Hugo Pratt
El deseo de ser inútil. Recuerdos y reflexiones. Conversaciones con Dominique Petitfaux
Confluencias.
Almería, 2012
Un autor no siempre se parece a su personaje. Baroja era
todo lo contrario de los errabundos protagonistas de sus novelas. Pero Hugo
Pratt, si hemos de hacer caso a sus conversaciones con Dominique Petitfaux,
tenía mucho del más célebre aventurero del mundo del cómic, Corto Maltese.
Su infancia
es veneciana. En su familia paterna había fervorosos fascistas, mientras que la
materna era de origen judío. Hasta que Hitler llegó al poder y comenzó a
influir sobre Mussolini, que al comienzo lo despreciaba, eso no fue ningún
problema. El recuerdo que Hugo Pratt guarda del fascismo tiene poco de
convencional: “El fascismo liberó de tabúes a los jóvenes de mi generación, nos
dio una cierta idea de libertad y la posibilidad de una aventura, cosa que
antes estaba prohibida: la aventura se veía como una ruptura de los moldes
sociales. El fascismo nos permitió liberarnos de la opresión de la Iglesia y de la Familia. Por supuesto, que
acabó en catástrofe; pero a los diez años me hubiera sorprendido mucho que
alguien lo hubiera rechazado”.
La aventura
imperial del fascismo le llevó a Etiopía. Allí simpatizó con los nativos y se
acostumbró, cuando estalló la guerra, a moverse entre dos bandos, a no ser fiel
a ninguna bandera, sino solo a sus amigos.
Con una
cierta incredulidad leemos las peripecias de Hugo Pratt en Etiopía y, después
de 1943, en Italia, donde, si hemos de hacerle caso, vistió todos los
uniformes, también el alemán: “Muy a pesar mío, me vi enrolado en la marina
alemana. Con otros miembros de la policía marítima, me enviaban en barcazas
armadas destinadas al transporte de sal. Íbamos a la zona de Porto Garibaldi,
en el estuario del Po. Al cabo de unas tres semanas, conseguí escaparme. Dormía
en las barcas. Entré en contacto con miembros de la resistencia proaliada, como
Pems Kellerman, un judío de la quinta columna. Algunos de ellos, eran capaces
de cualquier cosa. Un día vi a uno poner el cañón en la sien de un centinela
dormido, y disparar cuando el pobre tipo se despertó”.
En el
prólogo se pregunta Dominique Petitfaux si el creador de Corto Maltese ha
contado siempre la verdad. “¿Cuál de sus vidas nos va a contar?”, es la primera
pregunta que le hace. Y la respuesta:
“Puedo contar mi vida de trece maneras distintas”. Contar la vida es contar la
novela de la propia vida: callar unas cosas, exagerar otras, disponer lo acontecimientos
en un orden adecuado, inventar recuerdos quizá más exactos que los recuerdos
verdaderos.
Si hemos de
hacerle caso, cuando Venecia fue liberada, en abril del 45, “él recorrió la
ciudad en un coche blindado canadiense, vistiendo el uniforme escocés”. Cómo se
puede recorrer Venecia en un coche, blindado o no, este veneciano no nos lo
explica ni el entrevistador se preocupa de preguntárselo.
La guerra, tantos años después,
es solo el escenario en que cualquier aventura resulta posible: “Venecia es un
caos gigantesco, un carnaval improvisado. Durante el día se desembarcan armas y
medicamentos; las noches las pasamos en juergas memorables”. En ese carnaval
improvisado, Hugo Pratt disfruta todo lo que puede: “Algunos días después de la
liberación de Venecia, dejé a los canadienses por las tropas neozelandesas del
general Freyberg. Me presenté ante él con la cara pintada al estilo maorí, y
alegando que los escoceses me enviaban como intérprete. Mis vivencias etíopes
me habían enseñado que todo es posible en el bando victorioso, tal es el clima
de euforia que se respira. Como me había percatado de que en el bando británico
los símbolos distintivos se contaban por miles, me procuré condecoraciones e
insignias de todas clases para adornar mis uniformes”.
Luego viene
la larga estancia argentina, donde se convirtió en un profesional del cómic
(hasta entonces el dibujo era poco más que una afición): “Lo de Buenos Aires
fue un flechazo: esa ciudad gigantesca, con un puerto como Venecia, pero un
puerto enorme. Si se ve desde el punto de vista turístico, no hay manera de
comprender su esencia, es decir, su misterio, su fuerza, su ironía”. Allí se
relaciona con gente de todas clases, incluidos muchos antiguos nazis, como un
tal Ricardo Klement, que luego resultó ser nada menos que Eichmann, el genocida
secuestrado, juzgado y ejecutado en Israel.
A la
desinhibida vida amorosa de Hugo Pratt (que él relaciona con su infancia y
adolescencia fascistas) se dedican muchas páginas. En 1965 tuvo tres hijos de
tres mujeres diferentes, según cuenta. La historia de uno de ellos, Tebocuá, es
la más curiosa de todas. Tras ganarle una partida de dados, un aviador ha de
llevarle a donde él quiera en la Amazonia.
Pratt quiere seguir las huellas de Fawcett, un explorador
desaparecido. Llegan hasta el territorio de los indios xavantes. El americano
le dice que tiene cosas que hacer y que volverá por la tarde a recogerle. Pero
no vuelve. A Pratt no le queda más remedio que integrarse en la nueva sociedad:
“Había tantas familias como mujeres. Los hombres eran más numerosos, y, en
consecuencia, practicaban la poliandria; cada mujer tenía cuatro maridos. Así
fue como tuve un hijo en la
Amazonia : Tebocuá. Solo lo supe dos años después, en 1966,
cuando fui de nuevo a Brasil”. Lo supo
porque alguien que había estado con los xavantes les contó a unos amigos suyos
que allí había nacido un niño mestizo, al que llamaban “Uca”, como le llamaban
a él. Lo curioso es que solo pasó veinte días en aquella tribu donde cada mujer
tenía cuatro maridos. Muy complacientes y desganados parece que eran todos
ellos.
Leemos
estos recuerdos y reflexiones de Hugo Pratt, generosamente ilustrados con
dibujos y fotografías, y no tenemos la sensación de leer un libro, sino de
estar sentados junto al fuego, en una noche de invierno, escuchando a un
viajero que ha dado varias veces la vuelta al mundo, combatido en la guerra y
conocido a mil y una mujeres. No nos importa demasiado que tan ameno narrador
no distinga muy bien cuándo está contando su propia vida y cuándo la de su
personaje, Corto Maltese, como él un perpetuo adolescente.
Hola. Sabía de la existencia de este libro como fan de Hugo Pratt y también que no estaba editado al castellano. Ahora leo tu nota y mas ganas tengo de conseguirlo. Saludos.
ResponderEliminarTarsicio.
Es un hermoso libro. Estaba ya traducido al gallego, pero no al castellano.
ResponderEliminarJLGM