Cartas
George Sand / Alfred de Musset
Prólogo de Jorge Luis
Borges
Ediciones Ulises.
Sevilla, 2015.
El interés por la intimidad ajena no es de hoy, es de
siempre. Los asuntos de alcoba, especialmente si los protagonizan famosos,
siempre han constituido el mayor espectáculo del mundo.
¿Fue George
Sand la Isabel Preysler del siglo XIX? Del algún modo sí, pero una Isabel
Preysler que tuvieran el talento novelístico de Vargas Llosa.
George Sand
pasó toda su vida en medio del escándalo, buscado o no. Era una mujer que
firmaba con nombre masculino, que se vestía como un hombre, que fumaba en
público, que escribía profusamente de temas políticos y sociales hasta entonces
vedados a las mujeres, que pedía para su vida sentimental la misma libertad que
se concedía a la de los varones.
Para la
mentalidad conservadora fue el mayor ejemplo de depravación, la encarnación del
demonio. En la Vetusta clariniana, compararla con ella es el mayor insulto que
se le puede hacer a una Ana Ozores que muestra inquietudes literarias.
De los
varios amores de George Sand, dos se recuerdan aún, y casi se han convertido en
atractivo turístico: el que tuvo con Alfred de Musset, asociado para siempre al
veneciano hotel Danieli, y el que la relaciona con Chopin y la cartuja de
Valdemossa.
George
Sand, a punto de cumplir treinta años, ya era una escritora famosa cuando un
joven poeta, de poco más de veinte, le escribió una carta llena de admiración. La
novelista se sintió halagada y pronto seducida. Con el permiso de la madre del
poeta, realizaron juntos un viaje a Venecia. Lo que allí ocurrió ha sido
contado de muchas maneras. La más escandalosa, puesta en circulación por el
hermano mayor de Musset cuenta que el poeta enfermó a poco de llegar, que le
asistió un médico veneciano, que cierto día abrió los ojos en medio de la
fiebre y lo sorprendió besándose apasionadamente con George Sand, quien en vano
trataría luego de convencerle de que todo había sido uno de sus delirio.
Aquella
relación –que tuvo sus más y sus menos, que en algún momento se convirtió en un
ménage à trois con el médico
veneciano, Pietro Pagello– dejaría
abundante huella en la obra literaria de los dos amantes, pero en ninguna parte
quedó más exactamente reflejada que en las cartas que se intercambiaron,
cuidadosamente conservadas por parte de ambos.
Ediciones
Ulises reedita ahora con acierto la traducción que de ese epistolario
realizaron Jorge Luis Borges y José Biancci en 1945. El prólogo de Jorge Luis
Borges, una pequeña obra maestra como todos los suyos, no está incluido en Prólogos, su recopilación de 1975, y
justificaría por sí mismo la reedición del volumen.
Comienza
con un aforismo: “El amor suele ser un convenio tácito cuyas partes se
comprometen a hallarse indispensables y milagrosas”. En los pocos párrafos que siguen
cumple con su definición de lo que debe ser un prólogo: “no una forma
subalterna del brindis; sino una forma lateral de la crítica”.
Tras
compendiar “las circunstancias de la aventura”, añade: “Pero lo verdadero en
toda aventura no son las circunstancias concretas, es la general y abstracta
pasión”.
No todos
los lectores estarán de acuerdo. Más que las habituales hipérboles en que la
pasión se expresa, nos interesan los detalles concretos que contienen estas
cartas. George Sand trata a menudo a Musset menos como su amante que como su
secretario y colaborador. A propósito de una de sus novelas, André, le pide no solo que corrija las pruebas, sino también que elimine
“los idiotismos, las repeticiones, las faltas de gramática”, además de los
“gruesos dislates” que ha cometido en algún punto concreto. En otra carta le
ruega que le envíe “algunos pequeños objetos”: “doce pares de guantes de
cabritilla; dos pares de zapatos de satén negro y dos de cuero negro comprado
en lo de Michiels, en la esquina de la calle Helder y el bulevar (dirás que me
los hagan un poco más anchos que mi medida: tengo los pies hinchados y el
cuero de Venecia es duro como suela); un cuarto de patchuly en lo de Leblanc,
calle Saint-Anne; frente al número 50: no te dejes robar, vale dos francos el
cuarto; Marquís lo vende a seis…”
Y sigue así
con su minuciosa lista de encargos, entre ellos “buen papel de cartas” y los
recortes de los periódicos que hablaron de sus libros, ya que Pagello quiere
traducirlos y necesita esas reseñas favorables para venderlos a mejor precio.
No menor
interés tiene lo que nos cuenta de su vida en Venecia con el médico que
sustituyó a Musset: “El señor Pietro Pagello es un Don Juan sentimental que se
ha encontrado de golpe con cuatro mujeres sobre los hombros. Todos los días
tragedia y comedia nueva por parte de sus amantes y de sus amigas. . Es un imbroglio de nunca terminar y del cual
te haré el relato épico cuando nos veamos en el mes de agosto”. Viven todos
juntos en un viejo palazzo veneciano, casa Mezzani, en corte Minelli. Un día
escucha un “espantoso alboroto” en el aposento de una de las amantes de
Pagello: “Pensé que estaría operando a treinta gatos juntos, pero la puerta se
abrió con estrépito y oí que el doctor gritaba: Carogna, io te ammazzo. En efecto, la hubiera matado de no haber yo
intervenido, pero la mujer solo me guarda por ello un poco más de odio. He
dicho que no deseaba historias en mi casa, pero como me hiciera amenazas
bastante graves de asesinato, la amenacé con denunciarla a la policía”.
Lo
verdadero en toda aventura, afirma Borges, es la pasión, “esa pasión impersonal
que hace que toda carta de amor parezca redactada por nosotros, dirigida a
nosotros”. Sin negar tal hecho, habría que añadir que es el involuntario autorretrato
de una mujer excepcional, con los pequeños detalles exactos de la vida en
Venecia y París durante los años del romanticismo, lo que más nos interesa
Como lector de su blog, me llama la atención que cada vez reseña menos libros de poesía, cosa que lamento porque suelo coincidir con su criterio. Espero que sea algo coyuntural, pues me gustaría conocer su opinión sobre los últimos poemarios de Rodríguez Marcos o González Iglesias entre otros. Un cordial saludo.
ResponderEliminarManuel.
Cierto, cada vez hablo menos de libros de poesía. Deliberadamente. Del de Rodríguez Marcos he escrito una breve nota en la revista Anáfora. Del de González Iglesias prefiero no decir nada, para no deslucir los ditirambos habituales.
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"un ménage À trois"
ResponderEliminar"hallarse indispensableS y milagrosas"
Gracias por la generosa corrección de erratas. Y aún quedaban más que poco a poco voy detectando.
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“Pero lo verdadero en toda aventura no son las circunstancias concretas, es la general y abstracta pasión [...] esa pasión impersonal que hace que toda carta de amor parezca redactada por nosotros, dirigida a nosotros”.
ResponderEliminar¡Cómo se nota que Borges era frígido!
Creo recordar haber leído en el libro de alguna amiga suya que al autor de "El hacedor" le aterrorizaba el sexo y que se murió virgen.
No hay que hacer demasiado caso de lo que dicen las antiguas amigas, sobre todo si son novias despechadas.
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Yo no sé si LT reflexiona un poco antes de escribir según qué cosas, o se limita a guiarse por freudismos más o menos de bolsillo. Según su razonamiento, una persona sólo puede hablar de lo amoroso con conocimiento de causa desde la práctica personal de una activa vida sexual, lo que es tanto como decir que, puesto que Stevenson escribió, y muy bien, cosas como "La isla del tesoro", indudablemente había pasado años navegando y luchando en el mar, o Cervantes había cogido un viejo caballo y salido por los caminos a remediar injusticias. O San Juan de la Cruz jamás supo nada del tema amoroso. Desconozco (y lo que es más, no me interesa) la vida sexual de Borges; en sus poemas (y no sólo en ellos), en cambio, está muy patente ese conocimiento de lo amoroso que LT pretende negarle, no sé si porque no le ha leído o porque no ha sabido leerle. Consuélese: también he visto a gente que hablaba, muy convencida, de la ignorancia de lo amoroso de San Juan, y que se creían de veras lo que decían. Pobres.
ResponderEliminarCada día me interesan más las cartas, sean aquellas cartas que se dirigen amantes del siglo XVI y XVII y que sólo conocemos por esas páginas como las de Keats, y no digamos las maravillosas de Kafka escribiendo a Felice: una pura delicia. Cómo no estar feliz sabiendo que sale ahora la correspondencia de Nabokov con su esposa, las de Galdós con Emilia Pardo Bazán y tantas otras. A veces creo que en esas cartas están si no lo más valioso de algunos escritores, que también, aquello que revela algún rasgo que ayuda a conocerlos mejor.
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