verdad
irónica, es filosofía cristalizada, es una flecha que da en el blanco, es la
inteligencia buscando una salida y encontrándola…”
Otro de
esos prologuillos termina afirmando que “los buenos aforismos son como
relámpagos en la oscuridad”. Ya antes
había escrito que “un buen aforismo es un relámpago en las tinieblas”. No es el
único caso en que formula la misma idea con distintas palabras. En la página 19
leemos: “Un libro de aforismos debe ser como una de esas playas de Brasil
llenas de sirenas que están bien y muy bien, pero en las que hay una docena que
nos acelera el pulso”. Y en la 38: “Un libro de aforismos debe ser como una de
esas fiestas en las que hay mujeres sensacionales, pero en la que hay una que
es literalmente inolvidable”.
En la
fiesta que es este libro hay muchos invitados inolvidables. Y alguna humorada
que podría haber firmado Campoamor: “Quien no ha amado con locura / no ha
vivido con cordura” (Eder trata de disimular el pareado escribiéndolo seguido).
Si
tratáramos de enumerar las flechas que dan en el blanco en este libro, no
acabaríamos nunca. Las que yerran, en cambio, se cuentan casi con los demos de
una mano. “Nunca olvidaré el impacto que me produjo mi primer paseo por Roma”,
por citar un ejemplo, vale como inicio de capítulo en unas memorias, no como
aforismo.
De vez en
cuando nos encontramos con algún microrrelato: “Se murió y, con gran entereza,
siguió viviendo”. Se añade así variedad a un volumen que nos hace sonreír,
discrepar, reflexionar y caer en la cuenta de lo que sabíamos sin darnos cuenta.
Un volumen breve, pero que es imposible leer de un tirón, un volumen para
saborear a tonificantes sorbos durante toda la vida.
A ver si el de Roma se refiere a que en dicha ocasión lo atropelló una vespa
ResponderEliminarYo hacía una Radio con Aforismos y canciones allá por el años 85 y aquéllo sonaba de Maravilla
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