Las percepciones
islas
(Antología
poética)
Lorenzo Oliván
Pre-Textos. Valencia,
2020
La poesía para Lorenzo Oliván es el arte de la mirada, el
arte de ver las cosas como nadie las había visto antes y poner luego esa visión
en un lenguaje a la vez preciso y sorprendente.
En la
antología Las percepciones islas no ha querido prescindir del punto de
partida: las evocaciones autobiográficas de Único norte, el ejercicio
retórico de algún soneto a lo Miguel Hernández (“Hoy como ayer”), un
prescindible caligrama.
Detrás de
los mejores poemas de Lorenzo Oliván, suele haber una ocurrencia ingeniosa,
como las que le dieron a conocer con Cuatro trazos, su sorprendente
homenaje a Ramón Gómez de la Serna en 1988, el año de su centenario.
“Ha de haber en la noche algún
conducto / que vaya de tus sueños a mis sueños”, dicen los dos primeros versos
de un poema de Visiones y revisiones, que luego continúa desarrollando
la imagen de un “finísimo hilo” que aprovecha algún resquicio en la ventana
para atravesar después “montañas, ríos, valles”, sufriendo interferencias como
si de un cable telefónico se tratara.
El recurso que encontramos en ese
poema temprano es el mismo de los poemas de madurez, aunque muy a menudo
doblado con el procedimiento que Carlos Bousoño denominó “engaño-desengaño”: el
poema parece que nos está hablando de una cosa y al final resulta, como en las
adivinanzas, que nos está hablando de otra.
Un ejemplo: “En el principio”, de
Nocturno casi: “En el principio tú fuiste una rueda. Quizá porque el
principio necesita a su vez de la circularidad para empezar sin fin desde el
principio. Te llevabas los pies a la cabeza, como haciendo camino poco a poco
en tu avance hacia ti”. Está hablando, queda claro al final, de la gestación
del ser humano.
A veces, pocas veces, el poeta
ocurrente que nos permite ver el mundo de otra manera parece quebrarse de sutil.
Es el caso de “Una alucinación”, también de Nocturno casi, donde se nos
habla del “recinto de lo cuadrado”, del “recinto por excelencia de lo cuadrado”
para referirse –pocos lectores lo averiguarán—a un cementerio, definido solo
por los nichos, cuadrados, y prescindiendo de las sepulturas rectangulares y de
los panteones y de las flores y las cruces, que ya es mucho prescindir. Nada
que ver con un poema anterior sobre el mismo tema, “Ciudad de nadie”, incluido
en Puntos de fuga, donde los nichos son “ventanas ciegas”.
De los poemas-enigma a los que
tiende Lorenzo Oliván en su progresivo enrarecimiento, deliberada ocultación a
veces, de la anécdota, quizá el más conseguido es “Como una forma de vencer al
tiempo”, sobre uno de los juguetes de su infancia.
Los poemas viajeros son como un
remanso en esta poesía que tiene su origen en lo concreto, pero que gusta de la
abstracción: “Tren en mitad de la noche”, “Mont-Saint-Michel”, “Finisterre”. Se
agradece también un poema como “La mosca en el cristal”, con su toque de humor.
O el espléndido homenaje a Emily Dickinson, de quien es uno de los más
destacados traductores, “Una ardiente bruma”.
Como ocurre con la mayor parte de
los poetas, las caídas en la sequedad y en lo abstruso de Lorenzo Oliván son la
otra cara de sus aciertos. Dotado como nadie para la retórica tradicional, buen
conocedor de los secretos de la métrica y el ritmo, podría competir con el
mejor sonetista contemporáneo (lo demuestra en “Cada vez cuesta más ser quien
se ha sido” y, sobre todo, en el magistral “Centro”), pero él prefiere en su
madurez un decir más elíptico, más sincopado, menos condescendiente con las
expectativas del habitual lector de poesía.
Comenzó yendo de la imagen a la
idea y ahora cada vez más quiere volver visibles las idead, visualizar el
pensamiento.
La raíz del hombre no está en la
tierra, como la de los árboles, sino en el aire nos dice en “Raíz”, Toda su
poesía está llena de sugerentes hipótesis que nos permiten ver el mundo de otra
manera. En “La imagen múltiple” no es su vida entera la que se le aparece de
pronto al moribundo, sino los caminos que no tomó jamás, “sendas de amor hacia
ninguna parte, / besos que no llegaron a sus metas”, lo no dicho “oído a
gritos”.
Los mejores poemas de Lorenzo
Oliván son los que no ocultan el referente ni se quiebran de sutiles. Cito
algunos: “Unidad”, un panteísta poema de amor; “Presencia ausencia”, la
realidad de las cosas en una habitación de hospital como una ofensa a la vida
que acaba de desaparecer; el insomnio representado en una “Gota de agua”, que
cae incesante; “El silencio en la copa”, entre Gaya y Guillén; la plasticidad
de “Manzana”, la imprevista verdad de “Creación”: al respirar entra el mundo en
nosotros.
Exigente, sorprendente, visual y
conceptista, Lorenzo Oliván está lejos de sus chispeantes comienzos de niño
asombrado ante la eterna novedad del mundo, pero a la vez está muy cerca,
aunque se esfuerce en disimularlo y parezca todo lo contrario.
NECROLOGÍA
ResponderEliminarMuerte, qué hermoso horizonte
es tu reino sin dolor.
Con esperanza espero
del barro salir un día,
la caridad en flor.