Luis Bello, cronista de la Edad de Plata
José Miguel González
Soriano
Universidad de
Salamanca, 2017.
Deja un poso de tristeza la lectura de la vida de Luis Bello
(1872-1935), minuciosa y ejemplarmente reconstruida por José Miguel González
Soriano. Coetáneo de Azorín y de Baroja, participante en todas las empresas
periodísticas y regeneracionista de Ortega, fue un hombre casi siempre desventurado
y en segundo plano.
La efímera fama
le llegó cuando comenzó a publicar en El
Sol una serie de artículos dedicados a contar sus visitas a las escuelas
españolas. Esos artículos, pronto reunidos en libro, siguen sustentando su
reconocimiento póstuma. Varias veces reeditados, se inspiran en el espíritu de
la Institución Libre de Enseñanza: la revolución debe empezar desde abajo con
la mejora de la educación.
Los cuatro
tomos de Viaje por las escuelas de España
se publicaron entre 1926 y 1929, en los últimos años de la dictadura y
supusieron un decisivo apoyo al estado de ánimo que pronto traería la
república, en la que Luis Bello participaría activamente.
Había
nacido en Alba de Tormes, donde su padre desempeñaba funciones judiciales.
Pronto sería trasladado a Cangas de Narcea (entonces Cangas de Tineo) y luego a
Luarca, localidad en que el niño asistiría a su primera escuela. Seguirían los
traslados paternos, pero Luis Bello se trasladó a vivir a Madrid con unos
parientes, y madrileño se consideraría.
Su iniciación
política y periodística tienen lugar de la mano de Canalejas. En 1898, es
redactor de El Heraldo de Madrid y
encargado de la información parlamentaria; asiste así desde dentro a la gestión
de la humillante derrota. Desde entonces la historia de su vida se entrelaza
con la historia de España, testigo en primera línea de todos los ilusionados
empeños de las primeras décadas del siglo XX y de los sucesivos fracasos.
El libro de
González Soriano (con abundante documentación inédita y solo un ligero lapsus:
en la página 150 confunde la primera y la segunda edición de La Regenta) supone así un recorrido por
la historia y la intrahistoria de España. Nos muestra todas las martingalas del
sistema electoral de la Restauración, reconstruye acontecimientos que no han
pasado a la gran historia, pero que definen la fisonomía de un tiempo. Los
disturbios de Salamanca en 1903, por ejemplo, anticipo de tantos otros
posteriores. Años después, en un capítulo de Viaje por las escuelas de España, recordará Luis Bello su primera
visita a Salamanca: “Habían matado miserablemente a dos alumnos dentro de la
Universidad, y llegue, como periodista, a tiempo de ver sus cadáveres
atravesados a balazos”. En la protesta por esas muertes, los estudiantes se
reunieron y fueron a apedrear el edificio del gobierno civil; el rector, Miguel
de Unamuno, para evitar más muertes, se subió a las gradas para calmarles, sin
miedo a las piedras (alguna le rozó). Uno de los estudiantes muertos a balazos
por la guardia civil se llamaba premonitoriamente Federico García y se había
asomado a una ventana del aula para ver lo que pasaba.
Testigo fue
también Luis Bello del rescate de los prisioneros que habían quedado en manos
de Abd-el-Krim tras el desastre de Annual. Acompañó al empresario vasco Echevarrieta
hasta la playa de Axdir para informar del acontecimiento. Enterado de lo que se
había tenido que pagar a cambio de aquellos maltratados y humillados soldados
españoles, cuentan que Alfonso XIII (accionista de sustanciosas empresas en el
Protectorado) exclamó: “¡Qué cara está la carne de gallina!”
Esta vida
de Luis Bello puede considerarse como una sintética enciclopedia de la vida
española durante el primer tercio del siglo XX, a la vez tan lejana y tan
cercana a nosotros.
A Luis
Bello, en agradecimiento a su Viaje por
las escuelas de España, a su elogio del magisterio y a su empeño por
mejorar la educación de los pueblos más remotos, se le regalaría una casa por
suscripción popular. Tenía siete hijos, vivía precariamente, aunque era uno de
los primeros periodistas de España. Cuando murió, muy pocos años después, esa
casa ya no era suya: había tenido que venderla para pagar los gastos de una
campaña electoral, con el partido de Azaña, en la que no había sido elegido. Lo
sería poco después, al quedar una vacante en Madrid, y como diputado por Madrid
presidió la comisión del Estatuto de Cataluña. Su actuación le valió toda clase
de insultos por parte de la derecha. Las discusiones de entonces todavía
resultan ilustrativas hoy.
La
aprobación de ese Estatuto fue el mayor momento de gloria para Luis Bello, que
acompañó a Manuel Azaña en el recibimiento apoteósico que tendría lugar en
Barcelona. Muy poco después, tras los acontecimientos del 34, ambos serían
encarcelados.
No tuvo
tiempo de ver la catástrofe del 36. Murió, esperanzado, pocos días después de
asistir al mitin de octubre de 1935 en el campo de Comillas, donde Azaña logró
reunir a cientos de miles de personas. El triunfo estaba cerca, pero él no lo
vería. Ni, afortunadamente, lo que vendría después.
Pero aunque
participó en política, Luis Bello fue sobre todo periodista: colaboró en toda
la prensa importante de su tiempo, de El
Imparcial a El Sol, dirigió
durante dos años El Liberal, de
Bilbao (donde coincidió con Indalecio Prieto), fue uno de los principales
redactores de La Esfera, fundó la Revista de Libros, Europa, Política y
otras publicaciones de gran ambición intelectual pero de muy corta vida por
motivos económicos.
El fracaso
de Luis Bello –un hombre de quijotesca apariencia que no duró en arremeter
contra todos los gigantes o molinos de viento que se le aparecían en el camino–
fue el fracaso de una generación y de la manera más noble de ejercer política y
periodismo.
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EliminarQuerido amigo Martín: ¿Sería posible que quitaras estos "poemails" (Petisme dixit [X. Martínez dixit])? Me daría pena que por algún casual mis amigas los vieran, y el último es muy malo. Gracias y un saludo, María
EliminarMendigando siempre amor, así soy yo.
ResponderEliminarContra estatuas chocando,
clamando, suplicando.
¿Hay alguien al otro lado?
No.
Donde dice "Hay alguien" debe decir "Alguien".
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