Xuan Cándano
Operación Caperucita
El comité Karl Marx y el atentado
de la calle del Correo
Akal. Madrid, 2024.
El peor
atentado durante el franquismo, el que más víctimas indiscriminadas causó, tuvo
lugar hace ahora exactamente medio siglo, el viernes 13 de septiembre de 1974.
Fue el más brutal y también el más paradójico. Antes de un mes, ya el
instructor militar sabía cómo habían ocurrido, en lo fundamental, los hechos y
lo sabía por confesión de la principal responsable. Nunca, sin embargo, se
concluyó el sumario, nunca se celebró juicio, muy pronto se olvidó a las
víctimas. De ellas no podía sacar ningún rendimiento político ni la izquierda
ni la derecha, que no tardaron en culparse mutuamente.
Han pasado cincuenta años y una
ejemplar investigación de Xuan Cándano pone, por fin, las cosas claras. El
atentado de la calle del Correo fue consecuencia del éxito del atentado contra
Carrero, recibido con aplausos por casi toda la oposición al régimen y
ejecutado con una facilidad y una precisión que aún hoy nos asombra. Detrás de ambos
estuvo una misma persona: Eva Forest: “Ella fue quien propuso a ETA, a través de Argala, acabar con la
vida de Carrero, facilitando además la información necesaria; y lo mismo
ocurrió nueve meses después cuando, venida arriba con el éxito del magnicidio,
al igual que la banda armada, ideó el atentado de la cafetería Rolando con la
intención de causar víctimas entre los policías de la Dirección General de
Seguridad, centro neurálgico de la represión franquista y un nido de
torturadores”.
Un nido de torturadores, sí, pero no
parece que las delaciones de Eva Forest, que llevaron a la cárcel a sus amigos
y colaboradores en diversas actividades de oposición al franquismo (ajenos a
los atentados en la mayor parte de los casos), fueran obtenidas mediante
tortura. Xuan Cándano copia, sin ponerlo en cuestión, el relato que ella hace
en su libro Testimonios de lucha y resistencia. Otros testimonios más
fiables hablan de un pacto. Varios aparecen en el propio libro de Xuan Cándano,
otros en el de Eduardo Sánchez Gatell, El huevo de la serpiente. El nido de
ETA en Madrid, aparecido este mismo año, o en el de Lidia Falcón, otra de
las encarceladas, Viernes y 13 en la calle del Correo, de 1981, que ya
puso las cosas en su sitio, aunque muchos prefirieran mirar para otro lado y
dejar que siguiera corriendo el bulo de que el atentado había sido una
provocación de la extrema derecha.
Algunos otros reparos menores se le
pueden poner al libro: nada tiene de “anomalía” ni hay que recurrir para ello
“a un cierto aperturismo informativo” el que se conociera de inmediato en
España el golpe de Pinochet; resulta absurdo indicar que el edificio de la
Dirección General de Seguridad, por ser un edificio neoclásico del siglo XVIII “recordaba a la Inquisición”, y es
un error señalar que la Segunda República fue “la primera experiencia
democrática de la historia de España” (hubo una primera y hasta un rey elegido
por el parlamento).
Pero son muchos más los aciertos: el
primero de ellos, situar el atentado en su contexto, explicar cómo fue posible,
cómo pudo quedar impune. Hubo un evidente clasismo en la investigación. Eva
Forest se salvó a cambio de entregar un chivo expiatorio: Mariluz Fernández. Su
padre era un veterano comunista, toda la familia era o había sido comunista. A
los dirigentes políticos de la policía les interesaba menos detener a los
verdaderos culpables que neutralizar a la oposición democrática vinculando al
partido comunista, que entonces era el que más destacaba, con el atentado. Los
otros detenidos pertenecían a la burguesía intelectual y el matrimonio Sastre era
bien conocido fuera de España. Una familia obrera de Mieres, uno de cuyos
miembros era fácil de manipular, podía ayudar a una solución rápida y ejemplarizante,
como la que se aplicó poco después con los últimos ejecutados del franquismo.
Mariluz Fernández, un peón en las manos de la seductora y manipuladora Eva
Forest, pudo ser uno de ellos. No importa que la policía no tardara en
descubrir a los autores materiales, a la pareja que vino de Francia para dejar
una bomba en una cafetería madrileña donde comían docenas de familias ajenas a
lo que les esperaba. La policía española supo sus nombres, por confesión de Eva
Forest, pero nadie les molestó en este medio siglo, y hemos tardado décadas en
enterarnos de sus apacibles vidas en un pueblo cerca de Bayona: tuvieron hijos
y nietos, ella trabajó en los servicios sociales, él realizó un importante
trabajo como filólogo y llegó a ser vicepresidente de la Real Academia de la
Lengua Vasca. Parece que uno de ellos, en 1975, fue detenido por la policía
francesa por colgar carteles de propaganda de ETA; lo que hubieran hecho en España, sus manos manchadas
de sangre, no les preocupaba a ellos ni parece que preocupaba en España.
¿Era inevitable que la amnistía de
1977 se aplicara a los autores del atentado de la calle del Correo? Para la
principal autora, ni siquiera fue necesaria: meses antes de que se aprobara, ya
estaba en la calle, proclamando su inocencia y rentabilizando su “martirio”.
Mariluz Fernández fue liberada en abril del 77, poco después de la legalización del partido comunista.
¿Era inevitable aplicar la amnistía
a los responsables de unos hechos especialmente sanguinarios que aún no habían
sido juzgados? Parece que no: a los militares de la Unión Militar Democrática, por
ejemplo, no se les aplicó y sus presuntos delitos sí que era políticos. ¿Puede
considerarse delito político un atentado indiscriminado con víctimas mortales?
Incluso en una guerra (suponiendo que hubiera entonces una “guerra” contra el
franquismo), hay crímenes de guerra, que no prescriben.
Xuan Cándano no juzga, expone, y deja bien a las claras la mayor o menor (o nula) intervención de cada uno de los procesados. El Estado español –sus servicios secretos, con abundantes fondos públicos-- se vengó de la muerte de Carrero ejecutando a Argala en territorio francés. El de la calle Correo fue un crimen sin castigo, al menos a los principales responsables, que además se permitieron el lujo de admitir su participación (Eva Forest se vanagloriaba de ella), cuando creían que era una hazaña revolucionaria, y negarla después como si esa mentira –que muchos en la izquierda lerda aceptaron acríticamente-- fuera otra hazaña revolucionaria.
"Algunos otros": pleonasmo.
ResponderEliminarBernad Oyarzabal y María Lourdes Cristóbal fueron los que pusieron las bombas.Y tan panchos se quedaron que, efectivamente, vivieron felices después.Ni lo entendía ni lo entiendo.
ResponderEliminarUna pregunta, ¿conocía personalmente Eva Forest a los autores materiales del atentado reclutados por Argala?
ResponderEliminarQuizá la respuesta esté en el libro de Sánchez Gatell, que ya reseñaste.
ResponderEliminarLos conocía y los recogió después del atentado.
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