¡Qué país, Miquelarena!
Biografía de Jacinto Miquelarena
Renacimiento.
Sevilla, 2020.
Uno de los libros de Jacinto Miquelarena se titula Cómo fui ejecutado en Madrid. Pero este
prosista del 27, discípulo predilecto de Ramón Gómez de la Serna, el primer
periodista que convirtió en obra de arte la crónica deportiva, si murió
ejecutado no fue en el Madrid sin frenos los primeros meses de la guerra, sino
bastantes años después y en París.
El arma del
crimen, una carta, como en el poema de Ángel González: ¿”Sabes qu un papel
puede cortar como navaja?”. La historia nos la cuenta Leticia Zaldívar en su
biografía de Jacinto Miquelarena, un libro que lleva por título la frase que
hizo popular su nombre, ¡Qué país,
Miquelarena!, pronunciada por un amigo suyo, otro escritor raro y olvidado,
Pedro Mourlane Michelena.
Leticia
Zaldívar es nieta del escritor y en su libro se entrevé una historia familiar
en la que ella no quiere entrar y que quizá tuvo algo que ver con el dorado
exilio –no tan dorado si entramos en detalles– de Jacinto Miquelarena, uno de
los triunfadores de la guerra civil (falangista de la primera hora, a él se
deben algunos de los más característicos versos del “Cara al sol”). Como tantos
otros, no encontró luego un puesto en los manuales de literatura.
Nacido en
Bilbao en 1891, en una familia de la pujante burguesía vasca, se educó en
Francia y en Inglaterra. Los viajes, el deporte y los malabarismos de la nueva
literatura fueron sus principales aficiones. En El gusto de Holanda, su primera obra, reúne las crónicas de un
viaje a ese país con motivo de las Olimpiadas celebradas en Amsterdam en 1928. Pero ellos no tienen bananas –un título
quizá no demasiado afortunado– nos ofrece su visión del Nueva York de 1929, el
Nueva York trepidante de Paul Morand y de Julio Camba, que nada tiene que ver
–haz y envés– con el que vio García Lorca por esas mismas fechas. Stadium (Notas de sport), de 1934, es
uno de los primeros libros dedicados íntegramente al deporte.
Cordial,
inteligente, bienhumorado, Jacinto Miquelarena, colaborador de la mejor prensa
del momento, tanto del progresista El Sol
como del conservador Abc,
representa bien –aunque no se le incluyera en la nómina de la nueva literatura,
luego canonizada como generación del 27– la renovación estética de los años
veinte, la modernidad ramoniana y orteguiana que barrió los restos ajados del
modernismo, la capa y el chambergo de la trasnochada bohemia.
Pero la
convivencia de la que puede ser símbolo la revista La Gaceta Literaria, la revista en la que confraternizaron quienes
pocos años después andarían a tiros, duró poco. En las dos obras que publicó
durante la guerra civil, la ya citada Cómo
fui ejecutado en Madrid y El otro
mundo, el escritor se convierte en propagandista. La primera arremete
contra los políticos y escritores republicanos –de Azaña a Bergamín–, la
segunda nos cuenta su estancia en una embajada, un género muy frecuentado por
aquellos tiempos (recordemos Una isla en
el mar Rojo, de Fernández Flórez). Luego trató de volver a la literatura
anterior con Cuentos de humor (el
humor de La codorniz) y Don Adolfo el libertino, pero ya el
tiempo era otra y la renovación de antes sonaba a pasadista.
En los años
cuarenta estuvo en Argentina, como representante de la recién fundada Agencia
F, luego sería corresponsal en Londres y en 1960, dos años antes de su muerte
cambiaría ese destino por el París.
Leticia
Zaldívar, para reconstruir la biografía de este escritor olvidado, recurre a
sus cartas, a sus diarios de juventud, a su correspondencia milagrosamente
salvada; también cita con frecuencia sus artículos.
La familia
de Miquelarena se ocupó del traslado de su cadáver y de su enterramiento en el
panteón familiar en 1962, pero todos los papeles privados del escritor aparecieron
en 1994 en un mercadillo malagueño. Los encontró un joven estudiante, que los
guardó hasta 2003, cuando que enterado de que una nieta del escritor estaba
escribiendo su biografía se puso en contacto con ella.
¿Cómo llegó
hasta Málaga el archivo de Miquelarena? Esa es otra novela que se nos insinúa
en este libro y que quizá sirva para explicar las razones de un acoso, personal
y laboral, que le llevó finalmente a un suicidio que bien puede calificarse de
asesinato.
El 28 de
julio de 1962, Miquelarena recibió una carta del director del periódico en que
colaboraba desde hacía más de treinta años. Le decía, entre otras lindezas, que
su corresponsalía en París había defraudado “no ya al Abc que dirijo, sino a los lectores de Campo de Criptana, de
Andalucía, de Extremadura, de Vizcaya, de Burgos”.
En el
diario íntimo quedan constancias de amenazas anteriores. Tras hacer una crónica
de urgencia sobre el intento de golpe de Estado con motivo de los sucesos de
Argelia, enviada a las dos de la noche, a las cuatro recibe una confusa llamada
del director: “Definitivamente, Calvo está loco. Un loco agresivo y molesto. Y
cabrón. Estoy destruido de trabajar y no dormir por su causa”.
“Estoy
tiene que arreglarse de algún modo” le había dicho en la última carta, en la
que descalificaba su trabajo –una corresponsalía de varias décadas– porque “un
literato puro” no pude abarcar lo que está ocurriendo en Francia.
Y se
arregló de manera definitiva. Unos días después el escritor se arrojó al metro.
En su bolsillo se encontró una cuartilla manuscrita que decía: “A Luis Calvo,
director de ABC. / Tu carta, recua de
ultrajes, ‘is murder’. / Jacinto
Miquelarena”.
Al día
siguiente el periódico, su periódico, publicó una sentida necrológica hablando
de accidente, no de suicidio. Los papeles de Miquelarena quedaron en poder de
Felicitas Flores, la mujer con la que vivía “en pecado” desde hacía varias
décadas, quien los conservó hasta su muerte. Carecía de herederos y eso explica
su aparición en un mercadillo malagueño.
¿Tuvo que
ver el exilio laboral de Miquelarena y la animadversión con que le trató su
periódico, defensor de los valores cristianos, con su irregular relación
sentimental? Esa es otra novela en la que su nieta, Leticia Zaldívar
Miquelarema, prefiere no entrar.
EL SABIO INMÓVIL
ResponderEliminarDecidió saber de todo por si Dios le pedía cuentas de conciencia.
TÉCNICAS ROMPEDORAS
EliminarTodo tiene su sitio bajo el sol. El rompimiento del ayuno, que los cónyuges nulos se sientan no merecedores de amor.
Tragicómico lo de Jacinto Miquelarena, porque sobrevivió al terror rojo pero fue víctima del terror del ABC, su periódico.
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