sábado, 24 de enero de 2015

Guillermo Carnero: Culturalismo y poesía


Una máscara veneciana
Guillermo Carnero
Institució Alfons el Magnànim. Valencia, 2014.


En abril de 2011, una institución cultural invitó al poeta Guillermo Carnero a pasar un mes en Venecia, “sin las limitaciones de un turista” (suponemos que tales limitaciones consistirán en tener que abonar los propios gastos). Resultado de esa estancia es este libro, que es menos un libro sobre Venecia que un minucioso recorrido erudito por las huellas de Italia y Venecia en la poesía del propio Carnero.
            En el epílogo, afirma haberlo escrito “sin el lastre que son las reglas de investigación y de documentación erudita”. Se ha permitido la “leve pillería” de sustituir “el placer de la servidumbre” por el de la transgresión.
            Pero esa “pillería”, esa transgresión, si existe, es tan leve que no la nota el lector. En Una máscara veneciana utiliza Carnero para hablar de su propia poesía la misma minuciosidad erudita que empleó para estudiar el grupo Cántico o la poesía dieciochesca. No se permite el menor rasgo de humor, salvo decir que disfruta al hacerlo “como un lechón albino”.
            Buena parte del breve volumen se dedica a la defensa del culturalismo, como rasgo característico de la poesía de su generación –la de los novísimos– y de la suya propia en particular. El culturalismo sería “un procedimiento renovador de la expresión de la intimidad y superador del intimismo primario, en tanto hace posible dar cuenta de la experiencia cotidiana a través de la cultural y evitar las limitaciones del yo lírico neorromántico. El culturalismo permite hablar del yo sin mencionarlo, y referirse del mismo modo a las situaciones existenciales de la vida cotidiana, por el procedimiento de expresar lo uno y lo otro por analogía”.
            Pero el culturalismo, que se puso de moda en los años setenta, a la vez que el rechazo de la poesía social, comenzó a ser denostado en la década siguiente, cuando otra generación entró en escena, y Carnero tantos años después sigue anclado en aquellas viejas polémicas. Para él todo lo que no es culturalismo es “intimismo primario”, “social realismo de crítica y denuncia”, utilización de un lenguaje directo “similar al usado en la comunicación no literaria, y la limitación a los referentes procedentes de la vida cotidiana y contemporánea”. Gustavo Adolfo Bécquer representaría así el ejemplo de lo que él más detesta (“¡A otro perro con esas golondrinas!” tituló su colaboración en un homenaje al autor de las Rimas): un lirismo “facilón y primario”, una “reducida y previsible gama de situaciones existenciales”, a la que se añade “sensibilidad en bruto y exclamativa sensiblería” junto con “desdén de la exigencia y la inteligencia del lector”.
            Guillermo Carnero, en su afán polémico, confunde a Bécquer con sus imitadores, lo que sería como confundirle a él, que pasó –según indica– “más horas en los museos que en el campo” con los presuntos culturalistas que sacan las referencias eruditas de sus poemas de cualquier diccionario enciclopédico o directamente de la Wikipedia.
            Los ataques de Guillermo Carnero a los presuntos enemigos del culturalismo son siempre en defensa propia. Por eso pierde a menudo la objetividad crítica que suele caracterizar sus trabajos académicos y no duda en arremeter incluso contra Manrique, a su entender responsable último de los desvaríos realistas de la llamada poesía de la experiencia: “Cuando Jorge Manrique escribió lo de dejemos a los romanos fundó, sin saberlo, un peligroso pacto demagógico de incalculables consecuencias garbanceras”.
            El culturalismo extremo de los primeros libros de Carnero cambió, tras un largo periodo de silencio, con Verano inglés (1999), su libro  más aplaudido y premiado, pero él pone todo su esfuerzo en que no se vea “como una defección o una adjuración”, no quiere ser confundido como un converso al intimismo.
            Una antología con los poemas citados completa el volumen, junto con una reproducción de las obras de arte mencionadas. ¿Es Guillermo Carnero un poeta erudito, un poeta cuyos poemas necesitan abundantes notas a pie de página? En su primera época así es, y ello explica el éxito de su poesía en el ámbito universitario. A menudo sus referencias resultan tan recónditas que el poema se volvería indescifrable sin la colaboración del propio autor, el más eficaz comentarista de sí mismo.
            No ocurre eso con su poesía última, en la que cultiva lo que él mismo denomina “un culturalismo de baja intensidad”, que es en realidad otra manera más efectiva, más atenta al lector. de utilizar las referencias culturales. Buen ejemplo de ello lo constituye el poema “Al salir de la ducha”, de Verano inglés, que menciona las odaliscas de Ingres y las pastoras de Boucher, entre otros pintores y escultores de la belleza femenina, pero que comienza con un verso de los tan denostados por el primer Carnero: “Me gusta contemplarte al salir de la ducha”. ¿Intimismo primario, lenguaje directo “similar al utilizado en la comunicación no literaria”?
            Guillermo Carnero, al contrario que Gimferrer, su compañero generacional, es un poeta que ha sabido evolucionar: su poesía actual no es una parodia de su poesía primera. Ha aprendido la lección de sus antagonistas literarios, aunque él se niegue a reconocerlo, y sus poemas últimos –los inéditos que se incluyen en este libro, por ejemplo– tienen más en común con Miguel d’Ors o Fernando Ortiz que con los suyos propios en la época de Ensayo de una teoría de la visión (1979). Así comienza uno de ellos, puesto en boca de Boecio: “No me diste paciencia ni humildad; / tampoco astucia para parecer, / plácido y obediente en un rincón. / feliz en la renuncia y el servicio”.  Compárese este monólogo dramático con el de “El príncipe Ludovico Manín contempla el apogeo de la primavera”, por citar solo un ejemplo de su rebuscada, y ya a menudo mera arqueología, poesía primera.
            En Una máscara veneciana no es Venecia lo que más importa. Da la impresión de que a Carnero un mes en cualquier biblioteca rodeado de libros sobre Venecia le habría resultado más útil para su visión de la ciudad que un año de estancia en ella.
                       


              

1 comentario:

  1. También me recuerda a Víctor Botas. Y a mí los títulos rebuscados me resultan simpáticos.

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