UNA CONVERSACIÓN JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
A PROPÓSITO DE LEER LA VIDA
EL LIBRO COLECTIVO SOBRE SUS DIARIOS
¿Es posible escribir, cuando se lleva una vida nada aventurera como la suya, más de veinte tomos de diario sin incluir elementos de ficción? Carezco de imaginación. “Yo escribo y la realidad me dicta”, como a don Ramón de la Cruz, el sainetero dieciochesco. Las mejores historias las escribe la vida. Pero ocurre que la vida no sabe escribir y a veces hay que ayudarla un poco.
¿Cuándo comenzó a escribir diarios? De manera regular, aunque una regularidad a mi manera, en 1989,. Desde entonces me he dedicado a poner en prosa mi vida (y la de algunos otros), a dejar constancia del tiempo que pasa. Lo he hecho sin pretensiones de exhaustividad: dejando siempre períodos en blanco, contando solo lo que quería contar, dividiendo el flujo informe de los días en etapas con su principio y su final, que nunca coincidieron con la mecánica división en años. A mí me gusta empezar en cualquier momento, nunca el primero de enero (qué vulgaridad) y terminar también al margen de cualquier fecha señalada. En una vida tan monótona como la mía, un fragmento, un fragmento cualquiera bastaba para representar la totalidad, como en la estructura fractal.
¿Desde el principio los publicó en la prensa antes de reunirlos en libro? No, eso no ocurrió hasta 2005. Ese año, el director de un periódico en el que colaboraba semanalmente, para evitar que me fuera al periódico rival, me ofreció ir anticipando semana a semana mi diario en sus páginas dominicales. No dudé ni un momento en aceptar la oferta. Yo no concebía mi diario como una obra unitaria, de miles de páginas, de publicación tardía o póstuma. Días de 1989 se publicó en 1989 y muy poco después de su escritura se fueron publicando los otros tomos. ¿Eso hacía que los diarios íntimos fueran menos íntimos? No lo creo, o al menos no serían más íntimos si estuvieran destinados a una publicación póstuma. Yo no soy Jaime Gil de Biedma: lo que de mí no quiero que ahora se sepa, no me gustaría nada que se supiera después de mi muerte. Y si se sabe, que no sea por mí.
¿Cuántas entregas de su diario ha publicado? He publicado veintitrés entregas y está en marcha la siguiente, pero nunca quise que formaran una unidad, algo así como el Diario con mayúscula de José Luis García Martín. Siempre he pensado que la última entrega que publicaba era de verdad la última, y así desde el comienzo, apenas un experimento que duró unos pocos meses. Fueron instancias ajenas las que me decidieron a seguir en la tarea. Siempre he escrito para los lectores, pocos o muchos, nunca para mí. A mí mismo me tengo demasiado visto y, si quiero contarme algo, lo hago sin necesidad de tinta y de papel o de encender el ordenador. Y solo publico porque un editor, intermediario de los lectores, me lo solicita. En un cierto sentido, soy un escritor profesional: escribo únicamente por encargo; en otro, soy el escritor menos profesional del mundo: prefiero un encargo de mi gusto sin remuneración ninguna a otro muy bien pagado que me agrade poco. A partir de 2005, quien me encargaba los diarios era el director de un diario asturiano, La Nueva España. Los encargos fueron siempre por tiempo limitado: comenzar en septiembre, terminar en junio cuando el periódico se rediseñaba para el verano. Al año siguiente, ya se vería. Nunca estaba garantizada la continuación. Pero sigue hasta hoy, aunque en un momento dado, cuando comencé a notar que en el periódico habitual no era tan querido como al principio, me cambié a otro, en el que ya escribía a mi aire, verso o prosa, todos los veranos desde hacía años.
¿Y por qué ese poco tiempo, antes escasos meses, ahora unos días, entre la escritura y la publicación de las notas del diario? Pues para evitar la tentación de manipular. Si los tomos que he publicado hubieran permanecido inéditos y solo ahora se me ofreciera la posibilidad de editarlos, ¿habrían aparecido tal y como fueron escritos? De ninguna manera. No creo que hubiera podido resistir la tentación de borrar algunas cosas, de cambiar tal o cual pasaje, de no parecer tan ingenuo, de aparentar ser más inteligente de lo que soy. Habría hecho trampas, de eso estoy seguro, aunque lo negaría rotundamente y rompería los originales para que nadie pudiera demostrarlo.
¿No está de acuerdo entonces con los diarios publicados? Desde el momento de la corrección de pruebas, no he vuelto a releer ninguno de ellos (ni pienso hacerlo), pero de vez en cuando alguien cita algún fragmento, que yo por lo general ni siquiera recuerdo, o una opinión contundente que mejor me hubiera callado.
¿Son diarios en los que lo cuenta todo? No, por supuesto. Callar, siempre callé alguna que otra cosa. Bastantes cosas, en realidad. Nunca tuve intención notarial, nunca pretendí el imposible de contarlo todo. Me basta y me sobra con aquello que pudiera tener interés para los demás. Pero me temo, que sin pretenderlo, uno siempre cuenta demasiado. Lo que no decimos dice tanto de nosotros como lo que decimos.
¿Y hasta cuándo piensa seguir escribiendo diarios? ¿No le parece que ya son demasiadas páginas? ¿No teme fatigar a los lectores? Cada uno de los tomos de diario que he publicado vale por sí mismo, no es parte de un todo, tiene un principio y un final, no precisa de antecedentes ni de consecuentes. Y de esa forma deben ser leídas las diferentes entregas, sin orden ni concierto, cada una como si no existieran las otras y prometiendo no reincidir sino al cabo de mucho tiempo.
Es raro el caso de un escritor que pide a sus lectores que no le lean demasiado. Así me siento más seguro: si alguien leyera todas las entregas, de la primera a la última, sabría de mí incluso más de lo que yo sé. Me aterra esa perspectiva: sería como mostrarme en público sin la armadura que me protege. Confío en que eso no ocurra nunca. La mejor manera de evitarlo es seguir publicando y publicando de modo que nadie pueda abarcarnos por entero.
¿Cómo surgió la idea de publicar un libro, Leer la vida, sobre sus diarios? Se le ocurrió a Hilario Barrero, cónsul de la poesía española en Nueva York. Y a su tenacidad se debe el haber conseguido el milagro de haber reunido una treintena de colaboraciones.
¿La leyó antes de publicarse? ¿Ejerció algún tipo de sugerencia o censura? Por supuesto que no, aunque ganas no me faltaron. Nada mas conocer la lista de los participantes comencé a imaginarme lo que escribiría cada uno de ellos. Habrá quien haga un resumen escolar del tomo que le ha tocado en suerte, quien rebuscará las citas que me pueden enemistar con algún amigo, quien aproveche para rebatir mis opiniones políticas (si se trata de las que tienen que ver con Cataluña, Eduardo Jordá o José Luis Piquero, seguro) o para contarnos su vida con el pretexto de la mía (será la colaboración que más me divierta). También habrá alguna que otra lectura hiperbólicamente generosa (fácil me resulta adivinar quién me va a comparar con Chesterton), pero ya se sabe que en este tipo de volúmenes que algo tienen de homenaje, los elogios debe dividirse por dos y los reproches multiplicarse por cuatro.
Usted ha reseñado libros de alguno de los colaboradores y no siempre ha sido amable. ¿No teme que aprovechen la ocasión para vengarse? A todos les agradezco el esfuerzo que se han tomado y si alguno aprovecha la ocasión para vengar alguna antigua herida, pues se lo agradezco especialmente. Y me alegra comprobar que, entre los colaboradores, está la persona sin las cuales la mitad de mis diarios o no se habrían escrito o se habrían escrito de otro modo: Íñigo Noriega, director hoy de El Diario Montañés, que cuando era director de El Comercio me invitó a colaborar todos los veranos en su periódico con total libertad (y algún verano colaboré diariamente con traducciones poéticas) y, gracias a eso, para evitar que me pasara a la competencia, el entonces director de La Nueva España me ofreció anticipar mi diario los domingos.
¿Y no le preocupa que los lectores se echen atrás ante la monotonía del tema? Yo soy el primero que jamás leería un libro de casi trescientas páginas dedicado a José Luis García Martín, un hombre como tantos, en cuya vida –ya no demasiado breve-- apenas hay acontecimientos dignos de reseñar. Pero sospecho que en esas páginas yo será solo el pretexto: cada tesela de mi retrato colectivo tendrá mucho de autorretrato. Cuando parecemos hablar de otros, todos, queriendo o sin querer, hablamos de nosotros mismos. Y al revés. En estos treinta años de diarios, en estos miles de páginas, también yo he hablado de un tema bastante más interesante que mi rutinaria vida, que era de lo que parecía hablar. Un libro, cualquier libro que merezca la pena, no es nunca un retrato del autor, sino un espejo en el que se refleja cada lector.
He pedido uno de los diarios de José Luis García Martín por dos razones fundamentales. Yo soy también diarista y comencé con ello igual que él en 1989. Me fascina la experiencia del diario y él le da un enfoque muy sugerente. Yo no he pensado nunca en publicarlos, para mí tiene interés pero no sé si fuera de mi lectura lo tiene para los demás. Por eso, me fascina la experiencia suya como autor de libros publicados.
ResponderEliminarBueno... He leído muchos de sus diarios y me han gustado,me acompañan en mi monótona vida, también.
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