Un sí menor
José Mateos
Pre-Textos. Valencia,
2019.
Como la pintura de Ramón Gaya, también hay una poesía
moderna que es antimoderna. La del último y mejor Bergamín, por ejemplo, tan
cercana a Bécquer y a la poesía popular: “¡Qué poco me va quedando / de lo poco
que tenía! / Todo se me va acabando / menos la melancolía.”
José Mateos
es un poeta de esa clase. Lo primero que sorprende en Un sí menor es un cierto aire vintage,
una aparente vuelta a la poesía neopopularista de los años veinte. “El balcón
abierto”, desde el título, homenajea a Lorca (“Si muero, / dejad el balcón
abierto”) mientras que “Primeras lluvias” recrea uno de los más conocidos
poemas de Juan Ramón Jiménez (“Y yo me iré / y se quedarán los pájaros
cantando”).
Pero no
tardamos en encontrar un tono distinto, absolutamente personal. Cotidianidad y
misterio son las dos palabras que lo definen. Como Blake, José Mateos sabe ver
el universo en un grano de arena o en la gota de rocío “que refleja / los colores
del alba.”
Busca el
despojamiento, huye –según nos dice en los versos iniciales– del “dogal
riguroso / de los poemas bien hechos”, quiere escribir poemas que casi no lo
sean, “sino el silencio / de donde nace el poema”.
Lo consigue
a menudo. Solo disuena algún verso ingenioso, como de greguería, algún final
sentencioso, y a veces, no siempre, cierta concesión a la anécdota (“Retrato de
Antonio el loco”).
Detrás de
buena parte de los poemas de Un sí menor hay
un episodio biográfico que podría haber propiciado el desbordamiento
sentimental. Pero incluso cuando más directo se muestra (“Navidad con
alzheimer”), José Mateos acierta a evitarlo.
Oda en la ceniza tituló Carlos Bousoño
uno de sus libros. El sentido es el mismo que el de este “sí menor” que José
Mateos ha querido que resuma el sentido de sus canciones en las que
entremezcla, sin levantar la voz, la elegía y la oda, el lamento por la
fugacidad y el cántico a la belleza que es verdad, a la verdad que es belleza:
“Todo termina así: / unos destellos / de memoria que caen hacia lo hondo / y el
cuerpo como un traje envejecido / que casi da vergüenza. / No insistas,
corazón, / inútilmente: / nunca / maldeciré la vida”.
Los mejores
poemas del libro contraponen a la desolación del vivir el inesperado regalo de
una flor, de un olor, de uno de esos milagros cotidianos y casi imperceptibles.
“Agosto” puede servir de ejemplo: “Olor a cañas secas / y a campos demacrados.
/ Chicharras. Una moto / caída en un barranco. / Calor. Y muerte. Y polvo. / Y
este cauce agrietado… / Pero de pronto, higuera, / tú me sales al paso: / tu
sombra perfumada / hace bueno el verano”.
Arte deliberadamente
menor, rima asonante, romances y romancillos, también unas “Soleares para una
casa en venta” (“El silencio de esta casa / es un castigo que duele / como un
castigo de infancia”), un tipo de poesía que no abunda en la poesía contemporánea
y que en ocasiones muestra un aire casi infantil: “También, como tú, / a veces
quisiera / ser solo en el aire / un trozo de tela, / un trapo que el viento /
sacude y eleva. / Y seguir atado, / como tú, cometa, / solo por un hilo / muy
fino a la tierra”.
José Mateos
es un poeta a la contra. Sus libros en prosa (Soliloquios y divinanzas, La razón y otros dudas) nos lo muestran
igualmente como un pensador en lucha contra la falta de espiritualidad de la
sociedad contemporánea. Pero no es necesario compartir sus ideas para asentir a
la verdad de sus mejores poemas: “La claridad se hace niebla / de tan clara y
tan difícil. / Y todo se desvanece. / Y
no sé cómo es posible, / un signo sin referencia, / un origen sin origen, / un
Dios que sustenta y es, / y, sin embargo, no existe”.
OCIO
ResponderEliminarMaravillas del día sin tareas,
sumergidos los ojos en el lienzo
de las páginas o de la pantalla,
bailando libres a ritmo de pulso,
brincando a la ventana,
redondeado todo con café
tras café para mantenerse en vilo.