Castigado sin
dibujos
Julio José Ordovás
Xordica. Zaragoza
2023
Hay libros que no conviene comenzar por el primer capitulo,
y este es uno de ellos. Tras las palabras iniciales —"Bajo un cielo impasible hay"— sigue una enumeración: placas solares, antenas
repetidoras, torres de electricidad, torres mudéjares... Y sigue así durante
cerca de tres páginas. El autor parece
tener particular predilección por este tipo de ejercicios de estilo y lo repite
a menudo: con los colores ("Alpino & Plastidecor"), con las cenizas de los
cigarrillos ("Detective privado"), con los camareros ("Bares"), con todos los
personajes del libro en la página final: "Entonces me doy cuenta de que los
músicos y yo no estamos solos. Detrás de nosotros van mis padres y mis
hermanos. Y mi abuelo Julio y mi abuela María, y mi abuela Josefina y mi abuelo
José, que me guiña un ojo. También me guiña un ojo mi tío Jesús, y mi tía
Carmen me saluda levantando los brazos y moviendo las manos como si tocara
castañuelas". Y siguen el Indio y Vicki y Luis y Raquel y la tía Rosa, y
etcétera, etcétera, pero el lector ha aprendido ya a saltarse —o a acelerar— en
estas algo mecánicas enumeraciones
Otro capítulo, "Solo momentos", adapta el "Je me souviens",
el yo me acuerdo de Perec, que tanto juego ha dado en la literatura posterior
(es un esquema que cada autor puede rellenar a su manera). Julio José Ordovás
alterna los recuerdos autobiográficos y costumbristas con otros de carácter más
lírico: "El repentino silencio de los pájaros, minutos antes de que estallara
la tormenta".
Castigado sin dibujos es un
libro en el que los ejercicios de la memoria se entremezclan con los ejercicios
de estilo. En la literatura española, el punto de partida puede estar en Las
confesiones de un pequeño filósofo, de 1904, firmadas por un J. Martínez
Ruiz que pronto cambiaría el nombre por el de su personaje: Azorín. A esa
colección de breves estampas, tan próximas en ocasiones al poema en prosa,
añadiríamos un libro de comienzos de los años veinte, La novela de un
novelista. Palacio Valdés convierte cada capítulo de estas "Escenas de
infancia y adolescencia" en un relato que puede leerse independientemente. En
los mejores capítulos de su libro, "El Indio", por ejemplo, Julio José Ordovás
hace lo mismo. Pero no parece que Ordovás haya tomado como modelo a Palacio
Valdés. El antecedente de "La batalla definitiva", por ejemplo, no está en "La
batalla de Galiana", sino quizá en La guerra de los botones de Louis
Pergaud.
Julio José Ordovás quiere hacer una
autobiografía generacional, algo así como las Memorias de un niño de
derechas de Francisco Umbral. Cuenta la historia de los niños de los
Ochenta —él nació en 1976—, los años del felipismo. "A mi madre le brillaban
los ojos cada vez que salía Felipe González en la tele", comienza uno de los
capítulos, y luego sigue en tono artículo periodístico: "Felipe tenía esa
habilidad, que solo tienen los grandes políticos y algunos dictadores, de hablar
y hablar sin decir nada. No solo había metido los bustos de Marx y Engels en el
baúl de los trastos viejos, también había limpiado su discurso de retórica
marxista y de resabios antifranquistas y ofrecía un lenguaje político novedoso
a un país que demandaba, entre otras muchas cosas, una nueva gramática y un
nuevo vocabulario, limpio de arcaísmos".
Memoria
personal, familiar y generacional Castigado sin dibujos es un libro
fragmentario y heterogéneo que quizá habría ganado optando por uno de sus tonos,
el más narrativo: "Curso de mecanografía", "Detective privado", "Luis" o el ya
citado "El Indio". Pero el autor quiere darle transcendencia situando la
memoria familiar y las anécdotas intemporales de la infancia en un tiempo y un
lugar muy concretos: "La democracia y yo dimos los primeros pasos y emitimos
los primeros balbuceos casi al unísono. La democracia era una criatura muy
frágil, con propensión a acatarrarse y a lastimarse, por lo que había que
abrigarla y vacunarla y alimentarla bien y protegerla de los innumerables males
que la acechaban".
También se
habla, como no podía ser de otra manera, de la iniciación literaria, a la que
contribuye, junto a la literatura juvenil, una antología tan notable y olvidada
como Primavera y flor de la Literatura Hispánica, dirigida por Dámaso
Alonso y publicada por el desprestigiado Selecciones del Reader's Digest,
en el que sin embargo colaboraron algunos de los más destacados escritores
españoles de los años sesenta.
Una infancia como todas y distinta a todas,
en un tiempo y un lugar concretos, que el autor rememora cuando vuelve a
vivirla en otra infancia. "Para Gabriel, responsible de que haya vuelto a ver
dibujos animados. Y para Brenda, que le amenaza con castigarlo sin dibujos y
siempre cumple sus amenazas", leemos en la dedicatoria.
Es que los dibujos animados de entonces eran bastante buenos, y solo había dos cadenas. "La abeja Maya", "Willy Fog", "Tom Sawyer", "D' Artacan", etc. Qué rabia no poder verlos.
ResponderEliminar