La búsqueda de la sombra de Lorca
Philip Levine
Edición de Andrés
Catalán
Visor. Madrid, 2014.
Philip Levine no es un poeta muy conocido en España, aunque
él conoce bien la literatura española. Descubrió la poesía con Lorca y entre
sus maestros se encuentran Antonio Machado y Miguel Hernández, protagonista del
poema “El regreso: Orihuela, 1965”
(“Un solitario cuervo desciende contra el sol / y los campos susurran su
coraje”).
Coetáneo de
los poetas sociales españoles, Levine residió en España en los años sesenta. Su
infancia y su adolescencia transcurren en los medios obreros de Detroit. La
fascinación española de este poeta estadounidense no se centra solo en la
literatura; se siente especialmente atraído por el movimiento anarquista, por
figuras como Ascaso, Durruti o Ferrer i Guardia.
La búsqueda de la sombra de Lorca es una
antología que, de su amplia obra, rescata aquellos poemas en los que está
presente la huella española. La selección y traducción es obra de Andrés
Catalán, uno de los más interesantes poetas jóvenes. El título no resulta quizá
demasiado afortunado. Cierto que Lorca aparece en varios de los textos, pero no
hay nada epilogalmente lorquiano en estos versos realistas, autobiográficos,
que cantan en sordina y cuentan la simple verdad, una verdad que nunca es
simple.
El libro
representado con mayor amplitud se titula precisamente así, The Simple Truth (1994), y quizá
convendría que el lector español que desconoce a este poeta comenzara por él su
lectura. No teme Levine acercarse a la prosa, ni tampoco –ya lo dije– a la
simple verdad de su vida, pero sus poemas, que parten de la anécdota, no se
quedan en ella.
“Acerca del
encuentro entre García Lorca y Hart Crane” se titula el primero de los poemas
seleccionados de The Simple Truth. A
Levine le importan menos esos dos poetas, que se miran sin conocer cada uno el
idioma del otro, que quien ha propiciado el encuentro: “El joven que los ha
juntado / sabe tanto español como inglés, / pero le duele la cabeza de saltar /
una y otra vez de un idioma / a otro. Para descansar un momento / se acerca a
la ventana a mirar / el East River, que se oscurece / allí abajo según va
cayendo la noche”. Ese joven, Arthur Lieberman, era su primo y su pequeña
historia le interesa más que los grandes nombres.
Capítulos
de su autobiografía parecen ser buena parte de los poemas de Levine. En “Alma”
se describe, con humor y precisos rasgos costumbristas, Castelldefels, el
pueblo español en que residió, pero solo es un marco para tratar de lo que de
verdad quiere hablarnos: su desarrollo espiritual, sus difíciles relaciones con
lo que algunos llaman “alma”.
“El trato”
que da título a otro poema es el que hizo “acuclillado en medio del ruidoso
ambiente matinal / de los muelles de Génova”: cambiar un ejemplar de los poemas
escogidos de Eliot “por una navajita y dos magníficos limones”.
Poesía que
se acerca a la prosa, al relato minimalista, como en Carver, pero que, sin que
sepamos muy bien la razón, nunca se confunde con ella. Poemas viajeros en
muchos casos: “Fuera en la oscuridad” comienza en la autopista entre dos
carriles entre Tetuán y Fez; “Más y más azul” en el puerto de Barcelona, un día
del verano de 1965, a
punto de embarcarse en el carguero Kangaroo.
Poemas de
viaje que son también historias de fantasmas: el del “hombrecillo sin afeitar,
de unos cincuenta años”, anticipo del propio fantasma, que encontramos en
“Polvo y memoria”; el de la hermana, cuyo “grito agudo de terror” escuchó una
noche en Sevilla, a miles de kilómetros de distancia; el de su abuelo, Josef
Prisckulnick, “que vino de Escocia en 1905 / en el navío Arcadia y se pasó dos
meses / en la isla de Ellis porque un pasajero / enfermó de viruela dos días
después de salir de Glasgow / y murió, sin que nadie le llorara, en tránsito” y
que se intercambia con Troksky en “La lección de español”; el de su madre, en
el verano de 1936, en el poema sorpresivamente titulado “Mi madre y su bolso en
el verano en que asesinaron al poeta español”.
En un libro
de diez años después, Breath: Poems,
encontramos otro poema de apariciones y desapariciones que es quizá la más
conmovedora de estas elegías familiares, “Mi hermano Antonio, el panadero”.
“Toda
poema es de circunstancias”, decía Goethe. Las circunstancias que motivan
estos poemas nos remiten a los años del franquismo, a las consecuencias de la
guerra civil española y al revés del sueño americano, al mundo de los obreros
mal pagados, bien distintos de los que sonríen en los anuncios de televisión.
Un mundo, a pesar de las apariencias, no muy distinto del nuestro. Y hablan
también de esas otras circunstancias (“envejecer, morir: el único argumento de
la obra”, como escribió Gil de Biedma) que no cambian de un tiempo a otro.
"La diminuta casa sellada de la memoria...". Precisamente estuve hace unas semanas en Orihuela para conocer la casa en que vivió de niño y adolescente Miguel Hernández (hasta su marcha a Madrid) y experimenté una sensación muy especial. Como detalle curioso, a los visitantes se les regala un limón (al menos ese día nos lo regalaron) del limonero que crece en el pequeño huerto (o corral) que tiene la casa. También está la célebre higuera (no sé si será la misma, pero es inevitable recordar el "volverás a mi huerto y a mi higuera") y más atrás se encuentra la pequeña (allí todo es pequeño) cuadra donde su padre guardaba las cabras. Curiosamente el huerto desemboca literalmente en el cerro de San Miguel, de modo que (según contó la guía) el poeta muchas veces pasaba directamente desde el corral al cerro, subía por las rocas y se encaramaba a lo alto para leer en soledad (imagino que a Góngora y otros autores del siglo de Oro). Por lo demás, me impresionó la enorme cantidad de iglesias (incluida una catedral), todas muy grandes y ostentosas que hay en la ciudad, señal de hasta qué punto el poder eclesiástico era abrumador (tal vez lo sigue siendo) en el tiempo en que Miguel vivió allí.
ResponderEliminarLas iglesias de esa ciudad son muchas y hermosas, como lo son varios de sus edificios civiles. Pero conviene no pasar por alto las huellas que esa ciudad ha tenido tanto en Azorín como en ese gran olvidado que es Gabriel Miró. Hace varios años hubo una preciosa exposición dentro de la serie "La luz de las imágenes"- que sólo vio cuatro muestras-, en una época en la que el dinero público también se empleaba con sentido común en la rehabilitación de edificios históricos notables. Pero todo aquello ha pasado al olvido.
ResponderEliminar¿Cuál es la moraleja
ResponderEliminardël poema?