La mirada aliella / La mirada atenta
Antología 1983-2006
Trea, Gijón, 2011
Introducción de Araceli Iravedra
En la historia de la literatura asturiana tiene un sitio cierto Antón García; fue el primero –o uno de los primeros— en limpiarla de folklorismo y servilismo regionalista, y es uno de sus mejores estudiosos. Ahora que nos presenta una amplia selección bilingüe de su poesía, en versión del castellana del propio autor, es el momento de comprobar hasta qué punto ese lugar en la crónica reciente del resurgimiento astur se corresponde con un real interés poético.
No me parece a mí que lo tenga del todo Estoiru (Estuche), su primer libro, un curioso ejercicio lingüístico a la manera de Eugénio de Andrade, pero sin que la sucesión de metáforas, a veces un tanto intercambiables, sobre palabras cotidianas –hoja, viento, luna, vidrio— se acerque a su música ni su magia. Nadie antes había escrito poesía en asturiano sin anécdota, sin costumbrismo y sin sentimentalismo. Gran mérito fue ese en su momento, pero no suficiente para atraer hoy la atención del borgiano lector hedónico.
Muy distinto es lo que ocurre con Los díes repetíos, que puede figurar sin desdoro entre las obras más significativas publicadas en cualquiera de las lenguas peninsulares en la década de los ochenta. Los maestros de Antón García en ese libro son los de los poetas jóvenes de entonces: Gabriel Ferrater, que le da título, Juan Luis Panero, Fernando Pessoa. Se trata de una obra muy generacional (“Generación” se titula precisamente uno de los poemas), pero en absoluto intercambiable. Antón García encuentra un tono propio de ensimismada melancolía. El escenario de muchos de estos poemas es un café provinciano desde el que ver pasar la vida o añorar un amor que sin duda sucede en el pasado, aunque sea un amor presente.
Tras ese libro ejemplar y excepcional entra Antón García en un largo período de silencio. Casi veinte años transcurren antes de que complete un nuevo libro, Tierra adientro, aunque parcialmente se anticipara antes. No es una obra unitaria; se nota que, tras el logro de Los díes repetíos, el autor ha tanteado diversos caminos sin acabar de decidirse por ninguno. En Tierra adientro hay espléndidos poemas –el dedicado al suicidio de Pavese, por ejemplo— que podían figurar en el libro anterior y también algún que otro ejercicio circunstancial o demasiado volcado hacia el sentimentalismo, como las dos canciones reunidas bajo el título de “Nadie lo sabe”.
Lo más característico de Tierra adientro es el componente reivindicativo y el autobiográfico. Se homenajea a Fernán-Coronas (el poeta en asturiano que marcó el camino a seguir) y a un “probe de pidir” que entre sus escasas posesiones guarda “unes cuantes palabres asturianes” que los demás han olvidado: “Los animales del monte son l’osu, / la fuina, l’esquil ya la muniella, / el xabaril, el faisán ya’l melandru, / el rizcayeiru, el llobu, la rapiega…”
Los versos que cierran el libro, y esta antología, no pueden resultar más significativos: “Asina ye la vida del mio pueblu, / la historia d’esta tierra, / esta llingua: / xunto a una casa derrotada / palabres como piedra, / montones de palabres / que son nada”. Pero la anécdota que sirve de pretexto para esa conclusión resulta inconsistente: un caminante pregunta por un dolmen a una mujer muy vieja que está a la puerta de su casa; ella le señala el camino, y luego añade que ni es un dolmen ni es nada, “namás piedras unas enriba d’outras”. No resulta verosímil que sepa lo que es un dolmen y luego diga que el que está cerca de donde ella vive “ni es dolmen ni es nada”.
Algunos de los más ambiciosos poemas de Antón García están en Tierra adientro, como el titulado “Casa”, demorada evocación de la casa de la infancia y de un mundo perdido para siempre, o “El último busgosu”, una incursión en el ámbito de la mitología asturiana.
Bien conocida ya entre quienes leen en asturiano, esta edición bilingüe de La mirada aliella, pretende difundir la poesía de Antón García entre los lectores de lengua española. Conviene, por ello, hacer alguna advertencia. Aunque la traducción es del propio autor, y no ha desdeñado buscar alguna ayuda que se indica en la nota final, resulta quizá discutible en ciertos puntos. Parece buscar menos la fidelidad que la corrección métrica. Algún cambio resulta especialmente llamativo. En el poema titulado “Del to llugar” leemos: “Florecen les vegues: prende la lluna / el candil de la escarcha y a esperar / qu’amanezca la xelada se tiende”. La versión castellana dice así: “Se iluminan las vegas; la luna abre / el cajón de la escarcha y el cristal / de la helada se acuesta, espera el alba”. ¿Abrir un cajón se dice en asturiano “prender el candil”? Primera noticia.
Podríamos seguir citando ejemplos: “Mañana, / si quier, que vuelva l’olvidu besame”, termina el poema “Café”. El autor, para mantener las dos sílabas y conservar el endecasílabo, traduce “si quier” por “tal vez” y, aparte de empeorar el verso, al mantener la forma verbal incurre en una inconsecuencia gramatical: “Mañana, / tal vez, que vuelva el olvido a besarme” (debería decir “mañana, tal vez, volverá el olvido a besarme”).
Una versión más literal a menudo mejora el poema. En “Cutariellu” leemos: “Xuntos sentiemos l’inquietu enredar / de los nenos, el ruxir de la yerba / onde una culuebra que s’esguilaba / texía ente nós l’amor d’estos versos”. El poeta traduce: “Juntos oíamos el jugar inquieto / de los niños, un rumor en la hierba / cuando una culebra que se arrastraba / iba tramando el amor de estos versos”. Una versión menos “peinada”, pero más ajustada al original diría así: “Juntos sentíamos el inquieto enredar / de los niños, el rumor de la hierba / donde una culebra que se deslizaba / tejía entre nosotros el amor de estos versos”.
Aunque sea obra del mismo autor y a menudo dé la impresión de pretender tener valor autónomo, resulta preferible considerar la versión castellana como una simple ayuda para acercarse al original, algo no demasiado difícil para cualquier lector de lengua española. Comprobará así que, al margen de su importancia en la historia de la literatura asturiana (hasta ahora el pariente pobre de las literaturas peninsulares), Antón García es un poeta verdadero que puede tener la certeza, como afirma en el poema “De parte tarde”, de que algunos de sus versos han de seguir resonando “mientras dalguién aliende / y hebia lluz nunos güeyos”. Y se le seguirá leyendo, aparte de en siempre imperfectas traducciones, “nesta llingua na que t’escribe y ama”.
El burgués contempla en su salón
ResponderEliminarpalacios algodonosos.
Engéndrase.
Si además lo remata con la inmortalidad,
mejor que mejor…
© María Taibo