Diligencias
Andrés Trapiello.
Pre-Textos. Valencia,
2018.
Repite muy a menudo Andrés Trapiello que la expresión “vida
literaria” es un oxímoron, una contradicción, que o es vida o es literaria. Pero
buena parte de las páginas de Diligencias,
la última entrega de su diario (y ya van veintidós), se dedican, como en
las entregas anteriores, a la “vida literaria” que, si no es toda la vida, sí
es más de la mitad de la vida del autor.
Andrés
Trapiello nos cuenta, muy pormenorizadamente, sus discrepancias con los críticos;
nos narra, casi siempre con gracejo, los “bolos” por provincias, las firmas de
libros, la asistencia a recitales, pregones, banquetes varios; caricaturiza sin
piedad a los colegas que no le caen demasiado bien –la palma se la llevan César
Antonio Molina y Javier Marías–; está al tanto de lo que publican los
suplementos culturales; deja constancia de los cotilleos que escucha en las
confidencias de sobremesa… La “vida literaria” –ese oxímoron– tiene en él a uno
de sus más atentos cronistas, aunque diga renegar de ella.
Con los
pasajes que podrían formar parte de La
novela de un literato, para decirlo con el título de Cansinos, alternan en Diligencias
los episodios familiares: las rutinas de la vida doméstica, en Madrid y en
el campo extremeño; los estudios y noviazgos de los hijos; las enfermedades del
narrador; la añoranza del padre y sus recuerdos de la guerra civil; la visita
de la madre anciana…
Con esos
mimbres –y las dominicales visitas al Rastro, un puñado de aforismos, algunos
espléndidos perfiles de gente conocida o anónima, unos cuántos desahogos
políticos–, ¿puede construirse un cesto de quinientas nutridas páginas que no
se nos caiga de las manos? Puede, si quien lo hace es un escritor como Andrés
Trapiello. Pocos tan dotados para encandilarnos con cualquier asunto que quiera
llevar a su prosa, sea patético o frívolo, importante o minúsculo.
Los viajes
son siempre un aliciente de estos diarios. En otras ocasiones, ha visitado
Italia, Cuba, Colombia. Ahora, unamunianamente, se limita a las “andanzas y
visiones española” y en este tomo, referido al año 2008, nos pasea por Ceuta, Cádiz,
Pontevedra, Cuenca. Unas veces con humor, como es el caso de Ceuta, con su malicioso
final, y otras –Cuenca– con ribetes de alucinación y terror.
El viaje a
Pontevedra encierra una sorpresa: se nos cuenta dos veces (en realidad, tres).
Primero lo hace el narrador y, más adelante, quien le acompañó en ese viaje, el
poeta Miguel d’Ors, con una parodia de lo que se imaginaba que iba a contar
Andrés Trapiello. La escribió para un tomo de homenaje, en el que obviamente no
encajaba, y se publica ahora con algunas divertidas y vengativas apostillas.
No sé si el
lector común disfrutará como el que está al tanto de las rencillas literarias
con ese juego perspectivístico (no todos reconocerán, por ejemplo, a ese “atrabiliario
crítico y poeta extremeño-asturiano” que escribe “por el puro gusto de hacer
daño, o sea, por pura maldad” al que se refiere d’Ors) y ese es uno de los
reproches que se podrían hacer a Diligencias.
No siempre su autor escribe para todos los lectores, muchas de sus páginas
son páginas en clave, llenas de caprichosas iniciales que hay que descifrar.
Tardamos en
darnos cuenta de que PB, el poeta que se entretiene contando poco elegantes patrañas
sobre la vida sexual de Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, es Francisco
Brines (Paco Brines para los amigos). Cuesta adivinar quiénes son Q,, ÁV., MA.,
OC. y tantos otros personajes, sobre todo teniendo en cuenta que sus nombres no
siempre se abrevian de la misma manera, pero sin saberlo no acertamos a
entender lo que se nos está contando, a veces un muy privado ajuste de cuentas.
Como
ciertos sabrosos pescados, Diligencias hay
que leerlo teniendo buen cuidado con las espinas. Andrés Trapiello acierta
cuando narra –no nos cansamos de escucharle, cuente lo que cuente– y cuando
describe. Josep Pla afirmaba, y muchos lo han repetido con él, que opinar está
al alcance de cualquiera y que es en la descripción donde se reconoce al
escritor. Andrés Trapiello no solo describe como nadie el paso de las
estaciones por el campo extremeño, sino también las casas de los escritores, a
las que convierte en el mejor retrato de quien vive en ellas. En este tomo
entramos en el piso de Luis García Montero y Almudena Grandes, en el ascético
apartamento del susceptible d’Ors, en el aparatoso palacete de Eduardo Arroyo
(de la orgía que le escuchó contar y que se nos narra con todo lujo de
detalles, incluso el presunto tamaño de cierta parte de la anatomía de Salvador
Dalí, mejor callar piadosamente), en una idílica mansión levantina que parece
sacada de algún libro de Azorín.
En Diligencias opina Andrés Trapiello algo
menos que otras veces de política o de cuestiones generales de la literatura, y
sus lectores no dejamos de agradecérselo. Su rigor no suele ser excesivo en
esas cuestiones. Sorprende que, cuando bromea sobre la ley que iguala hombres y mujeres en la sucesión de títulos
nobiliarios, tema que pueda aplicarse a Felipe de Borbón (entonces príncipe de
Asturias) y lleve a la jefatura del Estado a su hermana (demuestra así no estar
muy al tanto de la Constitución).
Sorprende
también que su conocida antipatía hacia Alberti le haga olvidar cómo fue el final
de la guerra civil. Le reprocha que huyera en avión “después de engañar y
abandonar a miles de soldados republicanos a merced de la policía franquista o
del suicidio”. Olvida que, en ese momento, el gobierno de la Zona Centro, lo
que quedaba de la España republicana, ya no estaba a cargo de Negrín y los
comunistas: había habido un golpe de Estado y era el Consejo Nacional de
Defensa el que pactó la rendición. Fue Casado, y no Alberti o Negrín, quien
decidió marcharse y dejar en la estacada a los combatientes republicanos (Julián
Besteiro, que había apoyado el golpe, quiso en cambio compartir su suerte con
ellos).
Pero no es
cuestión de entrar de pormenorizar las opiniones basadas en arraigados prejuicios
o en manías personales. Paradójicamente, parece sentir más simpatía por Stalin –véase la página 38–que por los escritores que
este asesinó o persiguió, como Anna Ajmátova (de quien se burla con poca
piedad, como si de una Olvido García-Valdés, que no goza precisamente de sus simpatías, se tratara).
A Diligencias le sobran las iniciales de
los nombres propios y los juegos ortotipográficos con ellas; algunas opiniones
contundentes que no resisten el contraste con los datos; los chistes verdes
puestos en boca de este o aquel y alguna que otra cosilla (como esa foto a “uno
de los vendedores más asquerosos del Callejón del Gato” que se nos describe con
repulsiva precisión).
Pero los
admiradores de Andrés Trapiello –que son legión– ya están acostumbrados a estos
caprichos de un autor muy dado a “sostenella y no enmendalla” y a seguir el
consejo cernudiano de cultivar lo que otros reprochan en él. Vale la pena
pasarlos por alto –aunque sean los que más juego den a esos atentos y
antipáticos reseñistas que tanto irritan al autor– para disfrutar de un plural
festín de vida y literatura.
¡¡Uff!! Lo leeré como los 21 anteriores
ResponderEliminar"Cuesta adivinar quiénes son Q,, ÁV., MA., OC."
ResponderEliminarEl segundo ¿Ávaro Valverde?
Álvaro, claro.
EliminarLos Diarios son interesantes cuando los escriben grandes escritores. Pero cuando son periodistas o escritores del montón...
EliminarAcabo de ver en Amazon el precio del libro de Trapiello: ¡¡30 euros!! ¿Cómo es posible que libros que se venden tan bien sean tan caros?
ResponderEliminarPor el mismo precio, prefiero comprarme las memorias de Carlos Barral, que tienen casi el doble de páginas.
Es mas fàcil saber si es bueno , si sólo pone iniciales ,
ResponderEliminarPepe Insenser
¿Seguro? Es solo le pone trabas al lector, sobre todo si la misma persona no siempre aparece con las mismas iniciales.
EliminarMe ahorra la chafardería, (que me gusta) y las palabras se tienen que aguantar sin ella
ResponderEliminar¿Seguro? ¿Decir que el académico PR va a llevar tal frasecita más o menos malsonante a las sesiones de la Academia para escandalizar a los colegas ahorra "chafardería"? ¿Reírse de los versos, y citarlos, de este o aquel poeta del que solo se dan las iniciales ayuda a que las palabras se sostengan por sí solas?
EliminarPor fin, la tan esperada, otra, estancia del monumental Salon. Si ya se puede comprar, voy volando. Volando no, andando, que yo no soy Pedro. Andrés y sus lectores estamos de enhorabuena.
ResponderEliminarPues si, si no sé quien es Pr , no le pongo rostro y añado más anécdotas a su biografía , si la conozco y disfruto con mi sonrisa o con mi conmiseración De esta manera son únicamente las palabras del escritor las que me llevarán al llanto o a la risa , no mis prejuicios sobre el personaje , no habrá mezcolanza
ResponderEliminarAunque después de veintiuno, uno ya , con sus más o menos , sabe como usted “que describe como nadie” y “pocos tan dotados para encandilarnos” y las expresiones “caricaturiza sin piedad” no caen con toda su fuerza al ser un anónimo
Y el sr Alberti no mejorará ningún verso por una huida más o menos decorosa
He de reconocer que su amenaza de no disfrutar tanto como el que conoce las iniciales, me lleve a considerar
A mí hace tiempo que me cansó AT y su RG y su M y su R y su tía. Y sus prejuicios, que son demasiados. Y su mala hostia, no menos importante.
ResponderEliminarNo publicas la respuesta?
ResponderEliminarLeo en Diligencias que GM dejó de hablarse con el editor A y su mujer, MC. AT lo reconcilió a usted con ellos en La noche de los libros de 2008. Justo es reconocerlo, pero usted en este artículo no lo hace.
ResponderEliminarCreo que Trapiello es el mejor prosista español pero lo de las iniciales no solo no elimina el chafardeo sino que es el colmo de este "no me gusta hablar mal de nadie pero hay una, y no miro a nadie (aunque sus iniciales sean GM) etc etc" ese es el tono de Trapiello en la parte "espinosa" de sus magistrales salones, el chafardeo también tiene su gracia pero la va perdiendo según Trapiello se ha ido convirtiendo en un autor poderoso del que conocemos sus trapacerias, toda una "almendrita salada" .. De todas formas lo seguiré leyendo.
ResponderEliminarConocí a MIGUEL D'ORS por usted. Hizo una crítica muy buena de Manzanas Robadas. Siempre le estaré agradecido por esto.
ResponderEliminar¿Tan mal opinión tiene d'Ors de usted?
No entiendo por qué.
Parece que por algo que dije en mi diario, pero no sé bien qué.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar"estos diarios renuncian a la veracidad en favor de la verosimilitud." La frase es bonita pero esconde un elemento letal. Puede aplicarse también a la prensa para explicar la caída de sus ventas y la opinión tan negativa que tiene hoy de ella casi todo el mundo. Si el proyecto de Trapiello es mezclar realidad e invención, hacer libros que no sean ni diarios ni novelas sino una mezcla de ambos, lo pagará caro en la posteridad. Porque la gente lee diarios (íntimos) para buscar la verdad de un gran escritor o la de una época. Si Trapiello (que ya no es un gran escritor, como lo fueron diaristas como los Goncourt, Gide o Gombrowicz, por ejemplo) lo que busca es levantarse un monumento a sí mismo vengándose de sus enemigos disfrazados de iniciales, dentro de 50 años habrá caído en el olvido.
EliminarBonita teoría, muy válida para una parte del diario, la crónica familiar.
ResponderEliminarPero eso no es todo lo que hay en él, Manuel. Creo que te saltas muchas páginas. Cuando en estas páginas se ríe de unos versos concretos, no de X, sino de CSM. o de PG., ¿dónde queda toda esa teoría de la verosimilitud y la veracidad? Y cuando se burla de las declaraciones en una entrevista de GS sin citar la fecha concreta ni el lugar en que apareció la entrevista, ¿cómo podemos saber que esas declaraciones no se interpretan fuera de contextos?
Los diarios de Andrés Trapiello no se pueden juzgar unitariamente porque no todos los materiales que los integran son de la misma clase.
La teoría de Trapiello, como sabes mejor que yo puesto que eres amigo/enemigo, es que dentro de unos años nadie sabrá quienes son esos X, Y o Z. Vamos, que escribe para la posteridad, no para los pobres (nosotros) contemporáneos
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¿Has leído los diarios de Trapiello, Manuel Cañedo Gago o los has hojeado? En ellos hay retratos que valen por sí mismos, que no dependen de que conozcamos o no al personaje (suelen ser personas privadas, algún campesino extremeño, una asistenta, algún vecino, etc). Y hay comentarios hirientes, no retratos, sobre algún personaje real, sobre sus poemas, que se citan, sobre un libro que Anson (en este caso se cita el nombre) y el diarista disparatado. Esos textos ahora solo tienen interés para quien conozca a los escritores de los que se habla y cuando pase el tiempo lo mismo. Son opiniones, comentarios, crítica o maledicencia literaria, no páginas que se sostengan por sí mismas al margen de a quien se refiera. Leer atentamente a un escritor es lo que tiene, que no se pueden hacer generalizaciones abusivas. Relea mi reseña después de leer (o releer Diligencias) y luego hablamos.
EliminarFe de erratas, líneas 7-8: "sobre un libro que Anson (en este caso sí se cita el nombre)considera genial".
ResponderEliminarEntonces ¿por qué sigue usted leyendo estos diarios si tanto le irritan y tan poco interés tienen para usted, JLGM?
ResponderEliminar¿Y por qué, en lugar de preguntármelo, no lee usted mis reseñas, Tintachina? Descubriría que me irritan menos que me admiran.
ResponderEliminarDon José Luis, me temo que esta vez los trapiellanos han aportado argumentos más consistentes que los antitrapiellanos. Inclúyase, por supuesto, entre estos últimos, aunque trate de disimularlo.
ResponderEliminarQué cosas. Ahora resulta que esto era un combate y no un un debate sobre un libro. Hay gente para todo, Salva.
ResponderEliminarTal vez a los trapiellanos se las haya contagiado esa deriva que desde hace cierto tiempo se le nota por muchas partes al señor Trapiello y también algunos de sus mas fervientes seguidores, como el señor Fuentes Miranda. Cuando a estos no les gustan ciertos comentarios simplemente anulan al comentador. Hablo por experiencia.
ResponderEliminarEntiendo que el señor Garcia Martin tiene el derecho de leer y opinar sobre aquello que lo considere oportuno, siempre que el respeto y la corrección anden por delante y de momento no he visto por ninguna parte que no haya sido así.