Dora Maar. Prisionera de la mirada
Alicia Dujovne Ortiz
Vaso Roto.
Madrid-México, 2013
Las mujeres de Picasso constituyen casi un género literario
entre el vodevil, el melodrama y la tragedia griega. “Picasso tenía energía de
sobra y tiempo para todo”, escribe Alicia Dujovne Ortiz. “Para crear sobre
pintura o sobre piedra, pero también sobre carne tibia. Sus mujeres eran obras.
Se comportaba con ellas como un director de teatro. O como Dios, cuya adicción
a los efectos teatrales es pública y notoria”.
Menos de
diez años de su larga vida (1907-1997) estuvo ligada Henriette Théodora
Markovitch, que cambió su nombre por el de Dora Maar, con Pablo Ruiz Picasso,
pero toda su vida anterior parece solo una preparación para ese encuentro y las
cuatro décadas posteriores un dilatado epílogo que puede compendiarse en pocas
líneas.
Dora Maar
había nacido en Francia, hija de un arquitecto croata, pero pasó su infancia en
la Argentina
de las primeras décadas del siglo XX, cuando era “el país del futuro”. En
Buenos Aires dejó su padre algunos monumentales edificios, de fantasioso
historicismo, que aún hoy contribuyen al peculiar perfil de la ciudad. Volvió a
Francia en los años veinte. Antes de conocer a Picasso se relacionó con la
inquieta vanguardia del momento, posó para los más destacados fotógrafos, como
Man Ray, y ella misma se convirtió en una destacada fotógrafa. Tenía una
belleza hierática y exótica, que fascinó a muchos, entre ellos a Georges Bataille,
el autor de la Historia del ojo, que por entonces había formado
una sociedad secreta de carácter erótico que planeaba incluso hacer sacrificios
humanos. Un aura de escándalo rodeaba a la joven Dora Maar cuando en 1935
conoció a Picasso, ya entonces una especie dios que trocaba en oro todo lo que
tocaba.
Alicia
Dujovne Ortiz, argentina que ha residido largos años en Francia, compara el
primer encuentro de Dora con Picasso con el de Eva y Perón. Ambos fueron
previamente decididos y minuciosamente planificados por las dos mujeres. Para
seducir a Picasso recurrió Dora a un ritual peligroso aprendido de los
surrealistas: con un pequeño cuchillo fue silueteando su mano sobre una de las
mesas del café de Flore. No pestañeó, aunque alguna vez se hizo sangre. Picasso
le pidió como regalo uno de sus guantes manchado de sangre.
Si Dora
anticipó el comportamiento de Evita, el depredador Picasso preludiaba a Perón y
a tantos dictadores latinoamericanos. En 1945, liberado París, se había
convertido en un héroe al que todo el mundo quería conocer (y eso a pesar de
que su comportamiento durante la ocupación estuvo más cerca del
colaboracionismo que de la resistencia). Se había afiliado al partido comunista
y entre sus visitantes habituales había “jovencitas del partido o jovencitas
burguesas” que iban a su casa en busca de un autógrafo “y salían con el regusto
dulce o amargo de una iniciación sexual”. Sus amigos no tenían inconveniente en
hacer labores de celestinaje, como ocurrió con Geneviève Laporte: “Tenía
diecisiete años y era la presidenta del Frente Nacional de Estudiantes del
Lycée Fénelon. La trajo un Éluard siempre atento a los deseos del maestro”. La
única diferencia con Perón consistiría “en que las chicas de la Unión de Estudiantes
Secundarios de la Argentina
eran traídas a su presencia por un par de ministros rastreros y no por un
poeta”.
De la
enigmática Dora Maar ya contamos con una biografía minuciosa, la de Victoria
Combalía, publicada en 2002, pero Alicia Dujovne añade multitud de pequeños
detalles y nos cuenta lo que ya sabíamos de otra manera en esta obra que
apareció inicialmente en versión francesa (Grasset, 2003). De vez en cuando hace
acto de presencia para referirnos las peripecias de su investigación, pero no
se convierte, como ocurre a menudo, en una protagonista más. Es sin embargo
consciente de que “no hay biógrafo que no se busque a sí mismo en su
personaje”.
No sale muy
favorecido Picasso de esta biografía, en la que ocupa buena parte de sus
páginas aunque tan poco tiempo ocupara en la vida de Dora. ¿Hablaríamos hoy de
ella si no hubiera sido por esa relación? Probablemente no, aunque eso
resultara injusto. Antes de conocer a Picasso, Dora Maar ya era alguien en el
campo de la fotografía; después ya no fue nadie, solo una mujer despechada que
había sido una de las musas del genio.
En los
primeros años cuarenta, el carácter de Dora Maar se fue haciendo más complicado.
Picasso se había cansado de su juguete y ella lo sabía. Comenzó a delirar, a
perder el sentido de la realidad. Recibió tratamientos de electroschock en la
clínica que tenía como médico residente a Jacques Lacan, amigo suyo y de
Picasso. No sale muy bien parado el famoso psicoanalista de las páginas de esta
biografía. El más famoso enfermo tratado con esa técnica por aquellas fechas
fue Antonin Artaud. Alicia Dujovne no duda en comparar esas brutales prácticas,
que anulaban al enfermo, con los procedimientos de los regimenes totalitarios:
“El horror del nazismo acaso haya consistido también en sembrar su semilla allí
donde menos podría imaginarse, entre artistas liberados ‘de toda ley moral’,
como decía Souvarine, y entre científicos fascinados por sus experimentos”. Sin
duda, añade, Lacan no era Mengele (aunque solo fuera capaz de ver en los
enfermos “lo que confirmaba sus hipótesis”), pero las cartas de Artaud “podrían
llevar la firma de una víctima de Auschwitz”.
Dora Maar,
sin Picasso, trató un tiempo de subsistir como artista; se dedicó a la pintura,
a la escultura, pero esa solo un pálido reflejo del maestro. No tardó en
declararse vencida. Se retiró a su apartamento, se negó a ver a nadie, se fue
haciendo cada vez más conservadora, religiosa, antisemita, huraña y tacaña. Vivió
miserablemente los últimos años de su vida, recurriendo a los servicios
sociales, aunque era dueña de una gran fortuna. La subasta de sus bienes, en
1999, adquirió notoriedad mundial. Y no está muy claro que quienes subastaron
los picassos y los recuerdos de Picasso que Dora Maar guardaba tuvieran el
derecho de hacerlo (se habla de un testamento desaparecido). Pero esa es otra
novela, que merecería otro libro tan bien documentado y tan bien narrado como
este.
http://buscapalabras.com.ar/buscarpalabras.php
ResponderEliminar« Cantidad de Palabras encontradas: 3
Palabras que se escriben con las letras de “doramaar” (8 letras):
“amarrado, amorrada, armadora,” »
Automático y argentino, maldito buscapalabras desordenando los tiempos de aquel amor: armadora (ella), amarrado (él), amorrada (ella).
Rama Dorada “Dora Maar”. Falta el “da”, “da” que nadie ni nada nos puede dar: qué bien, Amar Dora, lo sabe usted ya.
Libérate del ingenio –palabra y Borges lo dicen– si quieres llegar al genio.
EliminarMe recuerda, entre otras, la historia de Camille Claudel y el famoso creador del "Pensador" para chimpancés.
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