jueves, 19 de enero de 2012

Un preciado regalo

Enrique Andrés Ruiz
Las dos hermanas.
Antología de la poesía española e hispanoamericana del siglo XX sobre pintura.
Fondo de Cultura Económica. Madrid-México, 2011.


Las antologías temáticas tienen un inconveniente y una ventaja. Inconveniente: el tema suele predominar sobre la calidad a la hora de la selección; ventaja: propician los descubrimientos.
            La relación entre poesía y pintura es antigua. Con erudición y agudeza se refiere a ella Enrique Andrés Ruiz. “Ut pictura poesis” afirma Horacio en un muy citado pasaje de la “Epístola a los Pisones”. Pero en un principio fue al revés: la pintura trató de ser como la poesía. Los pintores no pasaban de artesanos; para pintar un cuadro solo se necesitaba aplicar una serie de destrezas, como para levantar una pared o fabricar una silla. La categoría de artistas solo la obtuvieron cuando se acercaron a la poesía y comenzaron a pintar cuadros que reflejaban historias míticas y se podían leer como un poema.
            Las afirmaciones de Andrés Ruiz sobre las diversas artes y sobre el Arte con mayúscula que ha venido a sustituirlas (“una operación institucional, impensable sin inversiones públicas de propaganda y estructuras; una operación indudablemente política”) son siempre inteligentes y fértiles, aunque a menudo discutibles. Pero llega un momento en que cambia de registro y el intelectual riguroso deja paso a las complacencias del creyente. La Palabra se ha hecho Carne en el cristianismo –nos dice, como si siguiera hablando de lo que estaba hablando— y por eso, a partir de entonces, es posible pintar “simples naturalezas, escenas cotidianas, retratos” sin auxilio de ningún texto, de ninguna leyenda mítica. No le discutiremos esa tesis –Todorov ha afirmado exactamente todo lo contrario al referirse a la aparición de la pintura realista en los Países Bajos—, simplemente dejamos constancia de que ha dado un salto hacia otro ámbito que nada tiene que ver con el análisis científico y la racionalidad.
            Pero afortunadamente el integrismo religioso de Enrique Andrés Ruiz no influye para nada en la selección de poemas. Comienza con José Martí (“Sé de un pintor atrevido / que sale a pintar contento / sobre la tela del viento / y la espuma del olvido”) y termina con dos poetas nacidos en 1975: Martín López-Vega y Carlos Pardo. El primero glosa en “Habitación de hotel” el conocido cuadro de Edward Hopper, quizá el más literario de los pintores del siglo XX; el segundo juega al irracionalismo y alude a “los viejos pintores del Trecento”.
            No se seleccionan solo poemas que hablen sobre pintura o sobre pintores. Muchos de ellos describen un paisaje. Es el caso de tantos poemas modernistas aquí antologados (las “Cigüeñas blancas” de Guillermo Valencia, o el “Claroscuro”, de Julio Herrera y Reissig), o de los versos de Jorge Guillén: “¿Pureza, soledad? Allí. Son grises. / Grises intactos que ni el pie perdido / sorprendió, soberanamente leves. / Grises junto a la Nada melancólica, / bella, que el aire acoge como un alma, / visible de tan fiel a un fin: la espera”.
            Enriquece esta antología temática que el tema se haya entendido de tan amplia manera. Nada tan fatigoso como los convencionales poemas que suelen adornar catálogos de pintores. Enrique Andrés Ruiz llega a incluir incluso la conocida “Arte poética” de Vicente Huidobro: “Que el verso sea como una llave / que abra mil puertas. / Una hoja cae; algo pasa volando; / cuanto miren los ojos creado sea, / y el alma del oyente quede temblando”.
            Pero abunda, como no podía ser de otra manera, la ecfrasis, el equivalente en palabras de una pintura, que tiene en Manuel Machado uno de sus máximos representantes: “Nadie más cortesano ni pulido / que nuestro rey Felipe que Dios guarde, / siempre de negro hasta los pies vestido”.
            Generalmente se selecciona solo un poema de cada autor, pero en algunos casos –por su especial relación con la pintura— se hace excepción. Ocurre con Manuel Machado, con Juan Ramón Jiménez, y con poetas menos conocidos con Rafael Sánchez Mazas o Ramón Gaya, uno de esos pintores que son igualmente notables como escritores. También con Eugenio d’Ors, que como poeta no pasa de ingenioso y conceptuoso aficionado.
            Como no podía ser menos, a pesar de lo exhaustiva de la selección echamos en falta algún nombre. El más notable, el de Ángel González. Una antología como esta no puede prescindir de su soneto “El Cristo de Velásquez”: “Un piadoso pincel lavó con leves / algodones de luz tu carne herida, / y otra vez la apariencia de la vida / a florecer sobre tu piel se atreve”.
            Compensan ese olvido los muchos admirables poemas con que nos reencontramos (o encontramos por primera vez), desde el suntuoso “Bodegón del Renacimiento”, de Agustín de Foxá, hasta “Hilando”, de Claudio Rodríguez (“Tanta serenidad es ya dolor”), pasando por los sinestésicos minimalismos de Octavio Paz (“El pájaro es una astilla / que canta y se quema viva / en una nota amarilla”) o el “Esfumato”, de Amalia Bautista: “Tan áspero era el mundo, tan hiriente, / que él lo difuminó para mis ojos”.
Sí, la pintura, al igual que la poesía, puede ser a veces, como en el poema de Amalia Bautista, “un preciado regalo contra el mundo, / contra la realidad, contra la vida”. Pero también –como nos dice otro poeta, Juan Manuel Bonet— un lugar “donde se sueña más puro el ancho mundo”. 

7 comentarios:

  1. Querido José Luis,
    he leído tu atento comentario a mi antología Las dos hermanas y no quiero dejar de agradecértelo muy sinceramente. Como siempre viniendo de ti, es seria lectura que me alegra en lo halagador del reconocimiento y que más vale tener en cuenta en los reparos. Pero creo que podrás comprender que estos últimos no van dirigidos a asuntos que yo pueda, así por así, dejar pasar ni quiera dejar pasar. Existe un entendimiento muy extendido de -por decirlo así-la "esfera" religiosa que no alcanza a comprender nada asociado a ella si no es bajo la previa aplicación del adjetivo "integrista". Es decir, que no hay nada religioso si no es "integristamente religioso". En gran parte, lleva razón. Pero te diré que yo, a quien aplicas en tu artículo esa yunta asociativa, no creo poder ser caracterizado con ella justamente por que no me siento religioso, sino cristiano. Yo no tengo, como arranca a pensar esta asociación espontánea, "una" fe religiosa (como pudiera tener otra) sino "la" fe cristiana. Esto quiere decir, sobre todo, que creo andar por una senda labrada justamente por la razón desde sus más remotos antecedentes, entre ellos los platónicos del Fedro en los que la rienda de la razón lucha por guiar a las emociones o sentimientos puramente míticos o desbocados, y los propiamente bíblicos que sin cesar plantan cara, precisamente, a todo lo numinoso que se presenta bajo ropa de religión. Como cristiano, pues, se podría decir que no puedo ser integrista. Por otra parte, la fe, como decía Bergamín, no es algo que "se tenga", pero sí algo que (sin ir más lejos) de Horkheimer a Hannah Arendt, complica y ahonda el pensamiento moderno apartándolo del imperdonablemente simple esquema ilustrado que sólo se ve capaz de entender, como decía Jacob Taubes, "o dialéctica o analogía", "o razón -análisis científico, como tú dices- o fe". Por eso yo no creo que se pueda decir que, de repente, mi meditación introductoria salte de la razón a la fe como quien salta de un piso a otro sin darse cuenta. Cuando en ese texto aparece la Encarnación, no es para hablar sin avisarlo de otra cosa refractaria al pensamiento, sino todo lo contrario. La representación pictórica de imágenes naturales, ante el ataque iconoclasta, acudió a la defensa teológica que de ella hizo el lejano concilio de Nicea, justamente apoyado en la legitimidad que le procuraba el hecho histórico y significante de la Encarnación, es decir, el hecho que consiste en que las realidades naturales, carnales, son dignas de la contemplación y la gloria, la misericordia y la piedad (por ser sagradas, creadas) que les negó y les niega el pensamiento o mentalidad dialécticos, en definitiva gnósticos. Sin embargo, y como tú sabes mejor que yo, los poetas, de exhibir alguna, enseguida exhiben cuando tienen ocasión, la fe gnóstica, que en resumidas cuentas quiere decir que se les alegran las pajarillas (religiosamente, claro) a la aparición de términos como "sombra", "noche" o "silencio", pero que no soportan la mención de las cosas y relaciones de la experiencia natural a sabiendas de que un anhelo y una esperanza las habita como rescate de su carne. Es raro, pero así es. Querido José Luis, desde sus más lejanos hontanares bíblicos hasta la muiy racional teología de Karl Barth, sabemos o deberíamos saber que el cristianismo no es una religión; es más, que "lo religioso", como todo lo numinoso, viene a significar para él un contrincante a batir y un peligro del que defenderse, precisamente con la razón. Entiendo perfectamente tus reparos, te agradezco una y mil veces tu consideración, te estimo quizá como a nadie en las tareas críticas, espero que estos comentarios añadidos no te sean gravosos.
    Mi amistad,
    Enrique Andrés Ruiz

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  2. No, no me son gravosos. Todo lo contrario. Nada me gusta más que escuchar razonados puntos de vista distintos de los míos. Una de tus afirmaciones me recuerda a otro poco grata (al menos para mí). Lo mismo que tú afirmas que el cristianismo no es una religión, José Antonio Primo de Rivera afirmaba que Falange Española no era un partido político. Y lo era, pero un partido político que quería acabar con todos los demás. Me imagino que ese no será vuestro caso en lo que a las religiones se refiere.
    Pero al margen de estas cuestiones teológicas, de tus reflexiones sobre el arte siempre he aprendido mucho. Gracias.

    JLGM

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  3. Querido José Luis, celebro que te gusten los puntos de vista razonados, pero deben de ser los ajenos porque siendo así, no esperaba un bajonazo. En lo que te decía sólo me equivoqué o exageré en una cosa: nadie en realidad (y yo menos) puede decir que es cristiano, no sólo porque eso no está en manos de nadie sino porque nadie debiera arrogarse esa condición, dado que sólo es propiamente cristiano el que pierde, el que sufre, el desdichado (como lo llamaba Simone Weil). Y por eso, nada más lejos de su caso que formar en la afiliación a la hueste de un partido político, que de suyo y en todos los casos (y no sólo en el privativo de Falange Española) persigue como objetivo la desaparición de los otros, aunque sólo sea porque el nacimiento de los partidos políticos y el de la concepción de la realidad social como conflicto, en la historia occidental resultan simultáneos. Sólo en España, por lo demás, las "cuestiones teológicas" están tan separadas de las literarias y en general culturales hasta acabar en "asunto de curas", en parte por culpa de ellos. Pero eso se paga. Se paga con una comprensión de la literatura en la que ni Auerbach no Benjamin (ni Dante ni Hölderlin) pueden tener entonces nada que decir.
    Mi misma amistad.
    EAR

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  4. El cristianismo no es una maldición. Proclamamos todos la absoluta soberanía de Dios creador y Padre de los vivos; la redención de la humanidad mediante la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Jesús, su Hijo; el don del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, el cual hace nacer al creyente a una nueva vida; el señorío de Cristo sobre la historia hasta su retorno; la alianza definitiva entre Dios y la humanidad testimoniada por la Biblia y los Evangelios y expresada en los misterios del bautismo y la eucaristía.
    Pura poesía teológica.
    Arte, literatura, obras, gestas y catedrales, filosofía y sistemas de pensamiento, desde la apertura al Sagrado Corazón de Jesús.

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    Respuestas
    1. El Dios en quien no creo me libre de pensar que "el cristianismo es una maldición". En cambio, sé de soi-disant cristianos, y no pocos, que creen que el que pueda criticárselos (a ellos, no a su Dios) sí es una maldición, algo del todo execrable que habría que combatir a como dé lugar. No: el cristianismo no es una maldición. Pero así como yo no proclamo ni fe agnóstica (si no hay oxímoron en llamarla así), quizá algunos harían bien en abstenerse de proclamar la suya allí donde nada pinta semejante proclamación. O recordar la vieja historia del monaguillo que, por no saberse la misa, respondía siempre "Alabado sea Dios", hasta que el cura le dijo: Hijo mío, eso está muy bien, pero no viene a cuento.

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    2. No debes decir que no crees en Dios, pues ignoras lo que es. Creo que lingüísticamente es más apropiado decir "el Dios que ignoro". Si lo puedes abarcar, no es Dios.

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    3. Qué cosas, Miranda. Se puede decir "no creo en Dios" como no creo en las sirenas o en los zombis, aunque los tres protagonicen infinitas historias. Son solo seres imaginarios que algunas personas toman por reales.

      JLGM

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