Prosas encontradas
Leopoldo María Panero
Edición de Fernando
Antón
Visor Libros. Madrid,
2014.
Leopoldo María Panero es una figura paradójica por varias
razones. Para muchos lectores, y para no escasos estudiosos, constituye el
paradigma del poeta de nuestro tiempo; radical, rupturista, al margen del
sistema. Túa Blesa, profesor de la Universidad de Zaragoza, destacado teórico
de la literatura, le denomina “el último poeta” en el subtítulo del libro que
le dedica.
Pero esta
figura marginal, “el último poeta” (signifique lo que signifique esa
afirmación), ha ocupado, desde sus inicios, un lugar no precisamente marginal
en la escena literaria española. La edición que Fernando Antón ha preparado de
sus artículos periodísticos nos informa que se publicaron en los principales
medios: primero, durante los últimos años del franquismo, en el diario Pueblo; luego en El País y en revistas como Triunfo,
Cuadernos para el diálogo o Ajoblanco.
Leopoldo María Panero ha sido el único escritor español que contó, durante
largos años, con sección fija en el monárquico Abc, representante de la tradicional derecha española y
españolista, y en el diario Egin,
portavoz, mientras la legalidad lo permitía, de la izquierda abertzale.
Fernando
Antón propone acercarse a esta prosa dispersa en los más diversos e influyentes
medios no como antesala de su poesía “sino como una estimulante experiencia
intelectual”. No parece que haya sido muy leída de esa manera, ni quizá de
ninguna otra manera. Explica ello que, según afirma el recopilador, varios de
los artículos que aparecieron en Abc se
publicaron repetidos sin que lo advirtieran ni la dirección del diario ni
ninguno de los lectores. “Un ejemplo más de la picardía del autor para
conseguir dinero”, comenta el recopilador.
Rara vez se
tomó en serio nada de lo que decía Leopoldo María Panero, en seguida convertido
en una especie de bufón o fenómeno mediático, en un personaje del que importaba
más la apariencia y el gesto que el contenido intelectual de sus palabras, si
es que tenían alguno. Por eso podía proclamar su “odio a España” en un
manifiesto “anti español” leído en París y ser luego llamado a colaborar
regularmente en el diario monárquico.
Solo una
vez se le tomó en serio y fue cuando publicó una antología de sus
contemporáneos en Poesía, la revista
más prestigiosa y lujosa del momento, dirigida por Gonzalo Armero y publicada
por el Ministerio de Cultura. Ahí aprendió Panero, tan aficionado a transgredir
los límites, que con la vanidad de los poetas no se juega. “Última poesía no
española”, que tal es el título de su selección poética, desde las primeras
líneas mostraba su carácter de boutade o de broma, si bien involuntaria. Decía
cosas como que Dámaso Alonso “se creyó en la obligación de traducir Góngora al
español”, que a Aleixandre “su edición francesa lo ha descubierto como lo que
es, poeta menor para una antología” o que Féliz de Azúa “es un poeta muy guapo
y muy creído”. Los lectores de Poesía se
rieron con las cosas de Panero, que por una vez olvidaba el psicoanálisis, la
antipsiquiatría y la escatología, pero Guillermo Carnero (al que se presenta
como uno de los imitadores de Gimferrer) le replicó con una feroz andanada, “No
dar pie con bola”, que Fernando Antón tiene el acierto de reproducir en este
volumen. Termina con estas palabras: “Eróstrato era un patán que prendió fuego
al Templo de Diana en Éfeso para darse celebridad. La enfermedad del joven
Panero se llama erostratismo, es decir, la clase de locura que lleva a cometer
barbaridades para hacerse famoso. Está claro que en lo de tener opinión en
literatura, el joven Panero no toca pito. En cuanto abre la boca se mea fuera
de tiesto. Más le vale escurrirse del asunto a cencerros tapados y hacer curso
de cultura general por correspondencia, para que no tengamos que ponerle otra
vez de cara a la pared y con orejas de burro”.
A una
referencia de pasada, quizá algo despectiva, responde Valente en El País con “Nueve aforismos para un
neojoven”: “Poco hay peor que el joven persistente y el repetido gesto del
payaso abolido”.
En la
entrevista a Gil de Biedma, realizada en colaboración con Biel Mesquida, y que
es una de las piezas destacadas del volumen, a poco de comenzar a hablar Panero
(“Ten en cuenta que la trampa en que hemos caído todos los poetas es que
nuestro discurso, al no pasar por esta simbólica abstracta que rige la
sociedad, no es leído, está proscrito simbólicamente por la sociedad y, por
tanto, este discurso del inconsciente que es la poesía, la literatura y el
delirio, esta discurso analógico…), le corta el entrevistado: “Mira, yo estoy
muy poco à la page: elabora tu
discurso a otro nivel…”
Y a otro
nivel –el de Gil de Biedma, el de la lucidez, el sentido común y la
inteligencia– transcurre luego la entrevista, gracias sobre todo a Biel
Mesquida.
Destaca en
esta recopilación, entre otras páginas de valor autobiográfico, impactante monólogo
que lleva el título de “Déjame que me tome un cuba libre” (apareció en la
revista Estaciones en 1981). No
parece un texto escrito por Panero, sino declaraciones recogidas por algún
periodista: “El desencanto es una
película desastrosa, sobre todo para mí, una película que me hundió en la
medida en que me convirtió en un payaso que yo no era. Yo era muy serio, escribiendo
mis cosas, inventando mis cosas, perfeccionándolas, sin la película; escribía
para pocos. Tenía libros publicados, pero escribía para pocos, para los que me
leían y que no fueron la cantidad de miles de payasos que me empezó a ver como
un payaso después de la película”.
Pronto el
autor se sentiría a gusto en ese papel mediático que la sociedad le había
asignado y le sacaría toda la rentabilidad posible: importaba el personaje, no
lo que escribiera.
Tampoco el
prologuista parece preocuparse demasiado de la coherencia de sus afirmaciones:
“Prosas encontradas reúne alrededor
de doscientos textos de Leopoldo María Panero […], de los que más de la mitad
permanecían inéditos hasta hoy en libro. En la presente edición, por tanto, se
ha prescindido de todo aquel material que ya había aparecido previamente
publicado en otros volúmenes”. Si se ha prescindido de los textos publicados
anteriormente en volumen, ¿cómo es que solo más de la mitad sean inéditos en
libro? No es el único caso en que el estudioso se contagia de la falta de rigor
del autor estudiado. Indica que en “Textos enfrentados” publica una crónica de
Martín Vilumara, “pseudónimo de un gran librero y editor que prefiere seguir en
el anonimato”, a la que responde Panero, y luego reproduce esas páginas firmadas
por el verdadero autor, José Batlló.
Entre 1970
y más o menos 1980, Leopoldo María Panero fue uno de los escritores más
significativos de la nueva literatura; a partir de entonces, aunque siguió
escribiendo y publicando con profusión, se convirtió en otra cosa. El valor
literario de sus textos dejó de tener importancia, tanto para él, como para sus
admiradores, que acabaron siendo legión.
la vida es un simulacro de espejos.que con la pátina no se reconocen,unos por gregarios y otros por agotarse en su individualidad su máscara.Saludos.
ResponderEliminarHe leído con muchísimo interés la reseña del libro y he de admitir que las dos críticas del penúltimo párrafo son totalmente legítimas. Sería injusto y mezquino, además de cobarde, esconderme detrás del equipo de maquetación de Visor –sobre el que siento un sincero agradecimiento- y atribuirles a ellos posibles fallos que no son más que descuidos míos. Sí, soy el único responsable de los dos errores que en el citado párrafo se apuntan.
ResponderEliminarEl primero no es tanto un problema de coherencia sino de una manifiesta incapacidad de explicarme. Intentaré enmendar el error. El volumen originalmente pretendía sacar a la luz la totalidad de los textos teóricos de Leopoldo María Panero, aunque según fui avanzando en la recopilación comprendí que era una empresa imposible, puesto que Leopoldo jamás llevó ningún tipo de control sobre sus textos ni mucho menos sobre los medios en los que estos se publicaban. Así que, a pesar de pretenderlo, tuve que descartar una posible edición de los textos completos puesto que había muchas posibilidades de que alguien pudiera tener en su haber algún texto que yo había sido incapaz de encontrar. Y esto a pesar de contar con la valiosísima colaboración de las dos personas que mejor conocen su obra: Túa Blesa y J. Benito Fernández. Llegado a este punto me vi forzado a tratar de dar una explicación que diera unidad a todo lo iba a publicarse en el volumen. Y ésta fue la siguiente: salvo el primer texto del libro –la “Poética” publicada en la antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles– el resto no había aparecido originalmente publicado en libro, sino que, o bien se trataban de conferencias, o bien de textos publicados en prensa, revistas, catálogos de exposiciones, folletos de obras de teatro, etc. Esto no quita que, a posteriori, algunos de ellos, básicamente los publicados en ABC, vieran la luz en algunas antologías, sobre todo en Y la luz no es nuestra (Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1993, segunda edición aumentada). Espero con esta explicación haber conseguido desenredar el nudo, aunque he de admitir que vuelvo a leer lo escrito y continúo dudando de lo inteligible de la aclaración.
Para el segundo error no tengo posible disculpa. Se trata de un descuido imperdonable que me duele sobre todo por el gran aprecio que siento por el autor. El nombre real que se esconde detrás del pseudónimo Martín Vilumara jamás debería haber aparecido escrito en ningún otro lugar que no le hubiese otorgado la protección del anonimato, es decir, en la caótica e imprescindible maraña de los agradecimientos. Insisto, este descuido me duele más que ningún otro.
Para cerrar esta nota de disculpa no me queda más que admitir que la criatura, aunque supuso un trabajo inmenso, no ha quedado perfecta. Quizás tan sólo pueda esgrimir en mi descarga que, tal y como puede deducirse de los agradecimientos finales, tuve un justo motivo de distracción en mi labor que me impidió dedicarle una mayor atención al libro: el día que me comunicaron la muerte de Leopoldo mi compañera se puso de parto. Por supuesto, esto último no es una disculpa ni lo pretende. Como no podría ser de otro modo, celebro la distracción.
Un abrazo y felicidades por el blog.
Fernando Antón Contreras
Agradezco tu respuesta, Fernando, que te honra. Reconocer los errores y no buscar excusas para ellos no es algo demasiado frecuente y resulta la mejor garantía de probidad intelectual.
EliminarPor otra parte, el trabajo es encomiable y resulta muy útil para los admiradores de Panero. Yo le conocí fugazmente en Canarias y colaboró alguna vez en la revista Clarín; siempre me pareció un poeta destruido por la enfermedad. Solo me interesa su obra hasta los primeros ochenta. Pero esa es una opinión mía. Muy distinta es la de Túa Blesa y la de tantos otros.
Un abrazo y gracias de nuevo por la réplica
JLGM
Encomiable el intercambio entre los dos críticos. Como siempre, G. Martín exhaustivo y atento en todos sus apuntes; Fernando Antón humano y elegante. Chapeau!
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