Vicente Huidobro
Poesía y creación
Selección y prólogo
de Gabriele Morelli
Fundación Banco de
Santander
Madrid, 2012
Gabriele Morelli comienza su prólogo a Poesía y creación afirmando que la personalidad “egolátrica y
polémica” de Vicente Huidobro, su “carácter hiriente” y su “narcisismo
exacerbado” han dificultado la difusión de su obra. No estoy yo tan seguro.
Ninguna historia de la poesía española del siglo XX puede prescindir de su
nombre, pero las antologías –y la memoria de los lectores– pueden prescindir quizá de sus versos.
Quiso ser
el nuevo Rubén Darío, el gran renovador, el iniciador y el maestro insuperable
de una nueva época. Al servicio de esa empresa puso toda su fortuna y todo su talento
de publicista. Llegó incluso a fingir un secuestro. Tras la publicación de Finis Britanniae, un panfleto contra el
colonialismo inglés, “contó que había sido introducido en un automóvil,
inmovilizado con cloroformo y obligado mediante amenazas a retractarse de su
acusación, pero que él se había negado con fuerza y al cabo de algunos días y
de nuevo drogado había sido liberado y abandonado cerca de su casa”. La prensa
internacional comentó el supuesto secuestro, que le costó la amistad con Juan
Gris, algo más que uno de sus mejores amigos, también el colaborador de muchos
de sus versos, sobre todo en la versión francesa. El pintor no aceptaba esos
modos de promoción.
La
egolatría de Vicente Huidobro solo tiene comparación con la de Juan Ramón
Jiménez (la egolatría, no el talento). “La poesía contemporánea comienza en mí”
dice el titular de una entrevista de 1939 reproducida por Gabriele Morelli.
“¿Qué piensa de García Lorca?”, le preguntan. Y responde: “Que es un poeta muy
mediocre. Para mí no tiene ningún interés”. Unos años antes, cuando Lorca
estaba en Buenos Aires, le había escrito una carta también reproducida en la
antología: “Me dicen que es posible que te vuelvas a España sin haber venido a
Chile. Eso sería intolerable y absurdo. Venir a América y ya una vez aquí
volverse sin llegar hasta mí, que estoy aquí de paso, se diría solo para
esperarte, es una ofensa”. Era una ofensa que un poeta visitara América y,
aunque tuviera que recorrer cientos de quilómetros para ello, no se acercara a
rendirle pleitesía. “¿Qué piensa de Pablo Neruda?, le pregunta el
entrevistador. “¿Con qué intención me hace usted esta pregunta?”, responde
irritado. “¿Es forzoso bajar de plano y hablar de cosas mediocres? Usted sabe
que no me agrada lo calugoso, lo gelatinoso. Yo no tengo alma de sobrina de
jefe de estación”. Lorca es mediocre, la poesía de Neruda es una poesía “fácil,
bobalicona, al alcance de cualquier plumífero. Es, como dice un amigo mío, la
poesía especial para todas las tontas de América”.
Los
materiales complementarios –manifiestos, entrevistas, cartas– que Gabriele Morelli añade a su antología no
dejan en muy buen lugar a la persona del poeta. Le han llegado rumores de que
Buñuel anda diciendo que si él habla mal del surrealismo es porque no le
dejaron entrar en él y le escribe una carta que termina con un párrafo que
convierte en versallescas las actuales polémicas entre escritores: “En cuando a
lo que me manda decir de que se caga en mí, esto es gratuito y fácil… de
boquilla… que de otro modo sépase que el día que me tocara usted un pelo sería
un día bien triste para sus dientes y si fuera usted más fuerte que yo se
encontraría usted cinco tiritos en el vientre aunque tuviera que buscarlo
debajo de la tierra y aunque me pudriera en una cárcel”. La despedida no puede
ser más elegante: “Solo me queda agregarle, para terminar, que yo también le
mando decir que me cago en usted hasta su quinta generación”.
Así se las
gastaba el bueno de Huidobro, el poeta que deslumbró a los epígonos de un ya
cansino modernismo. Gerardo Diego, uno de sus primeros y más fieles discípulos,
escribió: “En España, después de su primera aparición legendaria –Huidobro adolescente y ya con mujer, hijos,
un negrito y millones, se decía por la pobretería de las tertulias cafeteriles de
madrugada–, allá por el año 1916, cuando apenas alboreaba la consigna
creacionista entre el verdor de sus primeros libros, el poeta era esperado como
un meteoro fabuloso”.
A Huidobro,
como a los poetas renovadores de entonces, les preocupaba menos la calidad que
la novedad de su poesía. La gran obsesión de Huidobro era demostrar que el
creacionismo era un invento enteramente suyo, que lo había traído de América,
que no lo había aprendido en París. Por ello no tuvo inconveniente en imprimir
en Madrid uno de sus libros –El espejo de
agua– falsificando el año y el lugar de edición para que pareciera que se
había publicado en Buenos Aires antes de su viaje a Francia.
Pero al
lector le importa poco saber quién fue el primero en utilizar ciertas metáforas
o determinados juegos tipográficos. ¿Desmerece algo los sonetos de Garcilaso el
que el Marqués de Santillana se anticipara en escribir “al itálico modo”?
La poesía
creacionista o ultraísta de Huidobro (los dos nombres son intercambiables en la
realidad de las obras, aunque quizá no en la anécdota de los manifiestos) tiene
una gracia de época, pero resulta tan fácilmente imitable no es ni mejor ni
peor que la de tantos nombres hoy olvidados y recogidos por Juan Manuel Bonet
en su reciente antología de la vanguardia.
El mejor
Huidobro, a mi entender, es que el se olvida de las novedades, el de los años
cuarenta, el que ya no tiene que sorprender a nadie ni demostrar que es el
primero, el de El ciudadano del olvido y,
sobre todo, Últimos poemas.
Pero si
solo hubiera escrito estos libros no ocuparía el lugar que ocupa en las
historias de la literatura, que a veces tiene poco que ver con la historia de
la literatura, y que gustan sobre todo de polémicas y rupturas, y de
movimientos que generen abundante bibliografía y etiquetas de fácil uso
didáctico.
Me parece una crítica vacía y sin base teórica. ¿Recuerda el crítico las cosas que decía Buñuel en su autobiografía a Lorca y Dalí?. Me parece que no está usted mentalmente preparado para entender la poesía de Huidobro ni su compleja personalidad. Saca frases fuera de contexto para apoyar su evidente preferencia hacia poéticas "sin sustancia e invertebradas" como decía Ullán. Lorca, Neruda y Huidobro son fundamentales para la literatura castellana, sus peleas no interesan a los lectores porque sus obras demuestran el sitio que tienen. Cálmese un poco y no se refiera a Huidobro con semejante insolencia, donde no se aprecia ningún análisis crítico interesante, ni filológico, ni reflexivo.
ResponderEliminarA mí también me interesan sus peleas: las de Lorca, Neruda. Lo poco que he leído de H. me parece, precisamente, sin sustancia e invertebrado, y tengo otras lecturas prioritarias antes que prepararme mentalmente para entenderle.
EliminarPues yo prefiere la egolatría manifiesta a la falsa modestia de Borges, por ejemplo. Por lo menos, sabemos a que nos atenemos.
ResponderEliminarPues yo prefiero la poesía de Borges a la de Huidobro.
ResponderEliminarJLGM
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