Memoria de
Biarritz
Fernando Castillo
Confluencias
Editorial. Almería, 2022.
La ciudades, como las personas, tienen su historia pública y
su historia privada, su cara luminosa y sus puntos oscuros. De Biarritz, tan
cercana a España física y emocionalmente, creemos saberlo todo, desde su origen
como pueblo de pescadores hasta su conversión en selecto lugar de veraneo
gracias al emperador Napoleón III y a su mujer, Eugenia de Montijo. Fernando
Castillo nos muestra, con ágil prosa y precisa erudición, que hay algo más,
mucho más. Su libro Memoria de Biarritz es también una memoria personal.
Así comienza: “Desde que era pequeño, muchos años antes de que conociese la
ciudad, no solo escuché con alguna frecuencia el nombre de Biarritz, sino que
también supe cómo eran sus calles y pude imaginarme cómo era su mundo. En las
conversaciones entre mi abuela y mis dos tías en la casa de la Plaza de
Oriente, de vez en cuando surgía el nombre de la ciudad francesa, aunque tan
relacionado con San Sebastián que se diría era un barrio más o una parte del
extrarradio”.
Fernando
Castillo es un historiador que siente predilección por la historia cultural y
también por los personajes oscuros, los intrigantes y los de dudosa moral. Le
fascina el mundo de Patrick Modiano y ha dedicado varios libros al París de la
ocupación. También se ha ocupado, con minucia e imparcialidad ejemplares, del
Madrid de la guerra civil y ha inventariado a los héroes y a las bestias que
pululaban entonces por sus calles. Ha biografiado a Hergé, el creador de las
aventuras de uno de sus héroes, el incasable reportero Tintín, porque nada
humano le es ajeno, y nos ha dejado memorables muestras de su amor a las
ciudades. En la misma colección en que publicó Un cierto Tánger, nos
ofrece ahora esta magistral semblanza de Biarritz, otra ciudad cosmopolita, de
la que creíamos conocerlo todo y solo sabíamos la superficial información de
las guías turísticas.
Comenzando
por el final, Fernando Castillo nos habla del “Biarritz del plomo”, de los años
en que fue el escenario predilecto de grupos terroristas financiados por el
Estado español. Antes se había referido a la alegría de la liberación que fue
seguida por la depuración y sus brutalidades. Son hechos que tienen a
olvidarse, como los primeros tiempos de la Francia ocupada, que en nada se
parecen a los que vendría después. Josefina Carabias, en su poco conocido Los
alemanes en Francia vistos por una española, ha dejado constancia de cómo
muchos franceses “vieron en los alemanes unas fuerzas que llegaban a poner
orden en una república que consideraban corrupta y caduca, y que en los
primeros momentos quedaron deslumbrados por la actitud educada y correcta de
los ocupantes. Era la época de los carteles que presentaban a un soldado
alemán, sonriente y sin casco ni elementos militares, rodeado de niños también
alegres”.
Hay un
Biarritz que no es el de la alta sociedad que toma el té en Miremont y organiza
fiestas escandalosamente secretas en Villa Belza. Es el de los exiliados
españoles, primero antirrepublicanos, que allí establecen su principal red de
espionaje, luego republicanos. Fernando Castillo nos deja constancia de todo
ese mundo y de los submundos que lo acompañan.
Sabe hacer
retratos al minuto de esos personajes ambiguos que tanto contribuyeron a la
novela de Biarritz. Dedica un capítulo a Bolo Pachá, cuyo nombre verdadero era
Paul Marie Bolo: “Se trataba de un golfo de buena familia marsellesa —un padre notario y un hermano
obispo—, elegante y seductor, que había corrido lo suyo, sobre todo en América
del Sur en negocios más oscuros que legales, incluido un matrimonio nunca anulado
y un robo de joyas en Chile del que salió de mala manera”. No menos novelesca
es la vida del financiero Alfred Loewenstein, desaparecido en extrañas
circunstancias: “A última hora del 4 de julio de 1928, cuando en Biarritz ya
había empezado la temporada alta y las playas —de Miramar a Marbella, pasando
por la Grande Plage, la del Port Vieux, la de la Côte del Basques o la de
Milady— estaban repletas de bañistas y
los salones de té repletos de ociosos, llegó la noticia. El millonario moderno
que viajaba en su trimotor Fokker VII rodeado de secretarias, asesores y
ayudantes, había desaparecido al atravesar el canal de la Mancha cuando viajaba
de Londres a Bruselas”.
La nobleza rusa escogió muy pronto a
Biarritz como lugar de veraneo, y la iglesia ortodoxa que alza sus cúpulas en
la Avenida de la Emperatriz, deja constancia de ello. Del gran duque Alexis,
hermano del zar Alejandro III, nos habla Gómez Carrillo en su libro de 1906, La
Rusia actual: “Su palacio de Biarritz es un castillo encantado en el cual
durante semanas enteras las luces no se apagan, las músicas no enmudecen y el
champaña no deja de correr en ondas alucinadoras. Un día tempestuoso, Alexis
vio que un perro se echaba al agua y que salvaba a cuatro marineros. En el acto
lo compró y desde entonces no se separa de él”. A partir de 1917, Biarritz se
convertiría para muchos rusos blancos en lugar de exilio. Por allí anduvo —antes
y después— el equívoco Félix Yusúpov, que formó parte del círculo de Gregori
Rasputín y que participó en su asesinato.
De todos los innumerables Biarritz
que hay en Biarritz nos habla Fernando Castillo con la pasión que da el
conocimiento. También de su itinerario sentimental, que comienza en la Place
Clemenceau y termina contemplando la villa y la larga costa desde la explanada
del faro. El último capitulo no deja de incurrir en la falacia que suele provocar
la nostalgia: “Me atrevería a decir que hoy día Biarritz ya no existe. Al menos
el Biarritz que ha aparecido por este libro así, entrevisto”. Se equivocaría si
dijera tal cosa. Sigue existiendo Biarritz con sus villas secretas, su majestuoso
Hôtel du Palais y sus surfistas, y quienes hoy lo visitan, quienes hoy lo
habitan, están protagonizando nuevos capítulos que añadir a la historia
interminable y fascinante que Fernando Castillo acaba de contarnos.
Hay pocas novelas de intriga tan fascinantes como los ensayos de historia cultural de Fernando Castillo. Me alegra coincidir
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