Maestras de vida.
Biografías y bioficciones
Manuel Alberca
Pálido Fuego. Málaga,
2020.
Manuel Alberca, que ya ha dedicado fundamentales estudios a
los diarios y a las autobiografías, se ocupa ahora en un nutrido volumen de un
género a medio camino entre la historia, la literatura y el periodismo: las
biografías. El título, Maestras de vida, no parece que resulte muy
afortunado. Procede de una frase de Cicerón: “La historia es maestra de la
vida”. Pero las biografías hace tiempo que han dejado de ocuparse de los santos
y los héroes, ya no son hagiografía ni “vidas ejemplares” (las vidas no
ejemplares suelen ser las que más interesan).
La intención del autor ha sido escribir un libro “útil para estudiantes e investigadores”, a medias entre el ensayo y el manual. No lo ha conseguido del todo, afortunadamente. Ha mezclado tres obras que no acaban de encajar. En primer lugar, una reflexión académica (esto es, apoyada en continuas citas, aunque lo que se afirme sea de sentido común) sobre la biografía; en segundo lugar, un disperso manual sobre cómo escribir biografías, que llega a la precisión escolar de enumerar los documentos que el biógrafo debe buscar (actas de nacimiento y defunción, libro de familia, contratos de trabajo, etc.), y en tercero, el que más nos interesa, un análisis de biografías recientes de escritores y las reflexiones suscitadas por su propio trabajo como biógrafo. Manuel Alberca es autor de una magistral biografía de Valle-Inclán, La espada y la palabra, y a ella vuelve una y otra vez para aclarar algunos de los problemas que plantea la escritura de biografías.
¿Son o no
las biografías un género literario? ¿Por qué han sido tan desatendidas por los
estudiosos? Manuel Alberca se propone insistentemente estas preguntas y trata
de responderlas en su libro. Para el lector común –quizá no para el teórico de
la literatura-- la respuesta parece fácil: pueden ser periodismo (tantas
biografías de personajes populares); constituir ejemplos modélicos de
investigación histórica (Negrín de Enrique Moradiellos, por ejemplo) o
ser ante todo literatura, sin que eso implique necesariamente falta de rigor, como
las de Stefan Sweig o Benjamín Jarnés. Y pueden entremezclarse los distintos
aspectos, predominando uno u otro. Una biografía fruto de una investigación
periodística debe incluir material nuevo y a ser posible escandaloso, y se ocupa
de personajes que están de actualidad (Juan Carlos I, pero no Fernando VII); los
otros tipos de biografías no tienen esos condicionamientos.
Manuel
Alberca trata fundamentalmente de las biografías de escritores, sobre todo
españoles y contemporáneos. Sus análisis suelen ser muy sugerentes y no exentos
de ideas propias (algo no demasiado frecuente en los estudiosos de la
literatura contemporánea). A propósito de El contorno del abismo, la
biografía que José Benito Fernández dedicó al poeta Leopoldo María Panero, señala
que “se encuentra entre las mejores biografías de escritor, y esto es tanto,
creo, más relevante en la medida en que está dedicada a un escritor de segunda
fila, pero al que su carácter controvertido y su constante presencia en los
medios le darían una notoriedad muy por encima de sus méritos literarios”.
Las
biografías suelen escribirse a favor o en contra del personaje, aunque para ser
creíbles deben aparentar imparcialidad. Algunas parecen un acto de venganza,
como la que Manuel Vicent dedicó a quien fuera su amigo, Jesús Aguirre (Alberca
comete el lapsus de hacerle ministro de Cultura con Felipe González), y que
solo se salva si la consideramos como obra de ficción (como una “bioficción”,
según el neologismo utilizado en el libro). Habría sido interesante que la
comparara con El cura y los mandarines, de Gregorio Morán, pero solo se
ocupa de otra biografía “a la contra” firmada por este último, la dedicada a
Ortega. En El cura y los mandarines, Jesús Aguirre es solo el pretexto
alrededor del cual se trata de llevar a cabo una enmienda a la totalidad de la
cultura española de la oposición al franquismo y de la transición, pero
Gregorio Morán están siempre más cerca de la inescrupulosidad en el manejo de
los datos propia del libelista que del rigor del historiador.
¿Hasta qué
punto es correcta la intromisión en la vida privada de un personaje público? Al
biógrafo solo deberían interesarle aquellos datos de la vida privada que
explican la actuación pública del personaje o, caso de ser un escritor, su obra
literaria. Biografías como la que Miguel Dalmau dedicó a Jaime Gil de Biedma,
donde cualquier chisme escandaloso tiene su asiento, parecen un ejemplo a
evitar. ¿Y qué ocurre cuando lo que un escritor nos cuenta de su vida está en
contradicción con la información que nos proporcionan los documentos? Anna
Caballé desmontó las mentiras de Umbral sobre sí mismo y el propio Manuel
Alberca las de Valle-Inclán, pero la primera lo hizo con el autor todavía vivo
y el segundo cuando ya hacía tiempo que formaba parte de la historia.
Los
documentos oficiales pueden ser declarados secretos durante un cierto número de
años; quizá debería ocurrir lo mismo con los documentos privados. A poco de
morir Vicente Aleixandre, José Luis Cano publicó las cartas que le había
dirigido. En una de ellas hablaba de un amigo común, un conocido poeta entonces
profesor en Estados Unidos, y le contaba que al parecer tenía una relación sentimental
con una de sus estudiantes. “Y no me extraña, con lo insoportable que es su
mujer”, añadía. El poeta aludido ya había muerto cuando esas cartas se
publicaron, pero no su viuda y por ellas se enteró de que su marido la había
engañado y de que los amigos del marido la consideraban insoportable.
Un escritor
tiene derecho a defenderse de la intromisión no autorizada en su vida, derecho
que pasa a los herederos. Y el biógrafo tiene la obligación de ser discreto
además de veraz, de no regodearse en morbosas nimiedades que no afectan a la
actuación pública del personaje o a su obra literaria.
De estas y
de otras cuestiones controvertidas trata Manuel Alberca en Maestras de vida,
un libro que habría ganado con una cura de adelgazamiento que dejara fuera todo
lo que tiene de manual y de tedioso trabajo académico.
Lo que importa de un autor es su obra. La vida privada del autor sólo puede interesar a l@s cotillas verduler@s.
ResponderEliminarNo todo en la vida de un autor es vida privada.
ResponderEliminarLa biografía de Panero se titula “El contorno del abismo”.
ResponderEliminar"Mi vida es una novela!", se decía hace tiempo. La vida de un autor también. El cotilleo es una fuente importante en la ficción (o no tan ficción) narrativa. Tú mismo, amigo Martín, no eres ajeno a esa fuente.
ResponderEliminarR.B., he visitado tu blog y es bonito lo que escribes, pero en tu comentario no llevas toda la razón. Piensa que autores como Proust o Thomas Bernhard hicieron de su vida "íntima" una fuente esencial de su obra, y sin conocer sus biografías es imposible entender sus obras literarias. En Machado, la muerte de su joven esposa fue un luctuoso hecho "privado", pero sin saberlo no puedes entrar en muchos de sus poemas.
ResponderEliminarLos derechos de autor duran 100 años. Si se trata de una biografía, publicación de cartas personales (iba a decir íntimas), me imagino que durante ese período de tiempo, si el bibliografiado vive, sino sus herederos, deben dar su aprobación.
ResponderEliminarSi me equivoco me corregis. No hace mucho, una mujer asturiana, que había trabajado como ama de casa de la familia Lennon en Nueva York, quiso publicar sus recuerdos sobre el mito (muy respetuosos, por cierto). Le tuvo que pedir permiso a Yoko Ono, que se lo dio.
100 años desde la muerte del autor, habrá herencias, intríngulis varios que se me escapan.
ResponderEliminarPor ej. yo no podría escribir una biografía de Lorca sin la aprobación de sus herederos, sean éstos personas físicas o jurídicas.
No son 100, sino 80 en la Unión Europea y en otros países 70. Para publicar a Lorca ya no hay que pedir permiso a nadie.
ResponderEliminarOk, jefe, no estaba seguro
ResponderEliminarNo deja de tener interés el libro de memorias de esta asturiana sobre los Lennon. De éste habla maravillas, muy lejos de la imagen de "ley lagarto" que le acompañaba. Hogareño, cariñoso, respetuoso con la gente que trabajaba con él.
ResponderEliminarLes hacía pote de berzas, que Lennon tomaba como un stew, empanadas ( de lo que pudiese encontrar en Nueva York), que a Lennon le encantaban, pero apenas las probaba porque decía, con buen humor, que aquello debía engordar un montón.
Cayó bien. Aunque se supone que John y Yoko no debían comer mucho en casa.
Para los mitomanos de Lennon no deja de tener interés.
Y sus cuartos se ganaría la autora.
Era gallega, no asturiana. Se llamaba Rosaura López Lorenzo
Eliminarhttps://gl.wikipedia.org/wiki/Rosaura_L%C3%B3pez
Gallegos y asturianos, primos hermanos. Un saludo
ResponderEliminarHabría que ver quién hace los mejores potes. El pulpo a feira lo recomiendo en Asturias, la zona de Navia para ya os da mil vueltas, galleguiños.
ResponderEliminarQuejabanse en Ribadeo, que con el cierre perimetral, autonómico, y circunstancial, no iban asturianos por allí. O sea, la ruina.
Respecto a las empanadas, te acepto el reto. A ver si las hacéis mejores.
Anduriña, que con Julio Iglesias vas que chutais. Y el camino Santiago, que invento lo Alfonso II, voy a ir pa ya y daos la del pulpo
En el libro "Las peregrinaciones a Santiago de Compostela", publicado en su día por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, puede leerse que "La peregrinación a la tumba de Santiago surgió de manera espontánea sin que las autoridades civiles o eclesiásticas participasen en su promoción u organización hasta ya entrado el siglo XI, cuando el fenómeno jacobeo se había consolidado".
ResponderEliminarDel resto, de ese parroquialismo de campanario según el cual lo "nuestro" es lo mejor del mundo mundial, sólo recordar la frase de G. B. Shaw, que definía al nacionalismo como "la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí". Aplíquese igualmente a Comunidades, regiones o cualquier otra agrupación humana.
Era una broma, José.
ResponderEliminarSobre la espontaneidad de las peregrinaciones cabe debate. Lo que está claro es que el antiguo reino de Asturias sólo podía extenderse al sur, convirtiéndose en el reino de Castilla-Leon o al oeste, como así ocurrió al este se tomaban con los vascones, no siempre "amigos" por entonces.
Como siempre las autoridades se aprovecharon, como sucede ahora con el turismo.
Un saludo