Raros como yo
Juan Manuel de Prada
Espasa. Barcelona, 2023.
A
mediados de los noventa, Juan Manuel de Prada sorprendió a todos con su audacia
expresiva y su versátil talento. Primero publicó un irreverente homenaje a
Ramón Gómez de la Serna, Coños, de provocativo título, luego una
brillante serie de semblanzas sobre la bohemia española, Desgarrados y
excéntricos. El salto a la novela lo dio con Las máscaras del héroe,
recreación de una época mítica pasada por el callejón del gato valleinclanesco,
y al gran público, y al éxito internacional, según leemos en la solapa de su
último libro, con La tempestad, premio Planeta. Por entonces parecía
destinado a suceder al voluntarioso Cela y a Umbral, que fue su primer mentor.
Casi treinta años después, ¿qué ha
sido de Juan Manuel de Prada? El escritor que fue parece haberse convertido en
un predicador contra la engañifa sistémica y los “repartidores de bulas del
cotarro cultural”. Integrista católico, defensor de la más estricta ortodoxia,
sus enemigos están en el progresismo y también en una derecha complaciente y
contemporizadora con los errores del mundo contemporáneo.
En Raros como yo reúne una
serie de semblanzas dedicadas a autores que han sido marginados, presuntamente como
él mismo, por la cultura oficial. Muchos de ellos son los viejos nombres de los
que ya se ocupó en la serie iniciada en la revista Clarín en 1996. No
parece que tenga muchos datos nuevos que aportar ni que los haya buscado. La
semblanza de Fernando Villegas Estrada –que procede, como tantas, de César
González Ruano y Alfredo Marqueríe-- comienza: “Evocamos a un raro tan raro que
ni siquiera sabemos qué pinta tenía, pues nunca se hizo un retrato; o, si se lo
hizo, quedó perdido en alguna mudanza o desahucio”. Acaba de aparecer, sin
embargo, una reedición de Café romántico, el único libro de Villegas
Estrada, con dos fotografías del autor publicadas en periódicos de la época,
uno de ellos el bien conocido La Libertad. (la edición y el completísimo
estudio se deben a Pedro José Vizoso).
Otros nombres suponen una mayor
novedad, como la extensa semblanza dedicada a Leonardo Castellani, un sacerdote
argentino que tuvo problemas con la jerarquía eclesiástica. Prada le presenta
casi como un mártir de la fe y como su mejor maestro. También como un excelente
crítico literario, pero las opiniones que nos ofrece de Castillani no lo dejan
en demasiado buen lugar. Pérez de Ayala es autor de A.M.D.G., una “novelita
pornográficosacrílega sumamente mal hecha”. De “malo de solemnidad” califica a
Juan Ramón Jiménez, quien no es más que “un Bécquer todavía más alfeñicado que
el otro, con más imágenes y caireles y menos sentido”. A propósito de Aleixandre, escribe que “muchos de los hoy dados por poetas son simplemente
esquizofrénicos”.
En el nuevo Prada, tan lejano del
que deslumbró en los comienzos, lo que sorprende no es la deriva ideológica,
sino la tosquedad conceptual. Su mundo es un mundo de buenos y malos,
determinados de antemano, salvados y condenados para siempre, según estén en su
bando o en el contrario. Veamos cómo nos cuenta una de las hazañas de
Castellani: “En mayo de 1976 es invitado por Jorge Rafael Videla a almorzar,
junto a Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, en la Casa Rosada. Durante aquella
comida, fue el único que pidió clemencia por los represaliados políticos y
reclamó la liberación del escritor Haroldo Conti, mientras Borges y Sábato
callaban como putitas”.
A
esa comida asistía también Horacio Ratti, presidente de la Sociedad Argentina
de Escritores, que llevaba una lista de periodistas y escritores desaparecidos
y preguntó por ellos al dictador. Castellani, al parecer, solo se interesó por
Conti, que había sido alumno suyo. En ese tiempo, no eran solo Borges y Sábato
quienes apoyaban a los militares, sino la sociedad argentina en general que
había esperado con impaciencia el golpe y lo había aplaudido. Por entonces
acababa de empezar la represión y nadie se imaginaba a qué extremos de insania
sería capaz de llegar. Borges tardó en enterarse de que aquellos militares no
eran unos caballeros, pero cuando se enteró se enfrentó valientemente a ellos. ¿Dejó
de apoyarles Castellani? No lo sabemos. Lo que es una suposición de Prada, muy
en su estilo, es que a la salida de la comida, mientras Borges y Sábato,
respondían a los periodistas, “miró con asco a los dos lameculos y se marchó”.
Disuena, en esta galería de
olvidados o perseguidos por ser de derechas, la semblanza dedicada a Domingo D.
Benavides. “Detrás de todo revolucionario, encontramos siempre un trauma
infantil”, comienza. Habla a continuación de su “querencia irrefrenable hacia
el libelo”. Más adelante explica que “deja preñada a su mujer mientras escribe
su primera novela”.
Domingo
D. Benavides es autor de una famosa novela-crónica sobre el financiero Juan
March --con mucha información, que luego se ha tratado de borrar, sobre el
origen de su fortuna--, El último pirata del Mediterráneo, publicada
originalmente en 1934. Prada hace todo lo posible por desacreditar ese libro: “Benavides
escribe con pluma biliosa, hasta completar la radiografía de un vitando March
que recuerda a los archivillanos del cine expresionista, una suerte de doctor
Mabuse homicida y falsario que compra por igual ministros y periódicos, que
pone de rodillas lo mismo a Tabacalera que a Campsa y utiliza España entera
como campo de sus desmanes”. Da a entender que la peculiar manera de hacer
negocios de Juan March (luego reconvertido en el gran mecenas de la cultura
española) no es más que una exageración de Benavides.
Cierta
falta de probidad intelectual a la hora de comentar autores y libros por parte
de Prada encontramos en la siguiente frase: “Solo en la edición final, que se
imprime en Barcelona en 1937, Benavides se atreverá a sustituir los nombres
ficticios”. Pero esa edición, la última aparecida en vida del autor, era
desconocida y todas las reediciones del libro se habían hecho a partir de la
primera. Prada escribe su semblanza sin mencionar siquiera el libro del que
toma los datos, la edición publicada en 2017 por Espuela de Plata. A
ratos da la impresión de que, para su maliciosa semblanza, se limita a copiar
la solapa añadiendo sus habituales brochazos antiprogresistas. Así termina la
solapa: “Activo militante socialista durante la mayor parte de su vida, en
1946, tras la definitiva ruptura entre los partidarios de Negrín y los de
Indalecio Prieto, se afilió al Partido Comunista”. Así termina la semblanza:
“Militante socialista durante su exilio mexicano, Benavente terminaría
afiliándose al Partido Comunista, tras la definitiva ruptura entre los
partidarios de Negrín e Indalecio Prieto. Y es que todo atisbo de moderación le
habría olido siempre a chamusquina burguesa”.
El
libro termina con “Rosas de Cataluña”, semblanzas de escritoras catalanas, varias
de ellas relacionadas con Ana María Martínez Sagi, una figura muy menor a cuyo
rescate ha dedicado su mayor empeño intelectual. Se trata de
autoras en buena medida olvidadas, pero no por ser de derechas, poco feministas
o incurrir en otras lacras imperdonables –según Prada-- para la progresía, sino
porque ese es el destino --no siempre injusto-- de la inmensa mayoría de los escritores.
Me regalaron el libro y saqué una conclusión parecida. Prada escribe muy bien, pero sus ideas reaccionarias en plan profético no hay por donde cogerlas: pronto llegará el día en que el mal desaparecerá etc. Bueno, bueno. Prada predica con la caperuza de Savonarola puesta. Sus ataques delirantes contra el liberalismo recuerdan al señor Abascal insultando a la derechita cobarde. Toda esta retórica viene del fondo de los tiempos del pensamiento reaccionario español. Los liberales son eunucoides sin fe que contemporizan con el mal. Como si estuviera poseído por los espíritus de Menéndez Pelayo o Donoso Cortes, Prada suelta rayos y centellas con alguna gota de agua bendita, que es más bien ácido sulfúrico. Alucinante. Me interesó sobre todo la larga semblanza que hace del francés Bloy, al que presenta como un mártir exasperado que prefiere morir de hambre a aceptar la modernidad corruptora. Los diarios de este hombre son al parecer muy buenos. Castellani parece un chiflado, un megalómano, interesante como personaje, pero mucho menos, o nada, como escritor. Las largas citas de sus escritos son la mejor invitación para no leerle. Que un tipo así sea el mentor espiritual de Prada es desconcertante: o no tiene gusto, o se deja llevar por sus filias y fobias religiosas, porque Castellani es ilegible. También disparatado cuando Juan Manuel insinúa la existencia de una conspiración para ocultar a los literatos integristas. En fin, el conspiracionismo es junto con el maniqueísmo un rasgo clásico de la derecha ultramontana. La explicación es como siempre más sencilla: no se leen porque la mayoría son irrelevantes y están pasados de moda. De toda formas, la particular cruzada de Juan Manuel de Prada, gran debelador de vicios y pecados, roca viva de la españolísima tradición frente al error, tiene su gracia por absurda.
ResponderEliminarUn saludo.