El vaho de dios (Poemas venezianos)
Edición de Alfredo
Rodríguez
Renacimiento.
Sevilla, 2017.
A los poetas de la generación de José María Álvarez, nacido
en 1942, se les llamó, un tanto despectivamente, “venecianos”. Uno de ellos,
Pere Gimferrer, había dedicado una “Oda a Venecia ante el mar de los teatros”
en el más destacado de sus libros, Arde
el mar, y de ahí quizá el nombre, con el que se quería subrayar, no tanto
que dedicaran poemas a esa ciudad, como su decadentismo y su refinamiento
trasnochados.
José María Álvarez
comenzó cultivando la poesía social. Entró, un tanto a regañadientes, en la
antología de Castellet Nueve novísimos,
que pronto ingenuos y virulentos detractores harían famosa; quiso en un primer
momento distanciarse de ella: él, autor del inacabado e inacabable Museo de cera, era un poeta de
vanguardia frente a tanto conservadurismo estético. El éxito del libro le hizo
convertirse, ya en los ochenta, en el representante por excelencia de todos los
tópicos de su generación, casi en un “novísimo” profesional.
En 1985
organizó un polémico viaje a Venecia para llevarle flores a la tumba de Ezra
Pound. Primero pretendió que corriera a cargo de la fundación Juan March, luego
del ministerio de Cultura, más tarde de no sé qué bancos o cajas de Ahorro;
finalmente corrió con los gastos la Autonomía de Murcia, convertida a partir de
entonces en el mecenas que financió los encuentros de poesía –Ardentissima se denominaron– que
permitieron a José María Álvarez acentuar su proyección internacional.
Poeta, y
solo poeta, a la manera antigua, Álvarez necesitó siempre un mecenas, Primero
fueron las administraciones públicas de la reciente democracia española; luego,
a la vez que se fue acentuando su rechazo de la sociedad contemporánea, ciertas
aristocráticas amistades. En el prólogo a El
vaho de Dios, Alfredo Rodríguez, nos informa de dónde han sido escritos
estos poemas: “Un viejo amigo suyo, un noble veneciano, Gianfranco Ivancich, le
pudo facilitar durante años todo lo necesario para que un gran poeta pudiese
hacer lo mejor que sabe hacer: escribir poesía. Y para estos menesteres le
reservó un ala de uno de sus palacios en la ciudad. Un palacio en la calle del
Remedio, justo detrás de San Marco”.
A esa
generosidad, José María Álvarez corresponde con un poema, “Ante las ruinas de
Villa Ivancich”, el más convencional de los antologados, cuyo verso final
agradece “al último Príncipe su hospitalidad y su amistad”.
En El vaho de Dios (Poemas venezianos) están
todos los manierismos de José María Álvarez, comenzando por esa zeta conservada
en el nombre de la ciudad: títulos en otros idiomas, citas variopintas y
superfluas, un personaje que mira al resto del mundo (salvo a sus
aristocráticos protectores) por encima del hombro y juega a lo política
incorrecto, ese deporte tan común entre los españoles. Pero están también el
amor a Venecia y las muestras del excelente poeta que es, quizá a pesar de sí
mismo.
En una
antología universal de poemas sobre Venecia –quizá la ciudad a la que más se le
han dedicado– no podrán faltar algunos de estos poemas. Los que yo prefiero son
los más sencillos, como “Niños jugando en el campo de San Zan Degolà”. Hay
otras admirables estampas impresionistas, que inciden y escapan al tópico –la
luna brillando sobre la laguna– y que tienen títulos tan gratuitos como
característicos del autor: “Nox ruit et fuscis tellurem amplectitur alis”,
“Lover come back to me” o “Désespoir d’une beatuté qui s’en va vers la mort”.
Gratuito es
también el título, tomado de Conrad, “”Heart of Darkness”, de un poema que
puede servir de guía para un ilustrado paseo por la ciudad. La plaza de San
Marcos después de la lluvia, atardecer, los edificios reflejados en los charcos,
una copa en un bar de la Piazzeta con una jovencita recién llegada de España,
la explicación, como un aplicado guía de todo lo que tiene ante sus ojos
(aparecen los nombres de Petrarca, Vivaldi, Marco Polo y tantos otros), seguida
de un consejo: “No visite museos. Pasee / sin rumbo, contemple. Sentirá que es
cierto / aquello de la plus / triumphante cité. Véala / cómo muere. Como un
animal. / Es la mejor metáfora / del destino de nuestra Cultura, / de los
mejores de nosotros”. Luego, ya solo, el lento regreso al palacio en que
habita, en la calle del Remedio, haciéndonos ver, con poética precisión, lo que
encuentra a su paso: “La Salute / va desdibujándose como / en el óleo de
Monet”.
Es difícil,
sin embargo, no sentir un poco de vergüenza ajena al leer alguno de los poemas
de este libro, o de cualquier otro de José María Álvarez, un poeta que gusta de
caricaturizarse a sí mismo y que parece considerarse como el último
representante de una estirpe gloriosa a punto de extinción. Un ejemplo,
“Astarnuz”. Poema con anécdota, de los que se pueden contar: el poeta entra en
la habitación de un hotel, enciende el televisor y “aparece en pantalla un
rostro único / admirable, perfecto, inteligente, / cómplice”. El rostro de Sharon
Stone. Y luego nos enumera lo que supone el placer de “gozar a una mujer así”:
como escuchar a Bach en Chartres, acariciar el crepúsculo en Istambul, leer a
Píndaro en voz alta, a Shakespeare, a Borges o a Nabokov, comprender el
Partenón, etc, etc. Y habla de “la cantidad de excitantes pensamientos / a que
después diera lugar” esa contemplación de la actriz en una mala película, a lo
que “ha enriquecido” su vida y su memoria. Termina diciendo que ver a Sharon
Stone en el televisor aquella noche fue como para Mozart, o los santos, “ver a
Dios”. Sin comentarios.
Sin
comentarios tampoco cuando repite en un poema lo que ya dijo en otro, que las
palabras más hermosas que una mujer le puede decir a un hombre son: “Déjame ser
tu puta”.
Mejor
quedarse con el poeta sabio, que sabe gozar de los libros y de la vida, y que
termina un poema con esta variación del “carpe diem”: “Saborea / tu copa,
aspira el humo / de tu cigarro, / agradece algunos seres que has amado, / y el
mar, los árboles, Venezia, / los perros, / los crepúsculos, / la música, / la
Luna”.
José María Álvarez es un tipo cuyo descaro infinito ha hecho creer a algunos ingenuos que es poeta porque corta frases y las apila verticalmente.
ResponderEliminarSu poesía yo no la entiendo mucho. Buena reseña.
ResponderEliminarUn saludo
IMPUDOR (Rafael Baldaya)
ResponderEliminarHace falta una especie de engreimiento para escribir buscando que otros lean lo que escribes.
Pienso en los que escribieron cuando no había aún imprenta, cuando otros debían luego copiarlo todo a mano. En códice, en papiro, en pergamino... Escribanos con pluma, copistas, amanuenses transcribiendo tus textos.
¿Es tan bueno lo mío? ¿De verdad lo que he escrito vale tanto la pena?
Hace falta soberbia, vanidad, egolatría.
Y luego, con la imprenta, escribir para que otros pusieran todo el texto en cajas, letra a letra, para ser imprimidas. Letras de molde y tinta. Prensas sobre papeles. Y así miles y miles de letras, de palabras, de frases una a una.
¿Es tan bueno lo mío? ¿De verdad lo que he escrito vale tanto la pena?
Hace falta inmodestia, arrogancia, altivez.
Pero también ahora que no hay ya que usar planchas de metal o madera para imprimir las páginas, hace falta osadía, presunción, petulancia para escribir pensando que otros gasten su tiempo en leer lo que escribes.
¿Es tan bueno lo mío? ¿De verdad lo que he escrito vale tanto la pena?
Sí: hace falta una especie de insolencia, un toque de impudor, para escribir buscando que otros lean lo que escribes.
Siempre a la defensiva, como animales asustadizos, cambiaban de piel constantemente. El amor que no tenían moldeaba a los seres como barro. Las cabezas de ganado iban y venían pero el rancho no cambiaba. John miró por la ventana: otra vez los niños correteando por el arenal. Qué afortunados eran de no tener hijos. Contempló su biblioteca. "Ellos son mis hijos", pensó. "O mis padres. Mi familia". "¿Te acordaste de recoger la mandioca?", le interrumpió Mandy. "Siempre tan distraído... ¡Apúrate! O no podré preparar el almuerzo." Mandy llegó al rancho tres años atrás y desde entonces eran inseparables. Había entre ellos una simbiosis perfecta... CONTINUARÁ
EliminarPatético
ResponderEliminarCuando salió la antología de Castellet me fascinó JMA y en cuanto pude compré "Museo de cera" creo que era una edición de La gaya ciencia. Esas citas, las alusiones a mucho libros que aún no ha bía descubierto, las anécdotas de mis ídolos de jazz... Pero me cansó. La reseña de JLGM resume certeramente lo que pienso ahora de JMA. Pero compraré el libro; soy acto a esa colección de Renacimiento
ResponderEliminarEl teclado del móvil y la presbicia son enemigos de la ortografía. Espero que se entienda mi comentario y que se me disculpen los errores
EliminarEsta editorial debería subirse al carro de lo Kindle. Para muchos lectores es una lata salir a comprar, y más caro. Y no por eso iban a perder a los fetichistas del papel.
ResponderEliminar¿Por qué algunos creerán que "estar al día" tiene algo que ver con la estética? Eso tendrá que ver con un afán de estar en el candelero, de tener una gran vida social, pero no con el arte. El arte tiene que ver con la contemplación y la elevación (sí, eso que tanta alergia le da a algunos), no con argumentaciones, razonamientos ni cafés.
Eliminar¿Por qué creerán algunos que algunos creen que "estar al día" tiene que ver con la estética? Convendría, me parece a mí, dar nombres o citar ejemplos de aquello que se rebate.
EliminarUsted dice que es poeta pero solo habla de política y novedades.
Eliminar¿Y dónde he dicho yo que soy poeta? He publicado algunos libros de poemas y muchos más que no son de poemas. Si son poeta, ya lo dirán los lectores. ¿Y de dónde saca usted que yo solo hablo de política y novedades? ¿Me ha escuchado hablar alguna vez? Acierta en que en este blog se publican mis reseñas de las novedades literarias. Quejarse de que un blog de crítica de las novedades literarias se hable de novedades literarias es como quejarse de que en un restaurante de comida japonesa sirvan comida japonesa y no paella.
ResponderEliminarArgumento a lo primero: http://cafearcadia.blogspot.com.es/2011/03/al-otro-lado-elogio-de-la-conversacion.html: "Dudo que se pueda estar al tanto de lo que pasa en el mundo sin leer la prensa."
ResponderEliminarRespuesta a lo segundo, arriba a la derecha: José Luis García Martín nació en Aldeanueva del Camino (Cáceres) en 1950. Es poeta, crítico literario, profesor de literatura en la Universidad de Oviedo y director de la revista Clarín, etc.
Vaya argumentos. ¿Cree usted que se puede estar al tanto de lo que pasa en el mundo sin leer la prensa, limitándose a ver las noticias en la televisión? Hay gente que cree cosas más rara, pero dudo mucho que interesa (a mí no me interesa) la opinión de alguien "tan bien informado".
ResponderEliminarSi "es poeta" significa que he publicado varios libros de versos, pues claro que lo soy; si significa que soy un ser especial que vive en las nubes y considera rebajarse hablar de los que pasa en la calle, pues claro que no lo soy.
En cualquier caso, estimado anónimo que se enfada porque no le sirven paella en un restaurante de comida japonesa, este blog no está dedicado a mi faceta de poeta, sino de comentarista de libros, como cualquiera puede ver.
Bueno, acepto el argumento.
EliminarTiene toda la razón. Álvarez tiene poemas excelentes,pero otros muy regulares. Me da la impresión que publica todo lo que se le ocurre, sin ningún tipo de criba."Museo de cera" me impactó en 1986 ( tenía 20 años ) pero luego se repite en exceso. Un saludo.
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