Una máscara veneciana
Guillermo Carnero
Institució Alfons el
Magnànim. Valencia, 2014.
En abril de 2011, una institución cultural invitó al poeta
Guillermo Carnero a pasar un mes en Venecia, “sin las limitaciones de un
turista” (suponemos que tales limitaciones consistirán en tener que abonar los
propios gastos). Resultado de esa estancia es este libro, que es menos un libro
sobre Venecia que un minucioso recorrido erudito por las huellas de Italia y
Venecia en la poesía del propio Carnero.
En el epílogo,
afirma haberlo escrito “sin el lastre que son las reglas de investigación y de
documentación erudita”. Se ha permitido la “leve pillería” de sustituir “el
placer de la servidumbre” por el de la transgresión.
Pero esa
“pillería”, esa transgresión, si existe, es tan leve que no la nota el lector.
En Una máscara veneciana utiliza
Carnero para hablar de su propia poesía la misma minuciosidad erudita que
empleó para estudiar el grupo Cántico o la poesía dieciochesca. No se permite
el menor rasgo de humor, salvo decir que disfruta al hacerlo “como un lechón
albino”.
Buena parte
del breve volumen se dedica a la defensa del culturalismo, como rasgo
característico de la poesía de su generación –la de los novísimos– y de la suya
propia en particular. El culturalismo sería “un procedimiento renovador de la
expresión de la intimidad y superador del intimismo primario, en tanto hace
posible dar cuenta de la experiencia cotidiana a través de la cultural y evitar
las limitaciones del yo lírico neorromántico. El culturalismo permite hablar
del yo sin mencionarlo, y referirse del mismo modo a las situaciones
existenciales de la vida cotidiana, por el procedimiento de expresar lo uno y
lo otro por analogía”.
Pero el
culturalismo, que se puso de moda en los años setenta, a la vez que el rechazo
de la poesía social, comenzó a ser denostado en la década siguiente, cuando
otra generación entró en escena, y Carnero tantos años después sigue anclado en
aquellas viejas polémicas. Para él todo lo que no es culturalismo es “intimismo
primario”, “social realismo de crítica y denuncia”, utilización de un lenguaje
directo “similar al usado en la comunicación no literaria, y la limitación a
los referentes procedentes de la vida cotidiana y contemporánea”. Gustavo
Adolfo Bécquer representaría así el ejemplo de lo que él más detesta (“¡A otro
perro con esas golondrinas!” tituló su colaboración en un homenaje al autor de
las Rimas): un lirismo “facilón y
primario”, una “reducida y previsible gama de situaciones existenciales”, a la
que se añade “sensibilidad en bruto y exclamativa sensiblería” junto con
“desdén de la exigencia y la inteligencia del lector”.
Guillermo
Carnero, en su afán polémico, confunde a Bécquer con sus imitadores, lo que sería
como confundirle a él, que pasó –según indica– “más horas en los museos que en
el campo” con los presuntos culturalistas que sacan las referencias eruditas de
sus poemas de cualquier diccionario enciclopédico o directamente de la
Wikipedia.
Los ataques
de Guillermo Carnero a los presuntos enemigos del culturalismo son siempre en
defensa propia. Por eso pierde a menudo la objetividad crítica que suele
caracterizar sus trabajos académicos y no duda en arremeter incluso contra
Manrique, a su entender responsable último de los desvaríos realistas de la
llamada poesía de la experiencia: “Cuando Jorge Manrique escribió lo de dejemos a los romanos fundó, sin
saberlo, un peligroso pacto demagógico de incalculables consecuencias
garbanceras”.
El
culturalismo extremo de los primeros libros de Carnero cambió, tras un largo
periodo de silencio, con Verano inglés (1999),
su libro más aplaudido y premiado, pero
él pone todo su esfuerzo en que no se vea “como una defección o una
adjuración”, no quiere ser confundido como un converso al intimismo.
Una
antología con los poemas citados completa el volumen, junto con una
reproducción de las obras de arte mencionadas. ¿Es Guillermo Carnero un poeta
erudito, un poeta cuyos poemas necesitan abundantes notas a pie de página? En
su primera época así es, y ello explica el éxito de su poesía en el ámbito
universitario. A menudo sus referencias resultan tan recónditas que el poema se
volvería indescifrable sin la colaboración del propio autor, el más eficaz
comentarista de sí mismo.
No ocurre
eso con su poesía última, en la que cultiva lo que él mismo denomina “un
culturalismo de baja intensidad”, que es en realidad otra manera más efectiva,
más atenta al lector. de utilizar las referencias culturales. Buen ejemplo de
ello lo constituye el poema “Al salir de la ducha”, de Verano inglés, que menciona las odaliscas de Ingres y las pastoras
de Boucher, entre otros pintores y escultores de la belleza femenina, pero que
comienza con un verso de los tan denostados por el primer Carnero: “Me gusta
contemplarte al salir de la ducha”. ¿Intimismo primario, lenguaje directo
“similar al utilizado en la comunicación no literaria”?
Guillermo
Carnero, al contrario que Gimferrer, su compañero generacional, es un poeta que
ha sabido evolucionar: su poesía actual no es una parodia de su poesía primera.
Ha aprendido la lección de sus antagonistas literarios, aunque él se niegue a
reconocerlo, y sus poemas últimos –los inéditos que se incluyen en este libro,
por ejemplo– tienen más en común con Miguel d’Ors o Fernando Ortiz que con los
suyos propios en la época de Ensayo de
una teoría de la visión (1979). Así comienza uno de ellos, puesto en boca
de Boecio: “No me diste paciencia ni humildad; / tampoco astucia para parecer,
/ plácido y obediente en un rincón. / feliz en la renuncia y el servicio”. Compárese este monólogo dramático con el de
“El príncipe Ludovico Manín contempla el apogeo de la primavera”, por citar
solo un ejemplo de su rebuscada, y ya a menudo mera arqueología, poesía primera.
En Una máscara veneciana no es Venecia lo
que más importa. Da la impresión de que a Carnero un mes en cualquier
biblioteca rodeado de libros sobre Venecia le habría resultado más útil para su
visión de la ciudad que un año de estancia en ella.
También me recuerda a Víctor Botas. Y a mí los títulos rebuscados me resultan simpáticos.
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