Juan Malpartida
Al vuelo de la página.
Diario 1990-2000
Diario 1990-2000
Fórcola Ediciones. Madrid, 2011.
Comenzamos a leer el nutrido tomo en que Juan Malpartida ha reunido sus anotaciones de una década con un cierto escepticismo. Nos tememos un conjunto de pequeños ensayos más o menos pretenciosos, de convencionales lecturas, y algunas olvidadas escaramuzas de la guerra de guerrillas que enfrentó a los poetas españoles en lo últimos años del siglo XX. Y algo de eso hay, por cierto. A poco de empezar nos encontramos con la historia del premio Loewe de 1993, en el que el autor ha sido seleccionado como finalista: “Naturalmente, al enterarme de quienes son los otros, amago una sonrisa al tiempo que me otorgo el listón más alto: mi libro es, si mucho no me equivoco, el mejor”. Pero esa superior calidad que se otorga a sí mismo, sin conocer los otros libros, no le asegura el galardón: “Desde antes de que se reuniera el jurado, he oído y leído que se lo van a dar a García Montero, aunque algunos del jurado aseguran que aún no habían leído a los seleccionados. Sospecho que a pesar de esa ignorancia se lo darán a Luis: él representa un tendencia, mejor o peor, y yo no soy más que mi libro”.
El premio lo obtiene finalmente García Montero con Habitaciones separadas, en dura competencia con Malpartida: “El presidente del jurado, Octavio Paz, lo defendió hasta el final; Bousoño escribió incluso un pequeño texto para defenderlo, dos más lo votaron, pero finalmente uno de ellos (por teléfono, puesto que estaba en Barcelona esperando la llegada de la noche cerca de su casa: una doble reivindicación de Drácula y de Proust) cambió el voto, creo que un poco confusamente. Paz me dice que le sorprendió gratamente la pasión que puso Bousoño en la defensa de mi libro, y le sorprendió que Brines también me votara, aunque su defensa no fue tan exaltada como la del académico, que llegó a decir que era un libro perfecto. Paz cree que ha sido una pequeña maniobra, tendenciosa, para ir en contra de la tradición que él representa. Estaba un poco molesto”. El lector sonríe ante estas indiscreciones del presidente del jurado y deduce que si García Montero representaba una tendencia, “mejor o peor”, el libro de Malpartida representaba otra, encabezada y defendida a capa y espada nada menos que por el presidente del jurado. El traidor que cambió el voto a última hora fue Gimferrer, gran amigo de Paz, pero que al final se unió a la oposición, representada por Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena y Felipe Benítez Reyes.
Estas escaramuzas, divertidas solo para unos pocos, no le quitan valor al volumen: le añaden las pequeñas miserias de la vanidad.
Al asunto del cese de Félix Grande en el cargo de director de Cuadernos Hispanoamericanos nada más llegar al poder el Partido Popular se le dedican bastantes páginas. Malpartida, que entró a trabajar en esa revista por recomendación precisamente de Grande, insiste mucho en que fue un mero asunto laboral, sin ninguna connotación política, aunque el poeta lo vendiera de otra manera e incluso apareciera un manifiesto en su favor firmado, entre otros, por Rafael Alberti y Felipe González, Julio Anguita y Ernesto Sábato. Aprovecha el asunto para vengarse de quien no le votó en el Loewe: “Algunos de los firmantes también han felicitado en persona o por escrito al nuevo director. Así es. Por un lado afirman –lo dice el manifiesto— que es el comienzo de las dos Españas o un grave error político, por el otro, para estar bien con Dios y con el demonio, saludan con afecto al nuevo director de la revista de la que ha sido ‘depurado’ FG. Pondré solo un caso, pero tengo más cartitas archivadas: Antonio Colinas, que envió una carta en este sentido y, por otro lado, firma el manifiesto. Y no fue el único”. No queda en muy buen lugar Juan Malpartida fotocopiando y guardando cartas que no están a él dirigidas para hacer buen uso de ellas cuando lo crea conveniente. Tiempo después, a propósito de las memorias de Rafael Conte (a las que da un buen repaso) vuelve sobre el asunto de la “defenestración” del poeta y entonces nos enteramos de por qué le preocupa tanto el asunto, de la razón de su mala conciencia: “Ciertamente, no me sentí obligado a dejar mi puesto cuando cesaron a Félix (nadie lo hizo en la revista, y tampoco su hermano, que trabaja en la casa, dejó su trabajo)”.
Afortunadamente la mayor parte de las páginas de este libro inagotable son ajenas a la vanidad literaria del autor, que suele nublar la inteligencia. No lo hace la pasión política, y aunque no siempre compartamos sus ideas (en lo que se refiere a su caricatura del nacionalismo vasco, por ejemplo), resulta siempre admirable su pasión por razonar y defender sus posiciones.
Insiste varias veces Malpartida en que el suyo no quiere ser un diario íntimo, pero la intimidad va adquiriendo cada vez mayor importancia en estas páginas. A veces juega a escribir a la manera de Thomas Mann y nos cuenta pormenorizadamente un día de su vida. Otras veces el presente del diario es sustituido por la evocación autobiográfica. Ejemplar resulta la entrada dedicada a sus padres, escrita con dolorosa, desapasionada verdad.
Uno de los protagonistas de este diario es Octavio Paz, el gran maestro y la gran admiración del autor (se reproduce incluso una larga entrevista con él). Aparece retratado en toda su prodigiosa inteligencia, pero tampoco se ocultan sus limitaciones, que lo hacen más humano.
Con fervor generoso se traza la semblanza de otros muchos escritores –Juan Gil-Albert, Enrique Molina, Andrés Sánchez-Robayna—, con el mismo fervor con que minuciosamente se destroza a otros muy afamados como Ernesto Sábato. La honestidad de Malpartida se manifiesta en que no tiene inconveniente en ponerle reparos a escritores que, en principio, podría considerársele afines, como José Ángel Valente (de quien subraya su resentimiento final) o Lezama Lima, en su opinión un pésimo prosista. Muy malparado sale Vicente Aleixandre, y no solo en lo literario: “Era un hombre chismoso y de una curiosidad típica del mirón”.
Un diario es un libro en el que cabe todo. No tiene por qué limitarse a contar el día a día de su autor. Juan Malpartida comienza dándonos cuenta de sus lecturas y sus reflexiones (es un buen lector de ensayos y memorias y muestra cierta inquietud filosófica), pero poco a poco va cogiendo confianza con el género y atreviéndose a más. El lector agradece que nos haga sonreír ante algunos pequeños apuntes costumbristas de la vida literaria, que no se esfuerce por disimular las heridas de la vanidad y que, sobre todo, se atreva a decir lo que piensa y a dejar pudorosa constancia de lo que ha sido su vida. Como los ensayos de su admirado Montaigne, este libro, tras la apariencia de una irregular miscelánea, es el autorretrato de un hombre como todos y, por eso mismo, distinto a todos.
Por error se suprimió un comentario de Felipe Benítez Reyes. Lo copio a continuación:
ResponderEliminarNo puede creer uno todo lo que le cuentan, sobre todo si quienes te lo cuentan se afanan en pasar por valedores tuyos. En la reunión de aquel jurado nadie defendió como posible ganador el libro de Malpartida. Suponto --porque no llegué a identificarlo como suyo-- que estaría en las primeras rondas de votaciones, no sé, hasta que cayó, como tantos otros. Octavio Paz defendió desde el principio, en exclusiva, un libro --compuesto por una especie de prosas líricas-- del uruguayo Rafael Courtoisie. Lo mismo hizo Gimferrer --por teléfono, efectivamente-- hasta el final, sin enmendar en ningún momento su voto. Los demás votamos el libro de García Montero, no porque fuese de García Montero, sino porque era mejor que los demás finalistas y, sobre todo, infinitamente mejor que el de Courtoisie, que fue el que Paz y Gimferrer consiguieron colocar en la votación final como única alternativa al de García Montero.
Felipe Benítez Reyes
Los finalistas, en la rueda de prensa (recogida por ABC en su día), fueron, según las declaraciones de Paz, un uruguayo, por Umbría, y un español, por Canto redondo (errata de Paz por rodado), de Juan Malpartida. Brines defendió, según declaración suya, Canto rodado, y lo mismo Bousoño, que llegó a leer un papel al respecto. Hasta tal punto es así, que el mismo García Montero ha contado públicamente esta pequeña anécdota, por lo demás sin más importancia que la de su fecha. Naturalmente, el ganador, García Montero, fue el libro preferido -y no le faltaron razones- por el jurado. Un saludo: Juan Malpartida
ResponderEliminar¿Y todo esto, me pregunto yo, qué tiene que ver con la poesía? ¿O tan siquiera con la crítica de poesía? No pertenezco al mundillo yo; he recalado aquí un poco por azar eletrónico, en busca de alguna recomendación fundada de lectura de poesía contemporánea, y me topo con esta bizantina batallita. Algo así como buscar información sobre los sociólogos, por decir algo, o pintores más eminentes del momento, y que le hablen a uno de las insignificantes (al menos para el común de los mortales)rencillas entre algunos de ellos. Mucho humo y poco fuego. Mucho ego letraherido.
ResponderEliminar¿Y qué tiene que ver, me pregunto yo respondiendo a un anónimo despistado, la reseña del diario de un escritor con la "busca de alguna recomendación fundada de lectura de poesía contemporánea"? Qué curioso: la reseña de un libro que no es de poesía no tiene que ver con la crítica de poesía. Uno se asombra de lo que asombra a algunos lectores.
ResponderEliminarJLGM
siempre y es lo mejor, tener capacidad de asombro para que podamos llegar a que nada nos sorprenda.Don JLGM me sorprende con su vaticinion del 15-1-2007 en "la vida misma":la segunda hipótesis parece bastante improbalble. El 20N nos sorprendió.Benedicto
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