jueves, 5 de agosto de 2010

John Julius Norwich: El paraíso de las ciudades


John Julius Norwich
Venecia en el siglo XIX
Editorial Almed, Granada, 2010
Traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón



¿Qué se puede decir de nuevo sobre Venecia?, se preguntaba Goethe en el siglo XVIII y se pregunta John Julius Norwich al comienzo de éste su último libro (por el momento) sobre la ciudad.
Cuando se cree haberlo dicho todo sobre Venecia, siempre queda lo más importante por decir. Norwich nos ofrece una serie de retratos de viajeros ilustres y una síntesis de dos momentos históricos, la desaparición casi por deserción de la milenaria República en 1797 y su fugaz resurrección en 1848.
El primer visitante del que se ocupa es Napoleón, que solo pasa diez días en la ciudad, a finales de 1807, pero que dejó en ella una huella perdurable, para bien y para mal. Eliminó iglesias, añadió jardines, completó la Piazza de San Marcos, saqueó cuanto pudo.
Poco después de la caída de Napoleón, llega Lord Byron, el más famoso de los viajeros venecianos, que a Norwich no le simpatiza demasiado. El escritor se rindió de inmediato al encanto de la ciudad: “Venecia me agrada tanto como me esperaba, y esperaba mucho. Es uno de esos lugares que uno tiene la sensación de conocer antes de haberlo visto siquiera, y uno de los que más me ha cautivado después de Oriente. Me encanta el melancólico colorido de sus góndolas y el silencio de sus canales. Ni siquiera me disgusta la visible decadencia de la ciudad, y aunque me entristece lo extraño de su desvaído lujo… conserva a pesar de todo mucho de su antiguo esplendor”.
En Venecia, Lord Byron sedujo a incontables mujeres (su media era una por la mañana, una o dos por la noche), realizó diversas proezas natatorias (como llegar nadando desde el Lido hasta la Salute y luego continuar por el Gran Canal), trató de aprender armenio, escribió un sin fin de divertidas y escabrosas cartas y algunos de sus mejores versos.
Otro inglés excéntrico que contribuyó como pocos a la fama de Venecia fue John Ruskin, el esteta minuciosamente erudito. Según se viene repitiendo desde el siglo XVIII (y quizá desde antes), creyó que la ciudad estaba a punto de desparecer y por eso quiso, en Las piedras de Venecia, su obra más famosa, dejar constancia de todos los pormenores de aquel lugar único. Contrató escaleras y andamios para no dejar moldura ni escultura sin estudiar ni dibujar. Su mujer Effie (que un día se atrevió a preguntar, algo extrañada, a su madre si era normal que, después de varios años de matrimonio, continuara siendo virgen) escribió en una carta: “John causa un enorme asombro en todos cuantos le observan en Venecia y me parece que no saben bien si se trata de un perturbado profundo o de alguien muy sabio. Nada consigue distraerle y, tanto si la plaza está atestada de gente o vacía, lo vemos haciendo daguerrotipos con un paño negro cubriéndole la cabeza o bien trepando por los capiteles repletos de polvo, o incluso con telarañas como si acabara de regresar de un viaje con una bruja en su escoba. Después cuando baja al suelo se queda de pie, inmóvil, para que Domenico le cepille cuidadosamente ante el asombro de los espectadores que le rodean”.
La Venecia del siglo XIX, para los viajeros ingleses, no solo fue lugar de erudición, reposadas charlas y poéticas melancolías. Algunos buscaban en ella una manera de escapar del puritanismo victoriano. John Addington Symonds cuenta en sus memorias cómo se sintió deslumbrado por un joven que encontró en una taberna del Lido y al que citó para el día siguiente en las Zattere, muy cerca de su casa: “Apareció a la hora convenida caminando con aire brioso y militar… Me había pasado todo el día pensando cómo era posible que un hombre de este tipo pudiera aceptar tan fácilmente la invitación de un extraño… Me inclino a pensar que la respuesta se explica de forma simple. Este joven era por naturaleza despreocupado, sin mucho dinero y además dispuesto a lograrlo como fuera. Aparte de esto –lo sé porque él mismo me lo ha contado— los gondoleros venecianos están tan acostumbrados a este tipo de invitaciones que no se lo piensan a la hora de complacer el capricho de los amantes ocasionales”. Copia a continuación Symonds el soneto que escribió sobre ese primer encuentro, cavafiano antes de Cavafis, aunque no se publicaría hasta muchos años después: “No es un sueño. Seguro que estuvo aquí / y se sentó a mi lado en el duro y bajo lecho; / teníamos el vino a nuestro alcance, y yo le dije: / Toma el oro, aumentará nuestro gozo”. Quizá no es un gran poema, pero está escrito con una naturalidad entonces impensable: “Sí, estuvo aquí. Nuestras manos, entre risas, crearon / un pequeño lío con su cinturón, camisa, pantalones y zapatos”.
Las síntesis biográficas que Norwich nos ofrece de los visitantes más o menos conocidos de la Venecia del siglo XIX tienen la dosis justa de erudición; cada capítulo se lee como un relato independiente, obra de un excelente narrador.
Por estas páginas cruzan Wagner, escuchando de incógnito su propia música, interpretada por las bandas militares austríacas, y extrañándose de que al final nadie aplauda (los venecianos considerarían un acto de traición aplaudir a los invasores); Henry James tratando de hundir en la laguna las ropas de una vieja amiga, de cuyo suicidio se siente culpable; el barón Corvo, con sus eróticas y heréticas extravagancias, y poetas como Browning o pintores como Whistler y Sargent.
La atención de John Julius Norwich se centra en el mundo anglosajón. Los traductores han querido completar el libro con un repaso a la presencia española en Venecia, a veces especialmente destacada, como ocurre con Mariano Fortuny y Madrazo, quien en 1899 alquiló una buhardilla en el palacio Pesaro degli Orfeo y acabó convirtiendo ese palacio –hoy museo a él dedicado— en su residencia y en el taller de su plural y fascinante obra. El prólogo de los traductores constituye el germen de otro libro.
“El que está en Venecia, cree estar en Venecia. Solo el que sueña con Venecia está verdaderamente en Venecia”, podríamos decir parafraseando a Ramón Gómez de la Serna. Quizá eso explique el inmarchitable atractivo de la ciudad.

2 comentarios:

  1. Gracias, querido Martín, gracias una vez más por tus sabias recomendaciones. Tus comentarios, tus críticas literarias, que son sin duda "históricas". Tu ojo crítico y avizor. Qué haría yo sin ti... Eres mi ventana encendida al mundo de las Letras, amigo.
    Ese libro sobre Venecia me va a flipar, seguro, como ya lo hizo en su día el de la Historia que escribió el mismo Norwich. Hoy mismo voy a comprarlo.

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  2. ¿No está el tema de Venecia un poco manido ya?

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