Andrés Trapiello
Ayer no más
Destino. Barcelona,
2012
¿”Otra maldita novela sobre la guerra civil”, como tituló
Isaac Rosa una de las suyas, la nueva novela de Andrés Trapiello? Solo en
cierto modo. Ayer no más –el título viene de Rubén Darío: “yo soy
aquel que ayer no más decía”– trata menos de la guerra civil que de sus todavía
vivas consecuencias, como las iracundas controversias que suscitó la Ley de la Memoria Histórica
promulgada por Rodríguez Zapatero.
Novela de
tesis, con páginas que derivan hacia el ensayo histórico y el columnismo de
opinión, Ayer no más corre el riesgo
de ser juzgada por sus ideas sobre la guerra civil y no por valores
estrictamente literarios. La tesis que propugna Trapiello es bien conocida: no
hubo dos Españas, una democrática y liberal y otra fascista que se enfrentaron
en la guerra civil, sino tres, y la democracia y el liberalismo estaban en esa
tercera España –la de su beatificado Chaves Nogales, por ejemplo– que tuvo que
exiliarse porque no encontraba sitio en ninguno de los bandos totalitarios en
lucha, ambos igualmente responsables de crímenes atroces.
El
protagonista, el historiador José Pestaña, pierde consistencia como personaje
para convertirse en una transparente máscara del autor: “Si denunciaba como una
patraña de la propaganda el que los mejores intelectuales y escritores
españoles solo estuvieran de parte republicana, los intelectuales y escritores
de derechas se me acercaban con sonoras palmadas en la espalda, pero no les
gustaba tanto si recordaba la mediocridad de sus pensadores, ideólogos y
periodistas y poetas orgánicos, y cuando he dicho que no hay mucha diferencia
entre los poemas de guerra del comunista Fulano y los del fascista Belgrano, no
les he contentado ni a los unos ni a los otros”.
La tentación de discrepar de esas
afirmaciones, o al menos de matizarlas, es grande. Pero el crítico literario
debe dejarla de lado y ocuparse de Ayer no más como obra de ficción. Sin embargo, me permitiría aconsejarle al
prestigioso historiador José Pestaña un libro, El holocausto español, de Paul Preston, en el que los crímenes de
“los hunos y los hotros”, para decirlo a la manera unamuniana, se cuentan con
el mismo estremecedor rigor, sin que por ello se considere que eran idénticas la España republicana y la
fascista. De la barbarie en la zona republicana –especialmente en los primeros
meses de la guerra civil cuando el gobierno se quedó sin medios para ejercer su
autoridad– ya se había hablado, y mucho, antes de que Pestaña-Trapiello
comenzara a distanciarse de unos y otros para alabar a la tercera España.
La novela
comienza con un juego perspectivístico: cada breve capítulo, en primera
persona, expresa el punto de vista de uno de los personajes. El autor prescinde
de los primores de su estilo literario para acercarse a una especie de sincopado
monólogo interior que no desdeña el uso de dialectalismo, como el peculiar uso
de “cual” que rechina casi en cada página: “Ese paisano que diga lo que quiera,
puede haberse equivocado de persona, el cual no podrá probarlo”, “Encontré a
don Mames en el confesionario, el cual no me reconoció”, “Habiendo llegado don
Damián Lezama a León, en 1921, fundó la Bilbaína , fábrica de componentes y suministros
eléctricos, el cual era un hombre emprendedor”, “No podía creer que era yo, lo
cual que llevábamos sin hablar treinta años”.
El léxico de Raquel, una joven profesora universitaria, también
sorprende un tanto; “joder, tronco, deja ya la puta moneda”, “un coche mazo de
molón”, “se chinó porque se me piró llamarle paisano”. El lector agradece que, según avance la
novela, el autor se vaya olvidando de la caracterización lingüística de los
personajes y cuente la historia de un modo más neutro, próximo –sobre todo
cuando habla José Pestaña– al de sus ensayos y artículos periodísticos.
Lo mejor de
Ayer no más es lo que tiene de novela
de familia, de ajuste de cuentas, y de perdón final, de un hijo con su padre;
lo más discutible, la sátira del ambiente universitario –un mundo que quizá el
autor conoce menos bien– y la caricatura de las asociaciones en defensa de la
memoria histórica. Aunque se traslucen antipatías personales (la de Ian Gibson
es la más evidente), sí es de agradecer el evidente afán de no ser partidista en
un tema tan vidrioso como el de las responsabilidades históricas.
Algo
inverosímil resulta el punto de partida. Un niño se encuentra por primera vez,
después de setenta años al asesino de su padre, y lo reconoce solo por la voz.
¿Tan inconfundible era esa voz? El asesino era un hombre bien conocido en León,
todo el mundo le conocía y le saludaba, ¿nunca habían tenido ocasión de
encontrarse antes en esos setenta años?
Pero al
autor, en esa novela de tesis, no le interesa demasiado la verosimilitud, juega
incluso con ella. En un guiño cervantino, hace aparecer la novela dentro de la
propia novela como escrita por el protagonista y nos describe el escándalo que
suscita en la provinciana León, muy semejante al que ocasionaron algunos de sus
libros (Andrés Trapiello mantiene con esa ciudad una peculiar relación de
amor-odio). La cubierta del libro de ficción es semejante a la del libro real;
la fotografía que en ella aparece resulta clave en la obra porque recoge un
momento de felicidad antes de que se rompiera la relación entre el padre y el
hijo.
Reproduce
Trapiello “Spoon River, Euskadi”, el conocido poema de Jon Juaristi, tantas
veces citado al hablar del conflicto vasco: “¿Te preguntas, viajero, por qué
hemos muerto jóvenes, / y por qué hemos matado tan estúpidamente? / Nuestros
padres mintieron, eso es todo”. Lo curioso es que se lo atribuye a Kipling, no
sabemos si maliciosamente: el poema de Juaristi es, en realidad, una variación,
casi un plagio, de uno de sus epitafios de la guerra.
No, Ayer no más no es “otra maldita novela
sobre la guerra civil”. Es un esforzado intento de ajustar cuentas que no
terminan de ajustarse nunca. La guerra civil –tantos años y tantos libros
después– todavía no es la guerra de
Cuba, un asunto solo para historiadores, todavía su sangre puede salpicarnos si
nos adentramos en terrenos que guardan minas aún por estallar, como hace y
seguirá haciendo Andrés Trapiello y como quiso hacer, fuera de la literatura,
el juez Garzón, con el resultado de todos conocido.
He entrado en la rueda peligrosa de leer libros que de alguna u otra manera guardan relación con la guerra civil y como soy lector de AT procuraré leer su libro.
ResponderEliminarEfectivamente, está todo tan reciente y tardan tanto en curar las heridas. Todavía recuerdo el estremecedor relato de Castilla del Pino en uno de sus libros de memorias sobre el comienzo de la guerra en el pueblo de Cádiz donde vivía con su familia.
Respecto a Garzón me he enterado por la entrevista que cuelga AT en su blog que se ha calificado a si mismo como el último exiliado del franquismo qque también tiene una sombra alargada.
Javier