Jofre Casanovas (ed.)
Las voces de Quimera
Las mejores entrevistas literarias de la década de los 80
Montesinos. Barcelona, 2024.
La
revista Quimera tuvo un papel central en los años ochenta y noventa del
pasado siglo; aún sigue publicándose, pero ya su presencia es casi testimonial.
Con
una entrevista a Miguel Riera, que fue su fundador y primer director, comienza
esta selección de entrevistas publicadas en la década de los ochenta. Muchas de
ellas no han envejecido y las leemos ahora con el mismo interés que cuando se
publicaron por primera vez. Hay abundante presencia de autores no españoles (la
apertura al exterior fue una de las señas de identidad de la revista) y sigue
siendo todavía un lujo escuchar a Milan Kundera charlando con Philip Roth o a
Borges –el inevitable Borges-- con Susan Sontag.
Hay
unas pocas entrevistas promocionales, que son las más perecederas. ¿Qué interés
puede tener hoy el pormenorizado análisis que Juan Bonet hace de su novela Saúl
ante Samuel, tan ilegible ahora como cuando apareció? ¿O la opinión de
Umberto Eco sobre “la definición del significante en Lacan”, entre otros
semióticos bizantinismos?
Pero
se trata de contadas excepciones. Aunque no hayamos leído a Thomas Bernhard, o
no nos entusiasme su incontinente y exasperada prosa, es difícil no sentirse
conmovido con sus confesiones a Asta Scheib: “La vida es maravillosa, pero lo
más maravilloso es pensar que tiene fin. Ese es el mejor consuelo que me guardo
en la manga”. Y junto a Bernhard, y no menos vulnerable, está Raymond Carver y
sus lúcidas reflexiones sobre sobre el relato breve. Bastante más inteligentes
que las de Alain Robbe-Grillet, promotor de un nouveau roman que pronto
se convirtió en antigualla, sobre el realismo y la modernidad. Y también Jakobson
que nos cuenta sus años de formación y los orígenes del formalismo ruso.
Por lo general, las entrevistas biográficas
son las que mejor resisten el paso del tiempo. Espléndido es el retrato que
Ciro Bianchi Ross nos ofrece de Lezama Lima, un escritor que siempre fue ante
todo un personaje, a pesar de su vida tan poco aventurera. Especialmente
iluminadoras resultan las reflexiones de Toni Morrison: “La música era la única
forma de arte que determinábamos nosotros. Eran los mismos músicos quienes
decían a otros músicos si estaban preparados para salir al escenario. Ellos
tomaban las decisiones, establecían los criterios. Este es el motivo por el que
no hay músicos mediocres”. Eso no ocurría con la literatura, “siempre filtrada
por la sensibilidad de los blancos”. Con la música, “los negros podían
relacionarse con los demás negros sin utilizar el lenguaje del opresor”. James
Baldwin coloca igualmente en primer plano el conflicto racial.
Hay entrevistadores que convierten a
la entrevista en una pequeña obra de teatro. El entrevistado es el
protagonista, pero el entrevistador no se limita a formular preguntas, se
convierte también en personaje. Hemos leído docenas de entrevistas a Jaime Gil
de Biedma, siempre un conversador inteligente y el más lúcido analista de su
propia obra, pero Gracia Rodríguez comienza por narrarnos su fracaso: “Una
pared de monosílabos y de respuestas breves me puso al borde de las lágrimas
durante los primeros minutos. Aquello definitivamente no salía y el teléfono no
paraba de sonar. Gil de Biedma estaba cada vez más distante y menos interesado;
no sabía, por supuesto, cuál era el lector ideal para su poesía, ingeniosísima
pregunta que yo acababa de formularle; y la selección de estrofa, obviamente,
dependía de cada caso. A veces uno la ensayaba como disciplina poética, otras
era el propio ritmo del poema el que la imponía: No, naturalmente, no había
ninguna diferencia entre escribir un poema para ser leído en voz alta o en
silencio. Cada pregunta dejaba en mayor evidencia que no había ninguna pregunta
a la que cualquier niño de diez años no hubiera podido responder”.
Afortunadamente, algo cambió cuando ya parecía inevitable la catástrofe: “Tú no
lo sabes, Jaime, pero te libraste de una buena: intentar consolar a una mujer
con el maquillaje arruinado por las lágrimas es una tarea dura y
desaconsejable”.
Muy
distinto, pero también con su componente novelesco, es el encuentro de Luis
Racionero con Carme Riera, en este caso los dos personajes conversan de igual a
igual, o incluso con una cierta superioridad por parte de Racionero.
La selección de escritores españoles
va de los entonces ya clásicos –Torrente Ballester, Delibes, Buero Vallejo-- a
los jóvenes que empezaban a destacar, entre ellos un Muñoz Molina que aún vivía
en Granada y que acababa de obtener su primer éxito con El invierno en
Lisboa o un Javier Marías que aún no había publicado Todas las almas.
Entre
los poetas, no demasiado representados, el más joven es Jaime Siles, que
entonces parecía uno de los nombres más representativos de la poesía
considerada “como investigación lingüística”, novedad que había comenzado a
dejar de serlo.
Brillante y provocador, como no
podía ser de otra manera, resulta Francisco Rico, el erudito de moda porque,
como afirma el entrevistador, “es capaz de traducirse al lenguaje del día y
utilizarlo en su propio beneficio” y es el único profesor que no parece un
oficinista y se asimila a la “gente guapa”.
Carmen Balcells no tiene
inconveniente en manifestar unos prejuicios que, aunque en buena medida sigan
vigentes, hoy pocos se atreverían a formular con tanta explicitud: “Si un día
mi hijo me dijera que es homosexual, no sé cuál sería mi reacción, pero me temo
que no me quedaría nada tranquila esperando que me presentara a mi nuera y que
esta fuera un señor”.
Un libro de entrevistas con algunos
de los mejores escritores de nuestro tiempo es siempre una fiesta para el
lector, una tertulia que no se acaba nunca. Asentimos muchas veces. “Es difícil
que alguien llegue a ser un buen escritor –afirma Cynthia Ozick-- si no es
consciente de que uno solo es un instante de un grandioso flujo humano, de que
existen generaciones precedentes a las que seguirán otras en el futuro. Es
decir, de que existe la historia”. Menos de acuerdo estamos cuando arremete
contra los nuevos autores de éxito (hoy lo haría contra los que triunfan en las
redes sociales): “Esos niñatos oportunistas se agarran al momento y no dicen
nada más que yo, yo, yo, ahora, ahora, ahora. Como colegiales. Se puede narrar
limitándose al yo y al ahora, pero eso no será nunca literatura”. O sí: como al
campo, a la literatura es difícil ponerle puertas.
Bernhard: conmovedor. Carver: lúcido. Ciro Bianchi Ross. espléndido. Toni Morrison: Iluminador. Jaime Gil de Biedma: inteligente. Jaime Siles: representativo. Francisco Rico: Provocador. El libro: una fiesta.
ResponderEliminarSí, qué felicidad. Por lo que cuentas, una fiesta de disfraces en el baúl de los recuerdos. ¡Mira que acordarte de Carmen Balcells!
Que yo recuerde, Toni Morrison era mujer. Y buena novelista
EliminarJope! Thomas Bernhard!! Me hundo cada vez que lo leo. Por cierto, no veo en la portada a Umbral. Y dió entrevistas muy jugosas.
ResponderEliminarFalta Salman Rushdie y sus versos satánicos. En su momento no leí la novela, ahora sí le tengo ganas.
ResponderEliminarLos que le amenazaron no lo han olvidado.
Sí. A mí me pasa igual. Por cierto, sabe alguien si suena para el Nobel? Tiene montones de premios ya, entre ellos el "Booker", el Nobel en lengua inglesa. Aunque no he leído nada de él, unos me hablan muy bien y otros limitan los valores literarios y hacen hincapié en una fama por motivos externos.
Eliminar