sábado, 14 de marzo de 2015

Óscar Hahn, Loewe de línea clara


Los espejos comunicantes
Óscar Hahn
XXVII Premio Loewe
Visor. Madrid, 2015.

Hasta hace poco había dos clases principales de premios de poesía: aquellos a los que había que presentarse, generalmente de manera anónima, destinados a poetas nuevos o poco conocidos, y aquellos otros a los que se daban sin necesidad de presentarse y que por lo general reconocían una larga trayectoria literaria. Los primeros eran, y son, innumerables, desde el veterano Adonais hasta el sustancioso Loewe, pasando por los que convocan editoriales, ayuntamientos, diputaciones; los segundos siempre se han contado con los dedos de una mano: el Premio de la Crítica, el Nacional de Literatura, el Cervantes, el Príncipe de Asturias.
            Últimamente las cosas han comenzado a cambiar. A Claudio Rodríguez, Ángel González o Francisco Brines, tras ser descubiertos por el Adonais, no se les ocurriría participar en ningún otro concurso. Luis Antonio de Villena, Jaime Siles o Guillermo Carnero, a pesar de que ya están en las páginas de la historia literaria, no dudan en competir por los más sustanciosos galardones (a veces los mismos en los que ellos actúan habitualmente de jurados).
            Por eso sorprende menos, aunque algo sorprende, que el premio Loewe lo haya obtenido en su última convocatoria Óscar Hahn, un poeta chileno de 1938, cuyas poesías completas, Archivo expiatorio (1961-2009), prologadas por Luis García Montero, ya habían sido publicadas por la editorial Visor.
            Los espejos comunicantes es un libro de fácil lectura y de apariencia menor. A más de un lector le extrañará encontrarse con un poema infantil inspirado en una historia de E. T. A. Hoffmann: “Muñequitas de madera / lindas muñecas mecánicas / todas con ojos de vidrio / y colorete en la cara”.
            Tampoco falta el poema que es poco más que simplismo y buenas intenciones. “¿Es que existe en el mundo alguna guerra / que no sea sucia?” comienza el titulado “Guerra sucia”. Y en “Nueva paradoja de Zenón” critica que haya países donde a los dieciocho años un joven no puede beber alcohol, pero puede ser enviado a la guerra.
            Son los inconvenientes de una estética realista que, al no jugar a oscurecer el verso o a destruir el lenguaje, no puede encubrir ninguna incursión en la obviedad o el tópico.
            Pero en el epigonal y a ratos algo desganado Los espejos comunicantes sigue estando presente el gran poeta que es Óscar Hahn, un poeta de línea clara, refractario a las vanguardias, uno de los más notables poetas de este tiempo.
            Los mejores poemas del libro nos cuentan una historia emparentada con la literatura fantástica. En “El recién llegado”, el difunto “que no sabe / todavía dormir el sueños eterno”, “mira a su alrededor desorientado / como cuando una noche despertamos / en una habitación desconocida / y buscamos el cielo raso, el cuadro / familiar el teléfono las fotos / y nuestra ropa encima de la silla”.
            “Teoría de la relatividad” nos cuenta una historia de fantasmas (no es la única); el imaginario de ciertas películas de terror o de ciencia ficción aparece en otros poemas, y en “Transformers” le sirve para conseguir un original poema erótico.
            No desdeña el humor Óscar Hahn (“Reloj de pie”) que contrasta con el directo sentimentalismo de otros poemas: “un amor indecible como este loco amor”.
            Los defectos son la otra cara de las virtudes de un poeta; cada estética permite determinados aciertos, posibilita determinadas caídas. La poesía fácil de Óscar Hahn –fácil de leer y en algunos casos diríamos que fácil de escribir– resulta memorable en poemas como “En la tumba del poeta desconocido”, “Solitude” o “La suprema soledad”, dedicado a Miguel de Unamuno.
            A partir de cierta edad, los poetas no escriben nuevos libros de poemas, sino solo poemas sueltos que añadir a una obra ya hecha. Es quizá lo que le ocurre a Óscar Hahn en Los espejos comunicantes.


2 comentarios:

  1. Muy buena la exactitud del critico...Vasos comunicantes...el nombre es " Los espejos comunicantes"...el inminente poeta escribe cada día...Nunca ha dejado de escribir..

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  2. ¡Nada de sillas! La ropa, doblada en el armario (y así todo queda ordenado).

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