El rey patriota.
Alfonso XIII y la nación
Javier Moreno Luzón
Galaxia Gutenberg.
Barcelona, 2023.
De Alfonso XIII, el rey perjuro, el rey que traicionó —con un aplauso bastante
generalizado, por cierto— a la constitución, creíamos saberlo todo, y quizá lo
sabíamos, pero Javier Moreno Luzón nos lo vuelve a contar de otra manera, con
una luz distinta.
El título de su libro, El rey
patriota, nos hace suponer que se trata de una biografía a favor, de una
reivindicación. Y de algún modo lo es, pero solo de aquello que en su actuación
política merece ser salvado. Si a buen fin, no hay mal principio, como afirma
el título de Shakespeare, a mal fin si puede haber un buen principio.
El regeneracionismo con el que se
reaccionó a la derrota del 98 tuvo en el adolescente que sube al trono en 1902 uno
de sus máximos representantes. Durante una década larga, hasta el comienzo de
la Gran Guerra, Alfonso XIII representó el afán de modernización y cambio;
ejerció con inteligencia, si no siempre con tacto, su papel de moderador, quiso
ser el rey de todos los españoles —no solo, como más tarde, de los buenos
españoles, católicos a machamartillo— y apoyó la llegada al poder de políticos
como José Canalejas. Incluso ciertos republicanos posibilistas se aproximaron
al nuevo rey, al que veían como un contrapeso al voraz poder del integrismo
católico.
La guerra, en la que España mantuvo
una cuestionada neutralidad, y sobre todo la revolución soviética, supondría el
fin de aquellas ilusiones juveniles. Alfonso XIII no quiso ser un aprendiz de
brujo, tuvo miedo de acabar pereciendo, como el zar de Rusia, en las
turbulencias revolucionarias. A partir de entonces se apoyó cada vez más en el
ejército —fue un rey soldado que gustaba rodearse de una camarilla de
aduladores y fieles militares— y, como se decía entonces, en el altar, las dos
columnas vertebrales de una nación que el año 1919 consagró en el Cerro de los
Ángeles al Corazón de Jesús.
Durante un cuarto de siglo fue un
rey popular, seguramente el más popular y querido de los reyes españoles. Creía
tener una conexión especial con el pueblo español, conocerlo mejor que cualquier
político. Las ceremonias en palacio eran multitudinarias, recibía una numerosa
correspondencia en solicitud de ayuda; el descrédito de los políticos parecía
no alcanzarle a él, a pesar de la desastrosa intervención en Marruecos, de la
que fue el principal impulsor..
Javier Moreno Luzón se ocupa sobre
todo de la vida pública del rey, de su actividad política. La constitución no
le relegaba a labores meramente representativas. La soberanía se repartía entre
las cortes y el rey. Su papel fue haciéndose cada vez más importante: los
políticos, para conseguir el poder, no dependían del voto (no había verdaderas
elecciones), sino del favor del rey, que acabó viendo a quienes mediaban entre
él y la nación, a quienes compartían con él la soberanía, como un estorbo.
Jugueteó con la idea de una dictadura personal, pero no se atrevió a tanto y en
Primo de Rivera encontró su Mussolini, como lo definió en un viaje a Italia a
finales de 1923.
La llegada de la dictadura recibió
un aplauso generalizado, solo unos pocos se atrevieron a disentir.
Paradójicamente, esos primeros años de prosperidad y tranquilidad (relativa),
esos años en los que por fin el rey se había librado del incordio
parlamentario, fueron aquellos en los se vio cada vez más limitado en su
actividad política. Cuando quiso volver al sistema anterior, ya era tarde. Y
las primeras elecciones libres, aunque fueran municipales, se convertirían en
el plebiscito que trajo la república.
Lo que vino después es bien sabido. Lo que se sabe o se
recuerda menos es que España volvió a ser un reino encabezado por un caudillo
que representaba exactamente lo que el exiliado Alfonso XIII —el rey patriota— habría
querido ser.
La vida privada de Alfonso XIII, sus
amoríos, su frivolidad, sus turbios negocios, ocupa un lugar secundario en esta
biografía. Los errores más graves para el país fueron políticos, no personales.
Se puede ser honesto e inepto, y al revés. El fracaso del reinado alfonsino —y con
él, el de la restauración canovista— no estaba escrito desde el principio. Esa
es la tesis principal de Moreno Luzón. Comenzó queriendo ser rey de todos los
españoles y acabó siéndolo solo de una facción, la más retrógrada. Que al final
le dio la espalda y, tras el fallido experimento republicano, se hizo con el
poder y logró mantenerlo durante cuarenta años, sometida la nación a quien —sin
llamarse rey— ejerció como monarca absoluto, la gran ambición de Alfonso XIII
tras sus iniciales tanteos regeneracionistas.
Pero fue rey, conviene recordarlo,
durante una de las etapas más gloriosas de la cultura española, la llamada Edad
de Plata, a la que no fue —no podía serlo— enteramente ajeno. Su viaje a las
Hurdes, acompañado de Marañón (en el que, por cierto, quiso que le retrataran
bañándose desnudo en un arroyo), supuso la culminación de los afanes
regeneracionistas de la generación del 98. Y quiso dejar como legado, no una
gran catedral, sino la Ciudad Universitaria de Madrid, empeño personal suyo en
buena medida.
Si Franco supuso la realización del sueño patriótico y
militarista del último Alfonso XIII, la república de Niceto Alcalá-Zamora puede
considerar como la culminación del afán reformista de la primera década de su
reinado.
Pero esta idea es mía, no de Moreno Luzón, que ha escrito
una obra ejemplar de lo que deber ser el trabajo de un historiador:
documentación, si no siempre novedosa, siempre rigurosa; reconstrucción de una vida
o de una época sin incurrir en simplificaciones generalizadoras ni perderse en
la minucia del detalle; claridad y elegancia expresiva.
Lo que he leído del autor me gusta. No sé como habrá enfocado el final de la relación de Alfonso XIII con Primo de Rivera. Pero desde luego, que JLGM le haga una excelente reseña, me anima a comprarlo.
ResponderEliminarNo te defraudará.
ResponderEliminar¡Muy interesante! Para anotarlo en la eterna lista de lecturas pendientes. (Creo que has tenido un lapsus en "La soberanía se repartía entre las cortes y el pueblo", porque antes se dice que "La constitución no le relegaba a labores meramente representativas", y después que "el rey (...) acabó viendo a quienes mediaban entre él y la nación, a quienes compartían con él la soberanía, como un estorbo").
ResponderEliminarMuchas gracias.
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